Los enfermos en tiempo de Jesús

Autor: José L. Caravias, S.J.

    

 

En tiempo de Jesús ciertamente había muchos enfermos. Los Evangelios dan testimonio de ello. Y la historia de la época también. Los duros impuestos a Roma y a la misma Judea habían dejado al pueblo en la miseria. Muchos campesinos habían perdido sus campos. Y en la más extrema escasez no es de extrañar la proliferación de enfermedades...


Pero lo más grave era que en aquella sociedad teocrática se miraba a los enfermos como castigados de Dios. Se pensaba que las enfermedades crónicas y, sobre todo, las deficiencias físicas, eran fruto de un castigo de Dios a causa de los pecados del enfermo o de sus antepasados. La ceguera, el defecto de una mano o un pie y especialmente todas las enfermedades de la piel eran consideradas enfermedades impuras, consecuencia de una maldición de Dios. Por ello el judío piadoso no debía compadecerse de esta clase de enfermos; debían ayudarles, pero con desprecio, ya que así pensaban seguir la misma actitud de Dios hacia ellos. A esos malditos de Dios, había que maldecidlos... El que los tocaba quedaba impuro, inhábil para dirigirse a Dios en la oración. Por eso se les prohibía entrar en las ciudades. Solo podían pedir limosna en las puertas de la ciudad o en los caminos. Y en el caso de los leprosos, o sea, todos los que tenían alguna enfermedad de la piel, no podían ni acercarse a los caminos, ya que se pensaba que si alguien los miraba contraía impureza legal; por eso se les obligaba a colgarse una campanita para que el que la escuchase desviara la vista y no quedase así impuro al verlo.


Decían las reglas de los esenios, piadosos monjes del tiempo de Jesús: "Los ciegos, los paralíticos, los cojos, los sordos y los menores de edad, ninguno de éstos puede ser admitido a la comunidad... Ninguna persona afectada por cualquier impureza humana puede entrar en la Asamblea de Dios..."
Jesús se reveló contra esta forma de pensar de su época, ya que encerraba dentro de sí un falsa concepción de Dios. En cierta ocasión, ante un paralítico, los discípulos le preguntaron que quién había pecado, él o sus padres, y Jesús les respondió que ninguno de ellos, que su enfermedad no era fruto de un castigo de Dios. 
Pero Jesús no se limitó a corregir verbalmente las falsas ideas sobre Dios. El, sobre todo, actuaba. En cierta ocasión, yendo por un camino, un ciego se puso a dar gritos pidiéndole misericordia. La gente le mandaba callar, ya que según su religiosidad aquel ciego, por ser un maldito de Dios, no merecía misericordia. Pero Jesús, en contra de la costumbre, se detuvo, conversó cariñosamente con el ciego y lo curó tocándole con su mano. Según las normas farisaicas, con este acto Jesús había quedado impuro, incapaz de hacer oración a Dios, ya que había conversado, tocado y curado a un maldito de Dios. Pero según el propio Jesús, con este acto, había alabado a su Padre Dios y se había acercado más a El.
Jesús no ve en los enfermos unos castigados de Dios, sino todo lo contrario, unos predilectos de Dios. Por eso dice que él había venido a sanar enfermos... Aquella multitud de enfermedades tenía unas causas muy distintas a la voluntad de Dios: eran fruto de unas condiciones socio-económicas injustas. Por eso él dedica una gran parte de su actividad a cuidar y curar enfermos. Así les demostraba el amor de Dios hacia ellos. Dios no quiere la enfermedad, sino la salud para todos sus hijos.
Con su comportamiento ante los enfermos Jesús es una vez más espejo de la bondad del Padre Dios para con todos sus hijos.