La justicia de Dios

Autor: José L. Caravias, S.J.

  

Cuando se habla de “justicia” en nuestro mundo de tradición grecorromana, normalmente nos referimos al cumplimiento de las leyes de nuestra nación. Se trata de la justicia “legal”, que se preocupa de dar a cada uno lo que, según las leyes de cada país, se considera que es su derecho.

La concepción bíblica de justicia es bastante distinta. La palabra hebrea para designar justicia (sedakah) es sumamente rica, difícil de traducir al castellano. En la Biblia se entiende por justicia la fidelidad a una relación con otras personas, a partir de una alianza previa. No está primariamente relacionada con normas jurídicas. Indica una actitud leal y constructiva respecto a la comunidad. La palabra sedakah se podría traducir como fidelidad, solidaridad con las personas o comunidades con las que uno se ha comprometido.

Se dice, por ejemplo, de David que “fue justo” porque rehusó matar a su enemigo Saúl cuando lo encontró indefenso, precisamente porque había establecida antes una alianza con él (1 Sam 24,17; 26,23). Es justa la persona que se esfuerza por conservar la solidaridad dentro de su comunidad. El hombre “justo” es el que siempre se porta adecuadamente con su comunidad (Sal 15). En el Antiguo Testamento, el ideal por el que debía luchar todo judío generalmente no era llamado santidad o bondad, sino justicia.

La tarea fundamental del juez bíblico era la de regir fraternalmente la comunidad y restaurar la solidaridad cuando faltaba (2 Sam 15,4). Los jueces, como Gedeón o Sansón, hacían justicia liberando a su pueblo de sus opresores. No dictaminaban, sino que restauraban la justicia luchando activamente para conseguir que fuera una realidad en sus comunidades.

Siguiendo esta tradición, la justicia de Dios, según la Biblia, no consiste en castigar a los malos y premiar a los buenos. Hablar de la justicia divina no debe llevarnos a pensar en un juez que condena a los transgresores de unas leyes. Dios es justo porque siempre se mantiene en actitud de respeto, de amor, de fidelidad; porque sabe perdonar de corazón; y comenzar siempre de nuevo…

 Las relaciones de Dios con sus hijos no se fundan en ningún tipo de ley, sino en su maravilloso amor gratuito. La justicia de Dios es el fundamento de su continua actitud de perdón. “La misericordia del Señor con sus fieles dura siempre; su justicia pasa de hijos a nietos” (Sal 103,17). El interviene en favor de los que reconocen con humildad sus infidelidades y sus problemas, y se fían totalmente de él, como amigo fiel que nunca falla.

La justicia divina está hecha de gratuidad y de fidelidad a sus promesas. Por eso el Segundo Isaías puede presentar a Yavé como “Dios justo y salvador” a un pueblo que había sido tan profundamente infiel a su alianza (Is 45,21). La tarea de liberar y restaurar es la tarea propia de la justicia de Dios (Jue 5,11).“Mi salvación durará para siempre y mi justicia nunca se acabará” (Is 51,6). Justicia y salvación de Dios son una misma cosa. Dios “juzga” a su pueblo salvándolo (Sal 48, 11.15).

 Según Jeremías, Dios y justicia están tan íntimamente interrelacionados, que practicar la justicia es conocer a Dios y conocer a Dios es practicar la justicia (Jer 22,16). La experiencia de construir la justicia es experiencia de Dios, pues se trata de respetar a cada ser humano como hijo querido de Dios y de ayudarle de modo que pueda vivir dignamente.

Dios es justo también respetando la libertad que nos ha dado. Él siempre está en actitud de ayuda. Pero jamás se impone a nadie. La fidelidad a un proyecto de amor no puede ser impuesta a la fuerza. Por eso respeta tanto nuestras decisiones. Aunque usemos mal nuestra capacidad de opción y de compromiso, él se mantiene siempre fiel a su actitud de ayuda, si es que se le acepta. Su proyecto es ayudarnos a crecer como personas, en amor, inteligencia, belleza, creatividad...

Dios no es paternalista. No realiza él directamente lo que es nuestras propia responsabilidades. No nos hace "los deberes", mientras nosotros "jugueteamos" como chiquillos caprichosos. Esto es parte de su justicia también. Él anda siempre dispuesto a animarnos y aconsejarnos, pero jamás a ser un metiche, alcahuete de nuestras irresponsabilidades. Es justo aun dejando a veces que nos rompamos nuestras caprichosas narices, cuando las metemos donde no debemos, a ver si así aprendemos...

Pero es Padre, todo amor, por encima de todo. Por eso su justicia acaba enderezando todo lo que nosotros torcemos. Muchas veces no sabemos cómo. Pero él es fiel a su amor y sabe cómo arreglárselas para que al final todo pueda contribuir para nuestro bien. A veces nos corrige, aun con dureza, pero siempre con cariño, buscando ayudarnos a crecer y a madurar.

 

Estás tan ajeno a todos los mecanismos del mal              porque ese no es un poder divino.

que ni siquiera castigas a los transgresores               Tu poder es amar sin medida

para no añadir violencia a nuestras violencias.               crear, sanar, perdonar

Tú no tienes, Señor, el poder de matar            y hasta triunfar de la muerte (Pedro Trigo sj).