La fe mueve montañas
El precio de un milagro

Autor: Padre José Martínez Colín
 
 
Recibí un relato que nos muestra lo lejos que puede llegar la fe de una niña al no ponerse límites.

Sucedió que un día, esta pequeña niña, llamada Teresita, fue a su habitación y sacó un frasco que estaba escondido en su closet. Esparció su contenido en el suelo y contó con cuidado varias monedas. Tres veces, lo hizo. Con cuidado, regresó las monedas al frasco y lo llevó consigo saliendo sigilosamente por la puerta trasera. Caminó 6 cuadras hasta la Farmacia.

Ella esperó pacientemente a que el farmacéutico le prestara atención, pues estaba muy ocupado hablando con alguien.

La niña movió sus pies para que rechinaran sus zapatos. Nada. Se aclaró la garganta lo más fuerte que pudo, pero tampoco sirvió de nada. Finalmente tomó una moneda de 25 centavos del frasco y con ella tocó en el mostrador de cristal. Con eso fue suficiente.

“¿Y qué es lo que quieres?” le preguntó el farmacéutico con tono de disgusto, “mira que estoy hablando con mi hermano que vino de Chicago y que no he visto en años”. Eso no la inquietó y le contestó con un tono parecido: “Bueno, quiero hablarte sobre mi hermano, que está realmente muy, muy enfermo... y quiero comprar un milagro”. ”¿Perdón?”, preguntó sorprendido el farmacéutico. Teresita siguió: “Sí, mi hermano se llama Andrés y algo malo ha estado creciendo en su cabeza y mi papi dice que solo un milagro puede salvarlo. Ahora dime, cuanto cuesta un milagro”.

“Nosotros no vendemos milagros aquí, chiquita. Lo siento pero no puedo ayudarte”, dijo el farmacéutico ya con una voz suave. “Oye, tengo dinero para pagarlo. Si no es suficiente, conseguiré más, solo dime cuanto cuesta”.

El hermano del farmacéutico, que era un hombre muy bien vestido, intervino y le preguntó a la niñita: “¿Qué clase de milagro necesita tu hermano?” Teresita replicó: “No sé. Solo se que está muy enfermo y mami dice que necesita una operación. Pero mi papi no puede pagarla, por eso quiero usar mi dinero”.

“Pues, ¿cuánto tienes?”, le preguntó el hombre de Chicago. “Un dólar con once centavos”, contestó la niña. “Y ese es todo el dinero que tengo, pero puedo conseguir más si es necesario'”

“Bueno, que coincidencia”, sonrió el hombre. “Un dólar y once centavos: es el precio exacto de un milagro para los hermanitos”. El tomó el dinero y le dijo: “Llévame a donde vives. Quiero ver a Andrés y conocer a tus padres. Veamos si tengo el milagro que necesitas”

Ese hombre bien vestido era el Dr. Carlton Armstrong, un cirujano especializado en neurocirugía.

La operación fue completamente gratis, así como su estancia en el hospital, hasta que Andrés regresó sano a casa. Sus padres estaban felices: “Esa cirugía”, decía su madre, “fue un milagro real. ¡Ya me imagino cuanto podría costar!”

Teresita sonrió. Ella sabía exactamente cuánto cuesta un milagro: un dólar con once centavos... más la fe de una chiquilla. 

En la vida existen los milagros. Pero un milagro no es necesariamente la suspensión de una ley natural o algo espectacular, sino puede ser vivir una ley superior: la ley del amor.

Si estamos atentos a las necesidades de los demás, podremos obrar milagros que les ayuden a mantenerse en la fe y en la esperanza, sin dejarse abatir por las dificultades. Implantemos, pues, la ley del amor y el Señor obrará milagros a través de nosotros.