Estado de la nación

Autor: Padre Miguel Rivilla San Martín 

 

 

Si algo exige el ciudadano votante a los políticos de turno y a sus partidos, a quienes ha de entregar su confianza en las urnas, es que sean trasparentes en su conducta, en su gestión y en la meta de sus objetivos programados.

La mentira, la falta de honradez, la calumnia y las malas artes para triunfar del contrario son perfectamente prescindibles. Políticos inmorales o amorales, no son de recibo.

Es bochornoso y produce vergüenza ajena, el ver espectáculos, como los de las pasadas elecciones, donde valía todo, para conseguir el voto del ciudadano y de paso descalificar al adversario. Acusaciones públicas de mentir, robar, estafar, especular, enriquecerse y asaltar bancos, entre otros, son actos inmorales, se miren como se miren.

Ahora bien, el confiado votante, se entera que entre la clase política se dan pactos ocultos y tácitos de no hurgar en la vida privada de sus señorías, para evitar situaciones comprometidas o escandalosas de cara a la opinión pública. Es decir, la doble moral, el disimulo, la hipocresía o el mirar para otro lado, está a la orden del día, como si fuera lo más natural. Incomprensible.

Por ejemplo, si un representante del pueblo es un adúltero, un abortista, un pederasta, un bígamo, un prostituto, un pedófilo, un violador, un acosador de género etcétera, todo eso y mucho más se tapa, con eso de lo políticamente incorrecto y aquí no pasa nada.

Algo huele a podrido en esta democracia y todo se debe a la falta de transparencia.