Maldito el que tuerce la justicia

Autor: José L. Caravias, S.J.

                                                                                      

 El tema de la justicia en los tribunales sale con frecuencia en la Biblia. Se ve que a Dios le preocupa el asunto.

 También por acá abajo nos preocupa bastante… El fallo de la Corte Suprema de Justicia ha puesto a hervir el problema. Se discute el tema con calor y hay opiniones para todos los gustos. Pero no se puede negar que desde el suelo de la realidad paraguaya se levanta un sordo clamor popular ascendente, que grita pidiendo un poder judicial nuevo, con gente decente…

 Por ello me ha parecido bien poner a disposición de los creyentes de buena voluntad una serie de textos bíblicos acerca de la justicia en los tribunales. Por desgracia, estos textos no son demasiado conocidos, pero espero que nos sirvan para reflexionar, aclarar ideas y rogar a Dios…

  En el libro llamado de los Jueces aparece esta figura del “juez” como alguien que en nombre de Dios se preocupa de hacer justicia a los oprimidos. No se trataba solamente de juzgar desde un tribunal, sino de hacer realmente justicia, liberando de hecho a los oprimidos de las manos de sus explotadores. Sería interesante leerse todo el libro. Como ejemplo podemos citar el versículo 16 del segundo capítulo: “Yavé hizo que se levantaran «jueces», o sea, libertadores, que salvaron a los israelitas de sus explotadores”.

 En los primeros textos bíblicos de tipo legislativo se dan a los jueces sabias normas de comportamiento. Veamos algunas: “Si eres juez, no hagas injusticias, ni en favor del pobre ni del rico. Con justicia juzgarás a tu prójimo” (Lev 19,15). “Los jueces examinarán minuciosamente, y si resulta que el testigo ha dicho una mentira, acusando falsamente a su hermano, le impondrán a él la pena que pretendía imponer a su hermano. Así arrancarás el mal de en medio de ti, porque los demás al saberlo temerán y no cometerán cosas semejantes” (Dt 19, 18-20).

 Los profetas atacaron con frecuencia la corrupción de los poderosos y de los jueces de su tiempo.

 Isaías denuncia a “los que hacen condenar a otro porque saben hablar y les meten trampas a los jueces a la puerta de la ciudad, y niegan, por una coma, el derecho del bueno” (Is 29,21).

  Amós, el profeta campesino, denuncia en nombre de Dios las realidad judicial de su época. Sus citas son abundantes. Veamos algunas: “¡Ay de ustedes, que transforman las leyes en algo tan amargo como el ajenjo y tiran por el suelo la justicia! Ustedes odian al que defiende lo justo en el tribunal y aborrecen a todo el que dice la verdad” (Am 5,10 ). “Yo sé que son muchos sus crímenes y enormes sus pecados, opresores de la gente buena, que exigen dinero anticipado y hacen perder su juicio al pobre en los tribunales” (Am 5, 12). “¿Galopan por las rocas los caballos o se ara el mar con bueyes, para que ustedes cambien en veneno el derecho o en ajenjo las sentencias del tribunal? (Am 6, 13 ).

 Miqueas hace una lastimera descripción de su sociedad, que desgraciadamente no está lejos de nuestra realidad: “Los creyentes han desaparecido del país, y entre sus habitantes no se encuentra ni siquiera un hombre justo. Sus manos son buenas para hacer el mal: el príncipe es exigente; el juez se deja comprar; el poderoso decide lo que le conviene. Su bondad es como cardo, su honradez peor que una hilera de espinos” (Miq 7,2-4).

 Pero los profetas no se dedicaban sólo a denunciar. Ellos sabían dar esperanzas también. Isaías anuncia la era mesiánica, en la que se promete una verdadera justicia: “Cuando se haya terminado la opresión, haya desaparecido el tirano, y se hayan alejado los que aplastan el país, entonces, el trono tendrá como base la dulzura y en él se sentará con confianza, bajo la carpa de David, un juez amante del derecho, y dispuesto a hacer justicia” (Is 16,5).

 Los libros sapienciales dedican también largos párrafos al tema. El Eclesiástico, por ejemplo, se deleita viendo a Dios como juez que sabe defender a los pobres: “El Señor es un juez que no toma en cuenta la condición de las personas; él no se deja influenciar por la situación del que perjudica al pobre…; no desoye la súplica del huérfano ni de la viuda cuando cuenta sus penurias” (Eclo 35,15-17).

 Los salmos recriminan con dureza a los jueces corruptos: “¿Hasta cuándo serán jueces injustos, que sólo favorecen al impío? Denle el favor al huérfano y al débil, hagan justicia al pobre y al que sufre, libren al indigente y al humilde, sálvenlos de las manos del impío” (Sal 82, 2-4).

 En el Nuevo Testamento se insiste en que a Dios no se le puede engañar, pues él, según la verdad de los hechos, ha de juzgarnos a todos.  “Todos hemos de comparecer ante el tribunal de Dios”  (Rm 14, 10;  Ap 18,8).

  En la carta de Santiago aparece un texto muy fuerte, en el que se acusa a los terratenientes que no pagaban un sueldo justo a sus jornaleros. Y se añade: “Son los ricos quienes los aplastan a ustedes y los arrastran ante los tribunales” (Sant 2,6).

 Se podrían dar bastantes textos más sobre el tema. Pero por hoy son suficientes. Si no, esto va a parecer un empedrado de citas bíblicas. Por lo menos espero que nos hayamos dado cuenta de que el tema de la justicia en los tribunales es frecuente en la Biblia, y que, por consiguiente, todos los que pretendemos creer en Dios con sinceridad, de ninguna manera debemos separar fe y justicia. La fe en el Dios verdadero lleva siempre a la justicia, a todos sus niveles. Una fe que lleve a cometer y justificar injusticias no es sino mera idolatría.

 No es de extrañar, pues, la maldición del título de este artículo: maldito el que tuerce la justicia; maldito de Dios y maldito del pueblo.  Dios quiere “que la justicia sea tan corriente como el agua, y que la honradez crezca como un torrente inagotable” (Am 5,24).