Participación cuidadana y Corrupción

Autor: José L. Caravias, S.J.

 

Para que tenga éxito cualquier proyecto en contra del estado de corrupción que vivimos es imprescindible la toma de conciencia y la participación activa de la ciudadanía.

El pueblo es el que sufre los efectos negativos de la corrupción, pero en muchas ocasiones ni se da cuenta de ello. Son los poderosos los que conscientemente le sacan tajada a la corrupción. Entre unos y otros existe como una zona intermedia de encantamiento: los poderosos embrujan al pueblo, convirtiendo en invisible al monstruo de la corrupción; y a veces le ponen máscara de buenito presentándolo repartiendo migajas de bienestar a sus grupos más allegados. Así consiguen que la gran mayoría del pueblo no vea lo feo del monstruo y en algunos casos hasta que le tenga simpatía. Y los que logran medio vislumbrar la maldad del monstruo, generalmente viven asustados y piensan que no hay cómo combatirlo y vencerlo.

Realmente la gran mayoría de nuestro pueblo no tiene ideas claras de lo que es la corrupción, ni de los efectos perniciosos que produce en ellos mismos. Y los conscientes suelen estar paralizados por complejos de frustración e impotencia.

Es urgente crear conciencia de que la corrupción es un problema que nos afecta a todos. Y que es posible reducir considerablemente sus niveles actuales de impunidad. Los ciudadanos debemos sentirnos responsables de crear y tomar decisiones en este asunto tan vital para todos. Debemos esforzarnos en conocer la realidad, analizar todas las soluciones posibles y medir sus consecuencias. De esto dependerá la construcción de una democracia que nos incluya y en la que nos sintamos parte de su proceso en marcha.

El elevado grado de corrupción actual tiene efectos perniciosos a todos los niveles. Y el primero de ellos es el de la conciencia. Actualmente la gente desconfía de los beneficios del ser honesto. Nos cuesta establecer la relación que existe entre la corrupción y las cosas que el Estado no hace o hace mal. La sociedad en su conjunto se ve afectada por el mal funcionamiento del Estado, casi sin darnos cuenta de que grandes sumas de dineros públicos van a parar a bolsillos privados, en lugar de ir a los servicios públicos.

La gente con frecuencia está confundida y ya no sabe más lo que está bien y lo que está mal. El bien y el mal, la causa y el efecto, se están volviendo cada vez más difíciles de desenredar. Cantidad de autoridades pregonan y prometen un comportamiento moral, pero actúan inmoralmente, con lo que confunden a la gente y les enseñan a ser hipócritas. Las palabras y los hechos van por caminos opuestos.

Falta conciencia colectiva de que lo público es de todos. La hacienda pública es considerada o como lugar de nadie o como algo propio personal, y no como la casa de todos, que hay que construir y defender entre todos.

Los niños muchas veces no tienen en sus mayores un ejemplo que seguir. Y los adultos no comprendemos por qué debemos ser honestos cuando no lo son nuestros dirigentes. Frente a la corrupción mucha gente afirma que “ésas son las reglas de juego”, sin las que no se puede vivir. Y, de hecho, son muchos los que están resignados a seguir respirando siempre este ambiente nauseabundo.

Si el Estado está corrupto, no se puede esperar, como debiera ser, que el mismo Estado combata la corrupción. Y si un sector del pueblo opta por mal vivir a base de las migajas de la corrupción, tampoco de ellos así se puede esperar gran cosa. Pero será más fácil convencer al pueblo de que no le conviene la corrupción, que realizar lo mismo con los poderosos instalados en el poder, pues a ellos, en su egoísmo, sí les conviene la corrupción reinante. Existe, además, una gran cantidad de gente honrada, a la que sólo les falta un mayor grado de estímulo y organización.

Para detener la corrupción y poder luchar contra ella es imprescindible fomentar, a todos los niveles, la formación crítica de los ciudadanos. Debemos encontrar claves de por qué no nos conviene la corrupción; convencernos de que venciéndola todos viviremos mejor. La única esperanza es conseguir un pueblo consciente y organizado, capaz de controlar, denunciar y combatir eficazmente la corrupción.

Para ello es imprescindible poner en marcha una campaña seria de educación popular. El pueblo debe tener ideas claras acerca de este tema, al que tanta tinta de calamar se le ha echado encima. Debe poder dialogar y organizarse para realizar reclamos concretos. Y este control ha de poder realizarse por caminos institucionales. Necesitamos conseguir que se aprueben leyes por las que puedan correr, con una cierta normalidad y eficiencia, los reclamos populares.

Como fruto de estas presiones populares se ha de poder llegar a reformas estructurales. En nuestra sociedad no abundan los santos; por ello es imprescindible buscar la forma de controlar o evitar que los que quieran cometer actos de corrupción no los puedan realizar y, si lo hacen, sean castigados ejemplarmente. Así lo debe poder exigir un pueblo digno, consciente de sus derechos y obligaciones.