Juro por Dios

Autor: José L. Caravias, S.J.

 

El segundo Mandamiento dice así textualmente en el libro del Exodo, capítulo 20, versículo 7: "No tomes en vano el nombre de Yavé, tu Dios, porque Yavé no dejará sin castigo a aquel que toma su nombre en vano".

Esto no se refiere a esas invocaciones corrientes que hacemos a Dios, casi sin darnos cuenta. Se trata de algo mucho más serio. El problema está en querer meter a Dios en cosas en las que El nunca entra.  Pero nombrar a Dios en asuntos sin importancia, pero normales y sanos, eso es buenísimo, pues a El le gusta estar en todo lo bello del mundo, por pequeño e insignificante que parezca.

Para entender en su justa medida este mandamiento es necesario colocarnos en el contexto en el que fue dictado.  El pueblo de Israel acababa de salir de una experiencia sumamente dura: la esclavitud de Egipto. Du­rante estos largos años ellos habían sido testigos de cómo el faraón les había oprimido duramente en nombre de sus dioses. Sintiéndose apoyados por Ra, Osiris o Amón, los faraones se declaraban dueños de todo el país, de las tierras, del pueblo, de su trabajo y de su producción. La invocación del nombre de los dioses encubría robos, injusticias y mentiras.  Ellos se sentían apoyados por sus dioses. Pero no se interesaban por saber si aquellos dioses eran verdaderos, ni menos aún si estaban de acuerdo con su modo de proceder. En la mente de ellos los dioses estaban sólo para servir a sus intereses.

Pero el Dios Yavé era diametalmente distinto. El era el Liberador de su pueblo, el que les había sacado con mano fuerte de las garras de los faraones, enfrentando aquellas creencias en los dioses falsos, justificadores del sistema opresor de Egipto. Yavé, por su proclama de presentación, se había colocado en el polo opuesto al de los dioses de los faraones:  "He visto la humillación de mi pueblo en Egipto y he escuchado sus gritos... He bajado para liberar a mi pueblo de la opresión de los egipcios.."  (Exodo 3,7-8). En este contexto reveló Dios su nombre: YAVE. Se trata de "El que es", el independiente, a quien nadie maneja, ni engaña; el que sólo se presta para favorecer la verdad, la justicia y el amor verdaderos. A El nadie le compra. No se deja manusear, ni encasillar...

Por ello, la peor cosa que puede suceder es que alguien utilice el nombre de Dios de la misma manera como el faraón lo usaba: para engañar, dominar y explotar al pueblo.  ¡No hay cosa más vil! Tan grave es, que mereció todo un Mandamiento especial.

El eje central de toda comunidad cristiana debe ser la fe en el Dios de la Biblia, que es el Dios de la vida, el Padre bueno que lo ha creado todo para que lo disfruten todos sus hijos: el Dios revelado en Jesús. Pero usar el nombre de Dios para hacer daño a alguien es la peor de las canalladas. Eso es usarlo en vano, o sea, inútilmente. Y como Dios es eficaz, nunca inútil, por eso se le ofende tanto así...

Es urgente reactualizar el alcance del segundo mandamiento. Pecan contra él los que juran par engañar o para hacer daño. Pecan los gobernantes que mienten y oprimen en su nombre. Se peca cuando en su nombre se bendicen armas para matar.En su nombre se exterminan a indígenas o se le destruye su cultura. El nombre de dios es pronunciado en vano por muchos  para justificar la opresión y para hacer que el pueblo continúe en la "casa de la esclavitud". Pero no se trata de Dios. Es un fantoche, un muñeco: ídolos inútiles y vanos. ¡Invenciones humanas!

En el fondo de todo esto se esconde una pregunta palpitante: ¿En qué clase de Dios creemos? ¿En el Dios de la Biblia, el Dios de Jesús, o en imágenes falsas de dios, dioses creados por nuestros intereses egoístas? ¿Buscamos el rostro resplandeciente del Dios vivo, verdadero y libertador, o inventamos dioses a semejanza de nuestra estrechez de corazón y de mente?