¿Cómo vivir la cuaresma?

Tiempo para Amar

Autor: Padre José Martínez Colín

 

 

Al inicio de esta cuaresma, el Papa Benedicto XVI ha hecho una invitación a orar y reflexionar para convertirnos al amor. La Iglesia nos propone tres formas de concretar: fomentar la oración, la penitencia y nuestras obras de caridad. Sobre este último punto trata el siguiente relato.


Se cuenta que un día llamaron a la puerta de un convento, y abrió el hermano Juan, el portero. Era el hortelano que le entregaba un hermoso racimo de uvas tan grandes y apetitosas, diciéndole: “Hermano Juan, te regalo este racimo de uvas en agradecimiento por la buena atención que me prestas cada vez que vengo al convento”. Sin pensarlo dos veces el hermano portero le dio las gracias por tan precioso regalo y le dijo que no tardarían mucho en dar cuenta de él. Apenas salió el hortelano del convento ya se relamía pensando en que se lo comería él solo y no decir nada a los demás, al fin y al cabo se lo habían regalado para él.


Pero la viva conciencia del hermano portero le hizo pensar que en el convento había un hermano enfermo que no le gustaba comer nada, debido a su enfermedad. Pensó que sería una buena obra alegrarle el día y de paso llenarle el estómago, tan necesitado de alimento. Sin pensarlo mucho descolgó el racimo de uvas y se fue a la enfermería a regalárselo a tan delicado enfermo. 


El enfermo al ver el racimo se le abrieron los ojos al ver su gran tamaño, y el portero le dijo: “Hermano Matías, pensando en tu enfermedad y sabiendo que no te apetece comer nada, quizás estas uvas te abran el apetito”. El hermano Matías se lo agradeció de corazón que se hubiese acordado de él, diciéndole que si se moría le tendría muy presente cuando estuviera en el Cielo con Nuestro Señor.


El enfermo cogió el racimo e iba a dar buena cuenta de él, pero pensó que si lo regalaba haría un buen sacrificio para remisión de sus pecados y bien de su alma y decidió no comerlo y dárselo al hermano Raúl, su enfermero, que le atendía con tanta caridad y se desvivía por él por las noches. Gritó al hermano Raúl pensando éste que le sucedía algo por la insistencia en que le llamaba. “Hermano Raúl, me han traído este racimo, pero pensé que, ya que no me entra nada en el estómago, te lo comas tú, que te portas tan bien conmigo”. El Hermano Esteban insistía en que intentara comérselo, pero cuanto más insistía el enfermero más lo rechazaba el enfermo. Este decidió comérselo, dándole las gracias por tan precioso regalo. 


Y mientras caminaba hacia su celda, pensó que mejor que comérselo él, se lo daría al Hermano Pedro, el cocinero, que tan bien se esmeraba para que todos lo frailes comieran con lo poco que les llegaba de la huerta y de donativos. Bajó a la cocina y le dijo: “Hermano Pedro, mira lo que me han dado, pero te lo regalo para que saborees estas uvas tan hermosas, como hermoso es tu corazón”. Pero el hermano Pedro le insistió que se lo diera mejor al prior ya que era tan responsable con la comunidad. 


Y así fue pasando el racimo de hermano en hermano por todo el convento, hasta que llegó de nuevo a la portería donde el hermano Juan, extrañado y perplejo por el suceso, decidió que no diera más vueltas el racimo de uvas, y ni corto ni perezoso se lo comió con tal gusto que le pareció las uvas más sabrosas que jamás hubiera comido.

El Papa Benedicto XVI en su mensaje del Miércoles de ceniza, nos dice que el “camino cuaresmal, acercándonos a Dios, nos permite mirar con ojos nuevos a los hermanos y sus necesidades”. Se trata, pues, de mirar hacia los demás, de preocuparse por lo que requieran. Esa es una forma de vivir el amor a Dios en el prójimo esta cuaresma, sabiendo que ese bien que hagamos, en última instancia se nos devuelve, como es el caso del hermano Juan, que terminó por comerse las ricas uvas.