¿Por qué murió Jesús?

Autor: José L. Caravias, S.J.

    

 

La carta a los Hebreos nos recomienda que "dejemos las enseñanzas de preparatoria sobre Cristo y pasemos a cosas más avanzadas" (6,1). Este consejo se aplica de una forma especial a las creencias sobre la pasión y muerte de Jesús.


La cruz con frecuencia ha sido tomada como símbolo de la aceptación resignada del dolor humano. A veces se ha usado para inducir a los seres humanos a no rebelarse en contra del sufrimiento, sino a aceptarlo "con resignación cristiana". Hasta se ha usado la cruz para justificar represiones y violencias...


Algunos afirman que Jesús tuvo que morir tan cruelmente para pagar la deuda del pecado, pues la justicia de Dios no podía renunciar a su exigencia estricta de reparación de su dignidad ofendida. La humanidad, a pesar de su camino de dolor y muerte, es incapaz de pagar debidamente su deuda con Dios, pues el ofendido es de dignidad infinita. Por eso Dios mismo se encarga de proporcionar la víctima divino-humana necesaria para la expiación de su honor ofendido. Entonces Jesús, que es Dios y es hombre, pagó en nuestro lugar la deuda impagable contraída con Dios. 


La idea dominante en esta perspectiva de redención no parece que sea el amor de Dios, sino una necesidad de reparación de su honor. La cruz de Jesús sería el precio que se paga para reparar el honor de Dios ofendido. Secundariamente sería el medio de nuestra salvación.


Esta teoría se presta a ambigüedad y aun a enfoques odiosos. Se olvida la realidad histórica de Jesús, su mensaje y su condena a muerte. Desaparece la fuerza de las opciones históricas de Jesús, que tan seriamente nos comprometen. 


Peligrosamente este enfoque puede fomentar ciertas tendencias sádicas o masoquistas. O favorecer que el sufrimiento y la muerte prosigan su obra bajo las figuras del explotador, del privilegiado, del torturador, de los avaros de poder… Históricamente ellos han usado en su provecho la justificación del sufrimiento como reparación del honor de Dios. Pero no les agrada en nada la idea de que Dios pone su honor precisamente en que el despreciado, el explotado y el doliente se liberen de sus dolores y logren la felicidad.


La teología actual insiste en que el Nuevo Testamento se construyó sobre la base de la experiencia pascual de que el Crucificado está vivo, actuando en medio de nosotros. La redención es una victoria. Cristo es el vencedor de la muerte. Él no ha venido a glorificar el dolor, sino a poner término a su reinado. 


El Nuevo Testamento siempre que habla del Crucificado afirma que resucitó; y siempre que menciona al Resucitado dice que fue crucificado. Nunca se queda en uno de los dos extremos: cruz o resurrección aisladamente. El que resucita es el crucificado. El misterio pascual es uno solo, el de la muerte y resurrección de Jesús. Por eso nosotros tenemos que dejar la cruz como mero símbolo para retornar a la figura histórica del Crucificado Resucitado. El Jesús histórico, que fue muerto por su compromiso con Dios y su pueblo, está vivo y sigue sufriendo y resucitando en ese mismo pueblo.


La cruz no se reduce, pues, a un símbolo de una expiación impuesta por la divinidad ávida de una compensación a su honor ofendido. Es la consecuencia de los conflictos provocados por la acción y la predicación del Jesús histórico frente a los intereses religiosos, económicos, políticos o mesiánicos de los dirigentes del pueblo judío.


Jesús, al tomar partido por los excluidos, los despreciados y empobrecidos, golpea en el rostro a quienes fundamentan su prosperidad o su superioridad en el desprecio o en la explotación de los demás.


Como acontecimiento histórico, la figura del Crucificado se convierte así en provocación, en vez de resignación ante el dolor. Es rebeldía contra la explotación o la exclusión. E impide que el oprimido se convierta en opresor, renovando así la espiral de violencia . 


En la cruz Dios toma partido por el rechazado. Se enfrenta con la marginación y la opresión hasta dar su vida por ello. Entendida de este modo, la imagen del Crucificado no es ya la aprobación del sufrimiento, sino una radical rebeldía contra él. 


La historia de la muerte de Jesús muestra la rebeldía de Dios, por medio de su Hijo Jesús, en contra de todas las formas de opresión, sociales, económicas o religiosas.


La cruz de por sí sola nunca podrá ser una fuente de esperanza. La única fuente de esperanza es el Crucificado, condenado injustamente por haber tomado sobre sí el destino de los pobres, de los oprimidos, desesperados y pecadores, y haberlos enrolados con él en un camino de liberación y plenitud. 


Si Dios no soporta el pecado, no es a causa de su honor menospreciado, pues de ser ello cierto no se mostraría tan discreto, sino porque pecando los hombres, sus hijos, se destrozan a sí mismos y se despedazan unos contra otros. En la cruz Dios se hace solidario de todo sufrimiento humano, y así, profundamente unido a esta humanidad, tan doliente, camina con nosotros, juntos, luchando por un mundo nuevo justo y fraterno. 


"Por lo tanto, acerquémonos con plena confianza al Dios de bondad" (Heb 4,16). No hay sufrimiento humano que Jesús no lo haya pasado. Así puede comprendernos por propia experiencia. Y nosotros podemos acercarnos a él, con toda confianza, seguros de su ayuda fraterna...