¿Sufrió Jesús dudas y tentaciones?

Autor: José L. Caravias, S.J.

    

 

Con frecuencia se da entre nosotros una concepción de Jesús tan puramente "divina", que quitamos de El realidades tan humanas como la duda, las crisis y la tentación. Pero de Jesús no se puede negar ni su divinidad, ni su humanidad. Es Dios y hombre al mismo tiempo.


En la vida de todo hombre hay mucho dolor y sufrimiento interior: dudas, angustias, tentaciones. Jesús nos demostró el amor del Padre Dios compartiendo nuestros sufrimientos interiores. Así podría entendernos y ayudarnos mejor. Las palabras de la Biblia son tajantes:
"Se hizo en todo semejante a sus hermanos... El mismo ha sido probado por medio del sufrimiento; por eso es capaz de venir en ayuda de los que están sometidos a la prueba" (Hb. 2,17-18). "Nuestro Sumo Sacerdote no se queda indiferente ante nuestras debilidades, ya que El mismo fue sometido a las mismas pruebas que nosotros..." (Hb. 4,15).


No cabe duda: sufrió las mismas pruebas que nosotros, las mismas tentaciones, las mismas angustias. Sus dolores interiores fueron los nuestros.


San Lucas nos cuenta en su evangelio las tentaciones que sufrió Jesús. Sólo que El no se dejó arrastrar por la tentación.


Sintió la tentación de la comodidad. De dejar aquella vida tan austera, absurdamente sufrida, y ponerse en un tren de vida más de acuerdo con su dignidad, de manera que pudiera rendir más (Lc. 4,3-4).


Sintió la tentación del poder. De pensar que quizás con las riendas del mando en sus manos iba a poder cumplir mejor su misión. Y no con una vida de un cualquiera, lejos de toda estructura de mando (Lc 4,5-8).


Sintió la tentación del triunfalismo. De pensar que a todo aquello había que darle bombo y platillo, una buena propaganda, un buen equipo de acompañantes y hechos llamativos, que dejaran a todos con la boca abierta. Pero mezclado siempre entre el pobrerío y con unos pescadores ignorantes como compañeros no iba a conseguir gran cosa ... (Lc. 4,9-12).


El liberador del miedo supo también lo que es el miedo. Algunas veces se sintió turbado interiormente (Jn 12,27). Más de una vez deseó dar marcha atrás y dejar aquel camino, estrecho y espinoso, que había emprendido. Sintió pánico ante la muerte, hasta el grado de sudar sangre (Mt 26,37-39). Pero habiendo sentido el mismo miedo al compromiso que nosotros, El no se dejó arrastrar y no dio jamás un paso atrás. Siempre se mantuvo fiel a la voluntad del Padre:
Hay un dolor especial que sienten con frecuencia los pobres en su corazón: el sentirse despreciados por ser pobres. Jesús también sintió este dolor del desprecio. Pues los doctores de la Ley no creían en El porque era un hombre sin estudios (Jn. 7,15), oriundo de una región de mala fama (Jn. 1,6; 7,41.52). Y la misma gente de su pueblo no creía tampoco en El, porque pensaban que un compañero suyo, trabajador como ellos, no podía ser el Enviado de Dios. Todos le conocían nada más que como el hijo de José el carpintero (Lc. 4,22-29). Su propios parientes le tuvieron por loco, por no querer aprovecharse de su poder de hacer milagros (Mc. 3,21). 


A veces sintió la pesadumbre del desaliento y el cansancio. Aquellos hombres rudos, que había elegido como compañeros, nunca acababan de entender su mensaje. Y El, a veces, se sintió como cansado de tanta dureza e incomprensión: "¿Por qué tienen tanto miedo, hombres de poca fe?" (Mc. 4,40). "¡Gente incrédula y descarriada! ¿Hasta cuándo estaré con ustedes y tendré que soportarlos?" (Lc. 9,41). "Hace tanto tiempo que estoy con ustedes, ¿y todavía no me conoces, Felipe?" (Jn. 14,9).


Jesús se siente como desalentado ante el poco caso que muchos hacían a sus palabras: "¿Quién ha dado crédito a nuestras palabras?" (Jn. 12,38). "Este pueblo ha endurecido su corazón, ha cerrado sus ojos y taponado sus oídos, con el fin de no ver, ni oir, ni de comprender con el corazón; no quieren convertirse, ni que Yo les salve" (Mt. 13,15). "¡Jerusalén, Jerusalén! Tú matas a los profetas y apedreas a los que Dios te envía. ¡Cuántas veces quise reunir a tus hijos, como la gallina reúne a sus pollitos bajo las alas, y tú no lo has querido!" (Mt. 23,37-38).


Sentir a Jesús tan cerca de nuestros dolores tiene que estimularnos para poner en El toda nuestra confianza. Ello es un consuelo y una esperanza.