Año de la Eucaristía

Propósitos para el año nuevo

Autor: Padre José Martínez Colín

 

 

1) Para saber

        En este nuevo año que comienza es conveniente fijarnos algunos buenos propósitos, los cuales han de ir dirigidos hacia metas valiosas. Un modo de concretarlos es seguir el ejemplo de personas que han logrado grandes proyectos en su vida. Así lo ha hecho el Papa Juan Pablo II como nos lo cuenta él mismo en un relato autobiográfico.

        Nos dice que una de las influencias positivas que tuvo para seguir el sacerdocio fue la de un hombre: el santo fray Alberto. Aunque ya había muerto cuando el Papa nació, la fama de este hombre santo estaba muy difundida en Polonia.

        Alberto había sido un hombre valiente, y así lo demostró al haber participado en unas protestas contra un régimen opresor y en cuyas batallas había perdido una pierna. Alberto no era un hombre violento. Era un artista, le gustaba pintar y lo hacía muy bien. De hecho, varias de sus pinturas son ahora un patrimonio artístico de Polonia. Aunque tenía un futuro asegurado con prestigio, fama y dinero, en cierto momento de su vida decidió apartarse de la pintura, pues comprendió que Dios lo llamaba a tareas más importantes. Se dedicó a servir a los pobres. Pero más que en ir a darles de su dinero, lo que hizo fue ir a vivir con ellos. Fue darse a sí mismo del todo.

        Su ejemplo removió a muchas personas que decidieron seguirle y así nacieron dos Congregaciones que se dedicaron a los pobres. Murió en la Navidad de 1916. Y comenta el Papa Juan Pablo II: “Para mí su figura fue determinante, porque encontré en él un particular apoyo espiritual y un ejemplo en mi alejamiento del arte, de la literatura y del teatro, por la elección radical de la vocación al sacerdocio” (Don y Misterio, pág. 37). Precisamente fue este Papa quien tuvo la gran alegría ―así lo dijo después― de beatificarlo y después canonizarlo.

        Sólo teniendo en cuenta nuestra meta final, el amor a Dios, es posible dejar de lado algunas cosas que, sin ser malas ―si lo fueran con mayor razón―, pueden dificultar llegar a feliz término nuestra vida. Sólo así se comprenden los sacrificios de que han sido capaces muchas personas para realizar sus propósitos.

 

2) Para pensar  

        Los propósitos más acertados serán aquellos en que tenemos en cuenta el querer de Dios, en que tratamos de ver las cosas como las mira Dios. En estos días que están impregnados de espíritu navideño, el Papa Juan Pablo II nos invita a centrar la mirada en Jesús, en la Encarnación del Hijo de Dios: “El nacimiento de Jesús en Belén no es un hecho que se pueda relegar al pasado. En efecto, ante Él se sitúa la historia humana entera: nuestro hoy y el futuro del mundo son iluminados por su presencia… La encarnación del Hijo de Dios y la salvación que Él ha realizado con su muerte y resurrección son, pues, el verdadero criterio para juzgar la realidad temporal” (Bula: “Misterio de la Encarnación”, n. 1).

        Los santos han sido personas normales que han puesto su querer en cumplir la voluntad de Dios, no importando muchas veces sus gustos. De esa forma nos damos cuenta de que sí es posible llegar a la santidad, y contamos con esos modelos para imitarlos y acudir a su poderosa intercesión. Por eso la Iglesia nos las ponen como ejemplo al beatificarlas y después canonizarlas.

        En ocasiones la voluntad de Dios será dejar ciertas actividades, en otras en cambio, será encontrar a Dios precisamente en esas actividades o labores. Cada persona habrá de pensar y descubrir qué le pide en concreto el Señor.

 

3) Para vivir  

        El criterio verdadero para juzgar las cosas y saber cómo usarlas lo obtenemos mirando a Jesús. Para vivir según el querer de Dios es importante tener la mirada puesta en Él. Eso no implica olvidarnos de los demás, sino al contrario. En Estados Unidos el Papa decía: “Cuando los cristianos hacemos de Jesucristo el centro de los sentimientos y pensamientos, no nos alejamos de la gente y de sus necesidades. Por el contrario, nos encontramos envueltos en el movimiento eterno del amor de Dios, que vino a nuestro encuentro; nos encontramos envueltos en el movimiento del Hijo, que vino a nosotros y se hizo uno de nosotros; nos encontramos envueltos en el movimiento del Espíritu Santo, que visita a los pobres, sosiega los corazones turbados, cauteriza los corazones heridos, calienta los corazones fríos y nos da la plenitud de sus dones”.