¿Cuándo se originó la Iglesia?
El orgullo de ser hijo de la Iglesia

Autor: Padre José Martínez Colín

 

 

1) Para saber


Muchas empresas o negocios se enorgullecen de contar con mucho tiempo dentro del mercado comercial. Señalan como un calificativo de prestigio el tiempo que llevan laborando: “Con Usted desde hace setenta años”. También ciudades o universidades muestran con orgullo su antigüedad: “... fundada hace más de quinientos años”.
Ciertamente, contar con muchos años suele mostrar la aceptación favorable que ha tenido. Con la Iglesia Católica podemos remontarnos a su origen, hace ya cerca de dos mil años.
Cristo había anunciado la Iglesia y luego la instituyó. Después la ‘engendró’ definitivamente en la cruz mediante su muerte redentora. Más tarde, cincuenta días después de su Resurrección, la existencia de la Iglesia se hizo patente el día de Pentecostés, cuando vino el Espíritu Santo. Ahí comenzó una nueva era. Por eso decía el papa Juan Pablo II que así como hablamos del nacimiento de un hombre en el momento en que sale del seno de su madre y se ‘manifiesta’ al mundo, así la Iglesia vio la luz al llegar el Espíritu Santo y manifestarse al mundo. Este es el origen de la Iglesia Católica.


2) Para pensar


En la antigüedad, antes de Cristo, Dios había formado y escogido al pueblo judío con el cual hizo una alianza. Dios fue educándolo poco a poco, revelándole su persona y santificándolo. Pero ese pueblo era sólo una preparación hacia el nuevo y verdadero pueblo que iba a constituir: la Iglesia.
La Antigua Alianza había sido pactada con Moisés y sellada con sangre de animales que sirvieron como víctimas. Ahora, la Nueva Alianza es sellada con la sangre de Cristo, el Cordero de Dios, que es la víctima sin mancha. Es por eso que la Iglesia es llamada “Pueblo de Dios”, y todo los que pertenecemos a la Iglesia somos miembros de él.
Como todo pueblo, tiene a su cabeza que es Cristo, y su Vicario en la tierra que es el Papa; tiene su ley, que es el mandamiento nuevo: amar como el mismo Cristo nos amó.
Y si cada país tiene sus propias características que lo distinguen de los demás, así también el Pueblo de Dios: “La identidad de este Pueblo, es la dignidad y la libertad de los hijos de Dios en cuyos corazones habita el Espíritu Santo como en un templo” (Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 782).


3) Para vivir


Cuando se lleva a cabo una competencia deportiva internacional, sea de beisbol o futbol, es natural que se apoye al equipo que representa al propio país. Con mayor razón si se trata de la soberanía nacional, hay que estar dispuestos a defenderla. Y es que el ser patriota es una virtud. Ello no implica que se tenga que odiar o menospreciar a los demás países. Al contrario, también se les ha de admirar y querer.
Los católicos hemos de sentirnos orgullosos de ser miembros del Pueblo de Dios y estar dispuestos a defenderla frente a los ataques que le hacen sus enemigos. No podemos permitir que en nuestra presencia se murmure o hable mal de ella. A veces lo que sucede es que algunas personas se dejan llevar por información falsa, interpretaciones incorrectas, y son engañadas.
Por ello conviene conocer y amar cada vez mejor a la Iglesia. Una forma es leyendo el Catecismo, preguntando nuestras dudas a alguna persona confiable y, sobre todo, rezando a Dios cada día por ella.