Santísima Trinidad e Historia

Autor: José L. Caravias, S.J.

    

 

Desde pequeño me enseñaron que la Santísima Trinidad es un misterio insondable, imposible de rastrear. Pero a lo largo de los años he ido adquiriendo un nuevo concepto de “misterio” que no provoca la angustia de lo irreconocible, sino expansión del corazón. “Misterio” no significa el límite de la razón, sino lo ilimitado de la razón. Se trata de algo maravilloso, que ya conocemos en parte y cada vez lo podremos conocer mejor, pero tan grandioso que reconocemos que nunca llegaremos a conocerlo absolutamente del todo. 


Cuanto más conocemos a Dios en su misterio trinitario, más nos sentimos invitados y desafiados a profundizar en su conocimiento. Estamos llamados a experimentar cada vez más a fondo el misterio de la Trinidad, sin agotar nunca nuestra voluntad de conocer y de alegrarnos con la experiencia que vamos adquiriendo progresivamente.


Jesús nos enseñó que Dios es Padre, Hijo y Espíritu, en perfecta comunión recíproca. Según él, Dios no vive solo: es una familia, una comunidad. Cada persona divina es distinta, pero está siempre abierta a las otras, en reciprocidad absoluta. 


Son tres personas y un único amor; tres únicos y una sola comunión. Los tres divinos se aman de tal manera y están tan interpenetrados entre sí que viven siempre unidos, de una forma tan profunda y radical, que son un solo Dios. 


Los primeros cristianos fueron desarrollando esta experiencia. Según ellos, Dios es siempre comunión y unión de tres. En las divinas personas hay diferencia y distinción, igualdad y perfecta comunión, de forma que son una sola realidad divina, dinámica y en eterna reproducción. En Dios existe la riqueza complementaria de la diversidad y la unidad.


Pero esta diversidad de vida y de amor no se queda encerrada en sí misma, sino que se desborda creativamente fuera de ella. Resulta subyugante pensar que en la raíz de todo lo que existe hay un proceso de vida procedente de la Trinidad. La creación es un desbordamiento de vida y de comunión de las tres divinas personas, que invitan a todas sus criaturas a entrar en el juego simultáneo de la diversidad y la complementariedad. 


Los seres humanos, a imagen de la Trinidad, estamos llamados a mantener relaciones de comunión con todos los seres creados, dando y recibiendo, construyendo todos juntos una convivencia rica, abierta, que, respetando las diferencias, forme un solo pueblo. De esta forma se realiza, como en Dios, la riqueza pluriforme de la unidad y no mera uniformidad.


Acentuar demasiado la unicidad de Dios lleva a justificar concentraciones de poder: fomenta totalitarismos políticos, autoritarismo religioso, paternalismo social y machismo familiar. En esta sociedad de egoísmos, en la que se tiende a acumular poder y riquezas, y por consiguiente se mata el respeto a las diferencias, hay que partir de la fe en las relaciones iguales, amorosas y unitivas entre las tres personas divinas. Sólo la fe en un Dios-comunidad ayuda a crear una convivencia humana fraterna.


La vida es un misterio de espontaneidad, un proceso inagotable de dar y recibir, de asimilar, incorporar y entregar la propia vida en comunión con otras vidas. Toda vida se desarrolla, se abre a nuevas expresiones de vida y se reproduce en otras vidas. La vida implica movimiento, espontaneidad, libertad, futuro y novedad. La Trinidad es novedad, como toda vida; libertad, donación y recepción perenne, encuentro consigo misma para darse incesantemente.


El Dios Trino de Jesús está del lado de la unión y no de la exclusión; del consenso, en lugar de la imposición; de la participación y no de la dictadura. Es dador de vida y protector de toda vida amenazada. Actúa animando el coraje de los profetas e inspirando sabiduría para las acciones humanas. Ayuda a realizar el difícil desafío de construir la unidad en la pluralidad. 


La Trinidad está presente cuando hay entusiasmo en el trabajo de la comunidad, cuando hay decisión para inventar caminos nuevos para nuevos problemas, cuando hay resistencia contra todo género de opresión, cuando hay voluntad de liberación, cuando hay hambre y sed de Dios…


Cuando nos amamos de veras y nos sentimos confraternizados con los excluidos de la sociedad, estamos revelando en la historia el rostro del Dios Trino.


La lucha de los oprimidos contra la disgregación de la comunión querida por la Trinidad tiene una especial densidad trinitaria. Siempre que se comienza de nuevo, después de cada fracaso, y aun después de cada triunfo, se está anunciando la presencia del Padre. Siempre que en medio de las contradicciones se avanza hacia unas relaciones más fraternales y productoras de vida, es el Hijo el que se revela. La unión de los oprimidos, la convergencia de intereses en la línea del bien de todos, el coraje para enfrentarse con los obstáculos, la valentía de la palabra que denuncia, la habilidad para la creación de alternativas, la solidaridad con los más oprimidos, la identificación con su causa y con su vida, son indicaciones de la presencia activa del Espíritu en la Historia.


La fe en la Trinidad lleva a criticar todas las formas de exclusión y de no-participación que existen y persisten en la sociedad y en las Iglesias. E impulsa las transformaciones necesarias para que haya participación en todas las esferas de la vida.


Si violamos, en cambio, la naturaleza humana, si atropellamos los derechos de las personas, si vilipendiamos a los pobres, si consentimos un gobierno corrupto, estamos destruyendo los caminos de acceso al Dios-vida-comunión.


Las tres divinas personas invitan a las personas humanas y a todo el universo a participar de su comunidad y de su vida, de forma que se superen las barreras que transforman las diferencias en discriminaciones. Ellas desencadenan energías para alcanzar niveles cada vez mayores de participación y, al mismo tiempo, relativizan y critican cada conquista alcanzada, conservándola abierta a nuevos perfeccionamientos.


El misterio trinitario apunta hacia formas sociales en las que se valoran todas las relaciones entre las personas y las instituciones, de forma igualitaria, fraternal, dentro del respeto a las diferencias. Sólo así se superarán las opresiones y triunfarán la vida y la libertad para todos.


Necesitamos, ciertamente, superar los viejos estilos del monoteísmo pretrinitario, y convertirnos a la Trinidad, para potenciar la diversidad y la comunión, de forma que creen una unidad dinámica y siempre abierta a nuevos enriquecimientos.


La creación, al final de la historia, será el cuerpo de la Trinidad. En la creación trinitarizada saltaremos de gozo, alabaremos y amaremos a cada una de las divinas personas y la comunión entre ellas y su creación. Todo este universo, estos astros, estos bosques, estos pájaros, estos ríos, estos cerros, todo se conservará, transfigurado y convertido en templo de la santísima Trinidad. Y viviremos como una sola familia, los minerales, los vegetales, los animales y los seres humanos, todos en íntima unión con la familia divina.