¿Tengo metas en la vida?

Mirar el futuro con optimismo 

Autor: Padre José Martínez Colín

 

1) Para saber

        Es común que al empezar un nuevo año, o en un cambio de vida, hacerse nuevos propósitos o renovar algunos hechos con anterioridad. Un ejemplo de ello nos lo ha dejado escrito un hombre llamado Ángel José Roncalli (1881-1963). Después de haber estudiado en el Seminario Episcopal de Bérgamo, le llegó el momento de recibir la ordenación de diácono. Para prepararse a recibirla, hizo unos ejercicios espirituales, en donde escribió una serie de reflexiones que se encuentran recogidas en un libro llamado “Diario de un alma”. En él escribe cómo, antes de hacer sus propósitos, fijó la mirada en Jesucristo: “Jesús calumniado como seductor, tachado de ignorante, falseadas sus doctrinas, expuesto a los escarnios y a las burlas de todos, calla humildemente, no confunde a sus calumniadores, se deja golpear, escupir en el rostro, azotar, tratar como loco, y no pierde su serenidad, no rompe su silencio”. Y después, a la vista del ejemplo de Cristo, escribe sus propósitos: “Yo, pues, permitiré que se diga de mí cuanto se quiera, que se me relegue al último puesto, que se echen a mala parte mis palabras y mis obras, sin dar explicaciones, sin buscar excusas, antes bien aceptando gozosamente los reproches que pudieran venirme de los superiores, sin decir palabra”.

        Ciertamente son propósitos de una persona muy humilde y que al inicio de su vocación sacerdotal los hizo. Lo más grandioso es que por ese camino de humildad es como llegó a ser el guía espiritual de toda la Iglesia Católica, fue el Papa Juan XXIII. Y no sólo ello, sino que alcanzó la santidad y hace poco fue beatificado en Roma por el Papa Juan Pablo II.  

2) Para pensar  

        Siempre es buen momento para recomenzar, y ahora, en los inicios de un nuevo siglo y un nuevo milenio, las circunstancias son más propicias. Por ello, el Papa Juan Pablo II nos invita a mirar el futuro y hacer algunos propósitos: “Sobre todo, queridos hermanos y hermanas, es necesario pensar en el futuro que nos espera. Tantas veces, durante estos meses, hemos mirado hacia el nuevo milenio que se abre, viviendo el Jubileo no sólo como memoria del pasado, sino como profecía del futuro. Es preciso ahora aprovechar el tesoro de gracia recibida, traduciéndola en fervientes propósitos y en líneas de acción concretas. Es una tarea a la cual deseo invitar a todas las Iglesias locales. En cada una de ellas, congregada en torno al propio Obispo, en la escucha de la Palabra, en la comunión fraterna y en la «fracción del pan» (cf. Hch 2,42), está «verdaderamente presente y actúa la Iglesia de Cristo, una, santa, católica y apostólica»”. (“Al comenzar el Nuevo Milenio, n.3).

        No dejemos escapar, pues, la oportunidad que se nos presenta al ser protagonistas del cambio de Milenio. De nuestra actitud dependerá aprovechar las gracias tan abundantes que se han esparcido, y siguen llegando, a toda la Tierra. Pudiera alguien pensar que en otras ocasiones ya se ha hecho algunos propósitos y no han pasado de ahí. Sin embargo, no podemos olvidar que seguimos contando con la ayuda de Dios.

 

3) Para vivir  

        Los propósitos hay que concretarlos. Primero, precisar las metas que queramos alcanzar en las actividades humanas, sean escolares, profesionales, deportivas o de otra especie. Interesa no olvidar aquellas metas en el aspecto espiritual que nos harán ser mejores personas y darle a Dios la gloria que se merece. Y en segundo lugar habrá que determinar cómo llegar a esas metas.

        Por ejemplo, una meta podría ser procurar una mayor constancia y cuidado en la participación de los sacramentos y, en particular, en la Penitencia y en la Eucaristía. Respecto a la asistencia a la Santa Misa el domingo habría que cuidar, no sólo la asistencia, sino en el interés en participar y poner atención. Como nos lo dice el Papa en la misma carta: “Quisiera insistir …para que la participación en la Eucaristía sea, para cada bautizado, el centro del domingo. Es un deber irrenunciable, que se ha de vivir no sólo para cumplir un precepto, sino como una necesidad de una vida cristiana verdaderamente consciente y coherente” (n.36).