Optar por la justicia

Autor: José L. Caravias, S.J.

 

         Esta mezcolanza que se nos ofrece a diario de tantas denuncias de corrupción y tanto opa rei nos está produciendo un empacho inaguantable: náuseas, rabia e inapetencia; resignación, impotencia, deseos de “putear”… Son como oleadas nauseabundas, que van y vienen; ácidos que nos amargan la vida.

 A pesar de ello, hay que reconocer que es bueno mantener aun esa sensibilidad frente a la mezcla detonante de corrupción e impunidad. Pues mucha gente se ha acostumbrado ya a esos olores fétidos y viven tan tranquilos respirándolos a pleno pulmón. Cuando el ambiente apesta, es bueno mantener sano el sentido del olfato, pues en caso contrario corre uno el riesgo de morir asfixiado.

 Pero el que vaya perdiendo la rebeldía frente a las injusticias necesita un chequeo urgente, si es que quiere conseguir una vida sana. Quizás la mayoría de nosotros necesitemos este chequeo de nuestra salud ética ¿Que vigor tiene nuestra capacidad de detectar injusticias?  Volverse insensible ante la injusticia es una especie de SIDA, que nos deja sin defensas ante el virus pringoso de la corrupción.

 Pero el chequeo no puede contentarse con detectar inmunodeficiencia. Con una doble dosis de buena voluntad y sinceridad con uno mismo se puede averiguar si ya de hecho estamos infectados.

 Normalmente la corrupción empieza por detalles al parecer insignificantes. Si con facilidad ocultamos y justificamos pequeñas cantidades de plata ajena, señal de que estas células cancerígenas ya polulan por nuestras venas. Y si no le ponemos coto, pronto se adueñarán de todo nuestro ser.

 Las infecciones graves son fáciles de detectar, siempre que tengamos un mínimo de buena voluntad. Pero si nos empeñamos en ser ciegos, por supuesto que no veremos nunca las fealdades deformantes que nos van reventando por doquier.

 Si el corrupto no se reconoce corrupto, no es posible su curación. Toda enfermedad grave no aceptada y, por consiguiente, no tratada, mata a su víctima. Espeluzna escuchar las declaraciones de ciertos personeros de la dictadura pasada que hablan de sí mismos como si fueran angelitos. La desfachatez y la caradura llega en ellos a extremos trágico-cómicos. Algo parecido se puede decir de algunos caraduras actuales…

 La corrupción es un virus que ha conquistado hasta el aire mismo que respiramos. Se fomenta su inyección a todos los niveles, desde el más grande al más chico, desde el vuelto no entregado de un pasaje urbano hasta poderosos chorros coimeros en las hidroeléctricas. Se suele afirmar que hoy día para poder vivir hay que entrar por la argolla, y el que no lo hace es un tarado.. La corrupción ha tomado carta de ciudadanía entre nosotros: vale más el que la practica a lo grande y con elegancia. A través de ella se suben los peldaños del poder, del placer…, ¡y aun del “honor”!

 Se impone con urgencia una terapia a fondo. Habrá que investigar en serio, a todos los niveles,  cuáles son las causas que favorecen el desarrollo de la corrupción. Analizar con profundidad cuáles son sus efectos, a corto y a largo plazo. Y entrar en un proceso de purificación, paso a paso, realizado con seriedad. Se trata de una tarea interdisciplinar de gran envergadura.

 A corto plazo parece que no se pueden esperar resultados demasiado tangibles. Las soluciones radicales están muy por encima de nuestras fronteras. Pero el aporte de cada uno de nosotros es de suma importancia. No se llegará a soluciones eficaces a gran escala si no se empieza por conseguir personas y grupos sanos. En nuestro ambiente hay gente honrada, que no ha dejado que la corrupción carcoma su existencia. Pero necesitamos, pienso yo, más conciencia y una opción más radical. Además de una coordinación bien planificada e implementada.

 Es necesario poner en movimiento una gran marcha de personas que optan en serio por la justicia, con todas sus consecuencias. Que optan por ser honrados a carta cabal, cueste lo que cueste. Que están dispuestos a jamás aprovecharse de nadie, a pesar de las burlas de los infectados. Nada de corrupción, ni a pequeña ni a gran escala; aunque no se le vea el fruto inmediato… Gente que no aguante la corrupción, y sepa denunciarla y combatirla con firmeza, a pesar de las calumnias, la caradura y los juegos sucios de los corruptos. Gente que sabe ver a Dios en todo esfuerzo serio por construir la justicia; y se da cuenta de la ausencia de Dios en todo lo que sea corrupción.

 Sólo con personas que hayan optado seriamente por la justicia se podrá construir un país nuevo. Es necesario que tengamos dirigentes, a todos los niveles, de los que nos podamos fiar. Y grupos de pueblo  honrado a cabalidad, de manera que podamos construir todos juntos, confiadamente, una nueva realidad.

 Sólo así se podrán desenmascarar con eficacia las corrupciones reinantes.  Y, sobre todo, ir construyendo un mundo nuevo en el que reine una auténtica justicia para todos.