El Don de Dios por excelencia

Autor: Padre Miguel Rivilla San Martín   

 

El gran escritor, novelista y dramaturgo galo Bernanos, acuñó una frase en uno de sus escritos, que le ha sobrevivido y que encierra una verdad indiscutible para los que aún tenemos fe y nos llamamos cristianos: “Todo en la vida es gracia”.

En efecto, comenzando por la vida misma, maravilloso don divino, todo cuanto somos y tenemos lo hemos recibido de alguien, infinitamente bueno, sabio y poderoso a quien llamamos Padre nuestro.

Tanto en el aspecto material como en el espiritual, cuanto ahora disfrutamos, así como lo que esperamos en el futuro, es regalo, don y gracia de Dios. No tiene mucho sentido el pavonearse o vanagloriarse de los dones de cuerpo y alma ( belleza, inteligencia etc ) que cada persona pueda tener, cuando en verdad los ha recibido en usufructo y no es dueño, sino simple administrador de los mismos.

Ahora bien, entre los múltiples, valiosísimos y maravillosos regalos que Dios ha dado al hombre, ninguno comparable con el don de sí mismo, el don por excelencia del mismo Dios, que se ha dado y se da en persona con su cuerpo, sangre, alma y divinidad al que los cristianos siempre llamamos “eucaristía, comunión, misa, sacramento del altar” etc

Un cristiano está plena y absolutamente convencido que Jesús no puede mentirle ni engañarle. El es el único que tiene palabras de vida eterna, y que éstas, a su vez, son espíritu y vida. Por todo ello proclama gozoso, desde su fe, la confianza ciega en Jesús, Palabra de Dios hecha carne.

Para los cristianos nos basta y sobra escuchar a Jesús en el Evangelio, cuando dice con toda rotundidad: “Yo soy el pan de vida bajado de los cielos. El que come de este pan vivirá eternamente..Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida… Tomad y comed. Esto es mi cuerpo. Tomad y bebed. Esta es mi sangre…Quien come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna y yo le resucitaré en el último día. Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”.

Por mucho que lo escuchemos, lo meditemos y lo creamos, nunca los cristianos daremos las suficientes gracias a Dios por el don que nos ha hecho en la sagrada eucaristía y en el santísimo sacramento del altar. Debemos obrar en consecuencia. Que jamás se pueda decir de nosotros aquellas palabras de Juan Bautista a la gente: “En medio de vosotros está y no lo conocéis”. Sería un reproche inolvidable para cualquier cristiano sensible y de verdad.