Tras la confesión y el perdón ( I )

Autor: Padre Miguel Rivilla San Martín   

 

 

Por fin, oíste agradecido y emocionado, con el abrazo del sacerdote y sus manos sobre tu cabeza, las mismas palabras de Jesús que habías leído en su Evangelio:- ”Hijo, vete en paz, tus pecados quedan perdonados. Marcha feliz y no peques más”. –“Gracias, padre, lo intentaré y rece por mí” fue tu contestación, mientras besabas la cruz de su estola. Había merecido la pena. De veras. Ahora lo tenías todo claro y en orden...
Con cierto coraje y entusiasmo, un buen día, tomaste la decisión de salir de tu mediocridad como cristiano. No tenías dentro de ti, ni paz ni alegría verdaderas. El hastío y el vacío se habían apoderado de tu vida. El ejemplo de otras personas te había impactado y contagiado. La catequesis de aquel obispo al grupo de chicos y chicas jóvenes, te había animado y conmovido. Por fin, te decidiste a limpiar tu alma en el sacramento del perdón. Hacía tiempo, años, que no te confesabas, sí, pero mereció la pena. Como el que respira aire puro, a pleno pulmón, saliste esponjado de aquel dichoso encuentro. Te quitaste un peso de encima al sincerarte en la confesión, con aquel sacerdote que te acogió con afecto y comprensión. Nada de riñas ni reproches. Te hizo saborear la dulzura del perdón de Dios con un breve consejo de amigo.- ”Hoy inicias una vida nueva de amistad con Cristo, tu mejor amigo. Confía siempre en El y prométele que nada ni nadie te apartará ya de su lado” Y mientras me daba la absolución me despedía –“ Hijo vete en paz. Tus pecados quedan perdonados. Vete feliz y no peques más”-“Sí, padre, lo intentaré y mil gracias por su ayuda y perdón”. T e sentías nuevo por fuera y por dentro. Al acercarte a comulgar no pudiste contener tus lágrimas. Volviste a tu sitio. Te tapaste el rostro con tus manos y lloraste como un crío. La verdad en aquellos inolvidables momentos no te cambiabas por nadie. (Continuará).