“Recuerda que eres polvo”
Cuaresma: tiempo de humildad

Autor: Padre José Martínez Colín

 

 

1) Para saber


La cuaresma se inicia siempre con el tradicional “Miércoles de Ceniza”. Es importante comprender el por qué se impone la ceniza, pues se podría caer en verlo como una superstición o amuleto. Desde la antigüedad, podemos leer en la Biblia, ponerse ceniza se consideraba como una muestra de humildad al reconocerse que uno es polvo frente a Dios, que frente a Dios somos pecadores que acudimos a su misericordia. De hecho, una de las fórmulas con que se impone es “Recuerda que eres polvo y al polvo volverás”. Hay un relato histórico que nos habla de lo poco que son las cosas de la tierra.
En el siglo XVI había una mujer sumamente hermosa: Isabel, la Emperatriz de Alemania, esposa de Carlos V. Era muy admirada y querida por todo el pueblo, pues además de hermosa tenía una gran simpatía y sabía querer a sus súbditos. Sin embargo, murió siendo muy joven, ante el pesar de toda la población.
Todo el reino se vistió de luto. Pusieron su cuerpo cubierto de vestiduras lujosas en un rico ataúd. Se tenía que hacer el traslado de su cuerpo a otra ciudad lejana, donde sería enterrada. Le dieron el honor de acompañar su cuerpo a uno de los servidores más fieles y queridos de la Emperatriz: Al marqués de Lombay, Francisco de Borja. Al llegar a Granada debía reconocer que era el cuerpo de la Emperatriz para que le dieran una regia sepultura. Efectivamente, después de un largo viaje que duró muchos días, depositaron el féretro en la capilla de los Reyes Católicos para que lo reconociera.
Los caballeros tenían que jurar con la mano en el puño de la espada que aquello era “el real cadáver de doña Isabel de Portugal, Emperatriz de Alemania, esposa del magnífico, poderoso y católico Rey Don Carlos”. Al abrirlo, un olor espantoso hizo retroceder al noble cortesano. Francisco no decía nada, por lo que el arzobispo extrañado le preguntó: “¿Acaso no juráis?” El marqués miraba espantado la carne corrompida de quien fuera tan hermosa, bajo las vestiduras reales, deslumbrantes de oro. Al fin contestó: “Sólo puedo decir esto: he traído el cuerpo de nuestra señora en rigurosa custodia desde Toledo a Granada. Pero jurar que es ella misma, cuya belleza tanto me admiraba... no me atrevo”. El Obispo insistió: “Pero, finalmente, ¿reconocéis a vuestra Reina y señora?”. Francisco de Borja puso la mano derecha sobre la cruz de Santiago, que resaltaba roja sobre su capa blanca, y con la izquierda volvió a cubrir con el velo fúnebre al imperial cadáver: “Sí, lo juro. Pero también juro no más servir a señor que se me pueda morir”.
Francisco, cuando murió su esposa al poco tiempo, renunció a sus títulos de nobleza, a los honores y a su fortuna, y pidió ser admitido en la Compañía de Jesús. Poco después sería ordenado sacerdote, llegando a ocupar el lugar que dejara San Ignacio de Loyola como Superior, alcanzando, con la gracia de Dios, la santidad. Hoy se le venera como San Francisco de Borja.


2) Para pensar


San Francisco de Borja comprendió en un instante y de una manera profunda, al abrir el féretro, la vanidad que son las cosas de la tierra, que todo son polvo.
Las criaturas de la tierra, aunque tienen cierta belleza al ser creadas por Dios, son nada en comparación con la grandeza de Dios. El Espíritu Santo, con el Don de la Ciencia, nos ayuda a saber ver las cosas del mundo en su valor adecuado: ver su belleza, que es un reflejo de Dios; y, a la vez, su poquedad frente a los bienes divinos.


3) Para vivir


Desde el momento en que queremos encontrar la felicidad plena en las cosas de aquí abajo, en ese momento comenzamos a ser infelices y a amargarnos la vida, pues esas cosas son incapaces de lograrlo. Por ejemplo, si nos enojamos mucho cuando se nos descompone la televisión o el coche, o dejamos de hablarle a un amigo porque no ha podido pagarnos una deuda, o si nos llenamos de ira cuando alguien pierde algo nuestro, son síntomas de que valoramos más esas cosas materiales a la amistad o la armonía con nuestra familia. Aunque ciertamente se deben cuidar las cosas materiales, no vale la pena perder la paz y los amigos por algo que sólo tiene un valor económico. Pidamos al Espíritu Santo nos llene del Don de Ciencia a fin de darle a las cosas que utilizamos su justo valor, sin que nos lleguen a quitarnos nunca la paz.