En la fiesta de Pentecostés.

Prenderle fuego al mundo

Autor: Padre José Martínez Colín

 

 

1)    Para saber

Una de las fuerzas más poderosas e imponentes que hay en la naturaleza es el fuego. Basta ver un gran incendio en el bosque para darnos cuenta de su gran fuerza que todo lo abraza. Suele comenzar siendo apenas una llama pequeña, pero en poco tiempo alcanza grandes proporciones expandiéndose y quemando todo cuanto encuentra.

Fue el fuego la forma que eligió el Espíritu Santo para manifestarse cuando se posó sobre los discípulos de Jesús. El evangelista San Lucas dejó escrito vivamente cómo sucedió este acontecimiento: “El día de Pentecostés, todos los discípulos se encontraban reunidos en un mismo lugar. De repente se oyó un gran ruido que venía del cielo, como cuando sopla un viento muy fuerte, que resonó por toda la casa donde se encontraban. Entonces aparecieron lenguas de fuego, que se distribuyeron y se posaron sobre ellos: se llenaron todos del Espíritu Santo” (Hechos 2, 1-4).

A partir de ese día la Iglesia comenzó a propagarse, como el fuego, gracias a la acción del Espíritu Santo. El “fuego” de la fe fue prendiendo hasta llegar a toda la llamada civilización occidental. Y podemos observar cómo aún continua expandiéndose, ya que su poder es tan poderoso que puede abarcar y transformarlo todo.

2)    Para pensar

El día en que la Iglesia honra y celebra al Espíritu Santo es en la fiesta de Pentecostés. Esta fiesta ya existía desde antiguo. El pueblo judío, antes de la venida de Cristo, le llamaba la “fiesta de la siega”, pero popularmente se le conocía con el nombre de Pentecostés porque se celebraba 50 días después de la fiesta de Pascua. Era una de sus tres fiestas principales. En ella se ofrecía a Dios las primicias de sus trabajos, lo primero que se cosechaba en el campo. Esa fiesta recibió su plena significación al llegar el Espíritu Santo.

Pentecostés adquiere, además, un sentido muy profundo. Pues así como la cosecha que se recoge es fruto del sacrificio del agricultor que ha sembrado y cuidado con mucho afán el crecimiento de la semilla, así también el Espíritu Santo viene como fruto de los sacrificios de Cristo y de su muerte en la Cruz. Ese gran sacrificio tuvo un fruto infinito. Incluso aún sigue recogiéndose una “mies” espiritual abundante, y así seguirá hasta el fin de los tiempos.

3) Para vivir

Se cuenta que San Francisco Xavier tenía un gran afán de ir a enseñar la palabra de Dios al Oriente. San Ignacio de Loyola, que era su superior, le permitió ir a esas tierras, pero antes de partir le indicó: “Ve y prende fuego al Oriente”. Y así lo realizó este gran santo, pues el mismo bautizó a miles de personas.

Sin embargo, esa labor es tarea de todos. Cada bautizado está llamado a colaborar en la propagación del fuego de Dios, mediante su ejemplo, su palabra y sus obras, y cada uno donde Dios le indique. La vida de un cristiano ha de ser apostólica, evangelizadora.

San Josemaría nos recuerda las palabras de Cristo y nos anima a ponerlas en práctica: “Aún resuena en el mundo aquel grito divino: 'Fuego he venido a traer a la tierra, ¿y qué quiero sino que se encienda?' -Y ya ves: casi todo está apagado... ¿No te animas a propagar el incendio?” (Camino, n. 801).