Poder corrupto e idolatría

Autor: José L. Caravias, S.J.

Hay una profunda conexión entre corrupción e idolatría, así como están indisolublemente unidos también corrupción y miseria del pueblo. En estos días de “año viejo corrupto” no estará mal aclararnos hasta qué punto la corrupción ha inficionado nuestra fe.

La corrupción hace perder el sentido de la verdad. Jeremías se preguntaba acerca de sus autoridades: “¿Perdieron su prudencia los inteligentes o se corrompió su sabiduría?” (Jer 49,7). Ciertamente la corrupción enturbia la inteligencia (Sab 4,11) y ahoga la verdad (Rm 1,18), especialmente la verdad acerca de Dios. El que vive de la corrupción, y por la corrupción escaló el poder, de ninguna manera consiente ser interpelado. Se niega a aceptar cualquier tipo de crítica. Y ello le lleva a la increencia en el Dios de la vida y a la invención de todo tipo de ídolos de muerte.

El poder corrupto aleja de Dios. Se dice en la Biblia acerca del rey Ozías que “su fama se extendió lejos porque fue prodigioso el modo como supo buscarse colaboradores hasta hacerse fuerte. Pero una vez fortalecido en su poder, se puso muy orgulloso hasta corromperse; y así desobedeció a Yavé, su Dios” (2 Cró 26,15s).

Pocos decenios antes del nacimiento de Jesús, en el libro de la Sabiduría encontramos estas sorprendentes afirmaciones: “La invención de los ídolos fue el origen del libertinaje; cuando aparecieron se corrompió la vida” (Sab 14,12). “Porque el culto de los ídolos infames es el principio, la causa y el fin de todo mal” (Sab 14,27). Y añade, con sorprendente realismo político: ”Por orden de los gobernantes, reciben culto las imágenes” (Sab 14,17).

La Biblia desenmascara con frecuencia las actitudes idolátricas de algunos gobernantes y cómo su mal ejemplo lleva al pueblo a correr tras ídolos inútiles. La corrupción política es siempre camino proclive hacia la idolatría, y la idolatría del poder lleva recíprocamente a una mayor corrupción. Este círculo vicioso gira vertiginosamente como espiral arrolladora, empobreciendo a las mayorías y enriqueciendo a unos pocos.

Este enfoque bíblico encierra una profunda experiencia religiosa. El Dios bíblico está situado en el extremo opuesto a todo lo que sea engaño, marginación y despojo del pueblo. El jamás apoyará a ningún corrupto en cuanto tal. Por ello los corruptos se inventan otros dioses, que sean condescendientes con sus actitudes, las justifiquen y las apoyen: ¡en eso consiste precisamente la idolatría! No se trata sino de un tranquilizante para conciencias corruptas. Por eso la Biblia une tan íntimamente idolatría y corrupción. Podríamos parafrasear a Marx afirmando que la idolatría es el opio del pueblo; y más aún el opio de los poderosos. Apoyados en sus “falsas ideas sobre Dios” (Sab 14,30), los corruptos pueden despreciar y pisotear al prójimo con conciencia tranquila.

“Todo es limpio para los limpios, pero para los incrédulos y manchados, nada es limpio: hasta la mente y la conciencia la tienen corrompidas. Pretenden conocer a Dios, pero lo niegan con su modo de actuar“ (Tit 1,15s).

No nos referimos a la gente que sinceramente dice no creer en Dios. Es probable que su decisión esté marcada por amargas experiencias de escándalos provocados por “creyentes”. Quizás echaron abajo creencias inservibles, que había que derribar, pero no supieron aun desarrollar una fe de nuevo cuño en busca del Dios de la vida, la verdad, la justicia y el amor. Donde se lucha por la justicia, ahí está Dios; donde hay amor verdadero hay presencia activa de Dios; aun cuando los portadores de justicia y amor no sean conscientes de su presencia.

La idolatría de los corruptos es algo diametralmente opuesto. Ellos se esfuerzan por presentarse como personas creyentes. Pero la imagen de Dios que quieren meter de contrabando por todos lados es mentirosa y corrupta como ellos mismos. Con falsas ideas sobre Dios pretenden tranquilizar sus conciencias, engañar al pueblo y legitimar sus sinvergüencerías.

En el pequeño apocalipsis de Marcos se anuncia que “el ídolo del opresor” será “instalado en el lugar donde no debe estar” (Mc 13,14). Y eso es lo que está sucediendo en nuestro tiempo. “El ídolo del opresor”, el dios de los corruptos, ha sido “instalado donde no debe estar”. Y hay que desenmascararlo y echarlo abajo.

No importa demasiado la religión que profesemos. Lo importante es ser honrados ante Dios, sin pretender manipularlo, ni usarlo como “alcahuete” de nuestras corrupciones. Todos los que buscamos con sinceridad al Dios de la vida debemos unirnos en una cruzada transparente de desenmascaramiento de la mentira… Pues si la herida de la corrupción se llega a cerrar en falso, estará envenenando para siempre nuestra vida pública.