Sin sanciones, no hay fútbol

Autor: José L. Caravias, S.J.

 

 

El fútbol puede inspirarnos para entender cómo debería ser la democracia. Este juego, como muchos otros, goza de las virtudes de la democracia, aunque sufre también algunas de sus deficiencias.

En primer lugar, para que haya deporte, hacen falta varios equipos, más o menos de la misma calidad, que puedan competir entre sí, todos con las mismas reglas de juego. No serviría para nada que un equipo se empeñara en quedar solo en la cancha.

Todo club serio admite a jugar sólo a los que saben hacerlo, y no a los recomendados, los parientes, los chupamedias o los "zoqueteros". Se selecciona a los más competentes. Y para "merecer" el contrato hay que prepararse con seriedad y constancia, lo cual depende además de la dirección de un buen "técnico". Todo el mundo puede aspirar a ser "profesional", pero sólo los que tienen cualidades cultivadas con esmero, constancia y técnica son los que tienen chance de jugar.

El público puede presenciar todos los partidos que quiera, en los que tiene derecho a opinar con toda libertad. Aplaude, grita, silba, se entusiasma o se deprime según lo que ve y siente. En la cancha hay una total libertad de expresión; y en los comentarios posteriores también, ya sean particulares o públicos, aunque las opiniones pueden ser influenciadas por la pertenencia afectiva a un club determinado.

Cuando se han puesto esperanzas en un jugador, si no rinde lo que debe, se le grita y se le abuchea con toda libertad. Cuanto más importante es un jugador, tanto más se le exige. Y cuando el árbitro no es justo,  se le insulta descaradamente. Y nada de ello es considerado antidemocrático. El pueblo juzga y se manifiesta a sus anchas, cada uno según su criterio.

Las reglas de juego del fútbol son claras y contundentes. Se las puede mejorar a través de un largo proceso oficial, pero las que están vigentes hay que cumplirlas al pie de la letra. No se pueden interpretar las normas de juego según el capricho o la conveniencia de alguien. Durante el juego no se discute sobre la legalidad de las leyes. Lo único en lo que hay que fijarse seriamente es en si se cumplen o no las normas de juego. A veces pueden existir dudas, pero el "juez" las resuelve sin discusión, de forma que no disminuya el ritmo del juego.

A los "jueces" se les exige que conozcan bien el reglamento y que lo apliquen con exactitud. Para ello es necesario que estén siempre cerca de las jugadas. Es impensable que un árbitro quiera dirigir un partido sentado cómodamente en el banquillo o, peor aun, desde su despacho, por decreto...

Pienso que el punto clave del juego es la capacidad que se da a las autoridades para sancionar las faltas. El público exige que se penalicen las violencias y los juegos sucios. Todo ha de marchar según el reglamento. Y las faltas a las reglas preestablecidas, que son conocidas por todos, tienen que ser penalizadas, proteste quien proteste.

Si las faltas comenzaran a ignorarse, o se penalizaran según las riquezas o prestigios de los jugadores, y ello llegara a generalizarse, el fútbol se acabaría. Si las coimas decidieran continuamente los resultados de los partidos, en poco tiempo el fútbol moriría.

Árbitros corruptos sería la peor plaga que pudiera ensañarse sobre el deporte. Y no digamos lo que pasaría si los jugadores empiezan a exigir coimas cada vez que haya que patear el balón.

En estos casos la solución podría venir solamente por el lado de la exigencia de los aficionados. A las coimas hay que desenmascararlas abiertamente y exigir sanciones rigurosas.

El fútbol vive de los aportes de sus aficionados. El pueblo sabe lo que quiere, pues tiene cultura futbolística: conoce las reglas, los personajes y los acontecimientos; lee y discute con frecuencia sobre el tema; le gusta y se interesa por ello. Mucha gente compra el diario, escucha la radio o ve televisión para ponerse al día en fútbol. Por exige: porque sabe y porque le gusta... Y si un equipo no rinde lo que se espera de él, es castigado con la inasistencia, con lo cual lo funden.

Existen, pues, dos clases de castigos a la incompetencia y/o la corrupción: las que imponen los árbitros y organismos superiores, y el desprecio ciudadano, expresado en críticas e inasistencias.

¿Qué "castigos" se infligen contra la incompetencia y la corrupción en el juego socio-político? En primer lugar, acá no están claras las reglas de juego; y cuando lo medio están, multitud de chicanerías se encargan de enturbiarlas. En segundo lugar, el pueblo conoce muy poco de las reglas de este juego, y por consiguiente, se preocupa poco de él. En tercer lugar, existe la más desvergonzada impunidad. Por ello el juego de la política está tan desprestigiado...

Ya no paga el pueblo para entrar en la cancha y animar y sostener así a su equipo, sino que se coimea a la gente para que entre en la cancha, y se les promete que dentro de ella podrán embolsillar mucho más, con tal de que hagan ganar al equipo de los dueños del club. Con espectadores, jugadores y árbitros incompetentes y corruptos no se puede esperar calidad en ningún juego. Así es como se ha quemado al público. Cada vez le interesa a menos gente el juego sociopolítico...

Si queremos subsanar este "deporte" tan necesario, de forma que nos haga disfrutar a todos, es necesario despedir a los jugadores incompetentes y exigir sanciones ejemplarizadoras a los corruptos. O quizás haya que crear clubes totalmente nuevos, empezando desde abajo...