¿Puede Dios desaparecer el mal?

El partido de futbol decisivo
Autor: Padre José Martínez Colín

 

 

1) Para saber 

Recibí un simpático mensaje sobre el relato de un autor anónimo en el que explica realidades profundas sobre la relación que se da entre la omnipotencia de Dios y el mal.

Sucede que en una escuela una maestra, enseñando religión a niños, uno le preguntó: “¿Por qué Dios, que todo lo puede, no desaparece a los malos, termina con las injusticias y nos hace a todos buenos y santos?” La maestra se quedó desconcertada, y buscó a un amigo que le ayudara a explicar a sus niños, de manera sencilla, este tema tan importante de Dios y el mal. Su amigo pensó que la mejor manera era con un ejemplo cercano a ellos como es el futbol. Esta fue su explicación. 

Podemos comparar a éste mundo con un partido de futbol en el que hay dos equipos en la cancha: el equipo blanco que defiende el bien, es el equipo de Dios, que se enfrenta al equipo negro del pecado, el de Satanás. Jesús es el Árbitro del partido que vela para que se respeten las reglas. Él corre a nuestro lado y sigue cada jugada para asegurarse de que todo ocurra en justo modo. El Espíritu Santo es el Director Técnico, quien dirige, alienta y organiza el partido. Dios Padre es el Presidente del equipo, es quien provee de todo lo necesario para que se que se lleve a cabo el partido. 

Dios quiere que ganemos éste partido contra el mal, pero respetando el reglamento del fútbol y demostrando nuestra capacidad individual y colectiva frente al oponente. Claro que Dios podría dar por terminado el partido de inmediato y declararnos vencedores, ¿pero que mérito tendríamos en ese caso? También podría Jesús, como Juez, ignorar las faltas que cometemos y atribuirnos goles que no convertimos, pero ¿qué clase de árbitro sería en ese caso? Dios sí puede vencer y hacer desparecer el mal, pero el mérito de un equipo de fútbol consiste en derrotar a su oponente bajo las reglas establecidas. Así, se declara un justo vencedor y la celebración y premio tiene un sentido. 

Ahora bien, ¿qué responsabilidad tienen los jugadores, que cuentan con el mejor Director Técnico, y la garantía del más Justo Arbitro que se pueda tener? Su responsabilidad es jugar y poner el mejor esfuerzo utilizando las habilidades que Él mismo dio, y así ganar.

Se podría uno imaginar que en las gradas están todos los ángeles, los santos y las almas del purgatorio aclamando al equipo, deseando que derrotemos al oponente. El equipo del pecado, mientras tanto, tiene a una multitud de demonios en las gradas gritando e insultando, presionando para que el pecado se imponga a nuestro equipo. 

Dios nos llama a su equipo y quiere que lo hagamos con compromiso y le demostremos con goles de amor nuestra pertenencia a Su Escuadra. Quiere que venzamos al equipo del pecado, porque en caso contrario nos iríamos al descenso. El premio es ganarse el Cielo, ni más ni menos. Además, Dios nos ha dado todo para que podamos hacerlo. 

Lo más curioso es que todos los jugadores somos hermanos, y hermanos del Árbitro también. Su Madre lo aclama desde la tribuna, porque sabe que Él ha sido y es el mejor jugador y con su triunfo aseguró que nuestro equipo participe en el torneo de la Salvación. Ahora Él es Juez, pero ninguno de nosotros puede olvidar sus méritos como jugador, que son infinitos, y le valen el Nombre de Jesús, El que Salva.