Año de la Eucaristía

El Papa y los jóvenes. Hacer la experiencia de la oración 

Autor: Padre José Martínez Colín

 

 

1) Para saber


Es sabido el afecto mutuo que se tienen el Papa Juan Pablo II y los jóvenes de todo el mundo. Ello se ha manifestado de modo patente en los encuentros que ha tenido en las Jornadas Mundiales de la Juventud. En una de ellas, la número XV, hace pocos años, en el mes de agosto, tuvo su lugar en Roma: En aquella ocasión se reunieron más de dos millones con el Papa.
Había pancartas en donde le manifestaban sus pensamientos. En una de ellas se leía: “Los jóvenes te abrazan, Juan Pablo II, uno de nosotros”. En una torre de televisión alguien había colocado un cartel en el que se podía leer: “Confía, ya no tenemos miedo”. Era una respuesta a las palabras que el Papa les había dicho días antes: “¡No tengan miedo! ¡Abrid de par en par las puertas a Cristo! Abran su corazón, su vida, sus dudas, sus dificultades, sus alegrías y sus afectos a su fuerza salvadora y dejen que Él entre en su corazón”.

2) Para pensar

El Papa Juan Pablo II también ha recordado en sus cartas esos numerosos encuentros que ha tenido con los jóvenes. Por ejemplo, nos dice: “Si hay una imagen del jubileo del Año 2000 que quedará viva en el recuerdo más que las otras es seguramente la de la multitud de jóvenes con los cuales he podido establecer una especie de diálogo privilegiado, basado en una recíproca simpatía y un profundo entendimiento… No será fácil, ni para ellos mismos, ni para cuantos los vieron, borrar de la memoria aquella semana en la cual Roma se hizo «joven con los jóvenes»” (“Al comenzar el nuevo milenio”, n.9).
¿Qué pasó esa semana del 15 al 20 de agosto del 2000? Lo que pasó fue algo que sorprendió a todos. A los mismos organizadores y a las personas de la prensa. Les tomó por sorpresa que acudieran tantos jóvenes de todo el mundo al encuentro con el Papa. El primer día eran unos 600,000. Nunca había habido en la historia tantos peregrinos en la Basílica de San Pedro. Pero comenzaron a llegar cada vez más. Como eran tantos los que querían entrar por la Puerta Santa, y las colas se hacían interminables, el Papa decidió abrir otra Puerta Santa para que todos pudieran ganar la Indulgencia Jubilar. El ritmo con que cruzaban la Puerta era impresionante: pasaban 20,000 por hora. Y lo más sorprendente no fue el número tan grande, sino la actitud con la que venían todos: habían ido a estar con el Papa, a rezar, a ganar el jubileo pasando por la Puerta Santa, a estar en esos lugares sagrados que habían sido regados con la sangre de los primeros mártires. Por eso llamaba la atención el buen ambiente que reinaba no sólo en las iglesias, sino en las calles y plazas de Roma. Por ejemplo, el llamado “Circo Máximo” se convirtió en aquellos días en un gran confesionario. Al viernes 18 se le llamó la “Jornada del Perdón”. Se instalaron en el “Circo” trece tiendas y en cada una había 24 confesionarios (en total eran 312). Había más de dos mil sacerdotes confesando durante todo el día, sin parar. Unos jóvenes voluntarios tenían el encargo de preparar a confesarse bien a quienes lo requerían. Una persona voluntaria refería después en una entrevista televisada que un obispo le pidió que le ayudara a prepararse mejor para su confesión, y así lo hizo. 
El momento más importante fue el encuentro con el Papa en un campo universitario el domingo 20 de agosto: se reunieron más de dos millones de personas. El Papa habló de no sentirse nunca desconocidos del Señor: “Cada uno es precioso para Cristo; Él los conoce personalmente y los ama con ternura, incluso cuando uno no se da cuenta de ello… Haced la experiencia de la oración, dejando que el Espíritu hable a vuestro corazón. Orar significa dedicar un poco del propio tiempo a Cristo, confiarse a Él, permanecer en silenciosa escucha de su palabra y hacerla resonar en el corazón”. 

3) Para vivir
El Papa nos invita a dedicar un poco de tiempo del día para dárselo a Jesús haciendo oración. Tenemos la ventaja de que el Señor nos puede atender a cualquier hora. Aunque se trata de Dios mismo, no hace falta apartar con anticipación una cita. Apartemos, pues, esos minutos para el Señor y esperémoslos con gran ilusión sabiendo que Él también nos está esperando.