Jubileo: soluciones estructurales

Autor: José L. Caravias, S.J.

 

 

En la semana pasada buceábamos en la Biblia en búsqueda de las raíces que hacían nacer y crecer las actitudes del Jubileo. Decíamos que el espíritu del Jubileo nace de la fe en el Dios de la Biblia, fe en ese Dios que lo ha hecho todo para todos sus hijos y no quiere, por consiguiente, que nadie sufra necesidades vitales. La fe en ese Dios bíblico, que une a tres grandes religiones, judíos, cristianos y musulmanes, lleva a no aceptar como voluntad divina ningún tipo de opresión o marginación.

Los que nos confesamos creyentes en el Dios bíblico hemos traicionado muchas veces nuestra fe. Desde los tiempos de Moisés hemos entronizado "becerros de oro", intentando sustituir al Dios liberador por los burdos deseos de nuestros egoísmos o nuestras vulgaridades. Hemos manipulado la Biblia, haciéndole desear lo que ella nunca quiso expresar. Pero también, a lo largo de la Historia, se han ido desarrollando largas filas de profetas y comunidades que con toda honradez han buscado vivir en la práctica los ideales del Padre común de toda la humanidad.

Una de las corrientes más hermosas que se fueron desarrollando a través de la historia bíblica fue justamente la del Jubileo. Como naciendo de las profundidades de su fe, el pueblo judío fue inventando cantidad de prácticas, que poco a poco se convirtieron en costumbres y aun en leyes, para poder aliviar y solucionar el problema de la pobreza. Es admirable la inventiva de aquel pueblo para ayudar de forma estructural a los necesitados. No se contentaban con limosnas esporádicas. El ideal era que no hubiera pobres entre ellos. Y, en sus mejores épocas, se esforzaron en serio para que así fuera.

En primer lugar estaba la obligación de prestar dinero, sin intereses, al hermano en extrema necesidad, para que pudiera salir por sí mismo de su indigencia. Y en caso de que a los siete años no fuera capaz de pagar su deuda, había obligación de perdonarla, para que no quedara ahorcado.

Para los casos especiales de huérfanos, viudas y emigrantes, se les dejaba cosechar libremente alrededor de los linderos, y suya era también la rebusca después de cada cosecha. Pero a través de la Ley del Levirato se procuraba que no existieran viudas; así el problema se cortaba de raíz.

En aquellos tiempos en los que se consideraba como normal la esclavitud, Israel va estableciendo leyes que buscan humanizarla y aun suprimirla.

Una importancia especial se le da al descanso semanal, en contra de patronos abusivos. Pero también buscando un desarrollo de la vida familiar, cultural y religiosa. Hasta se ordena que se deje descansar a la tierra, con un profundo sentido de respeto, para que se pueda regenerar en sus cultivos. Y este descanso de la tierra tiene un profundo sentido social, pues los frutos producidos durante el año de descanso son designados a los empobrecidos.

El capítulo 25 del Levítico, fue escrito después del destierro, en una actitud de escarmiento para que no fuera posible volver de nuevo a los disparates de los acaparamientos pasados, que tantas desgracias les habían acarreado. En él se busca legislar de forma que no fuera posible de nuevo ni el acaparamiento de tierras o plata, ni la existencia de gente sin tierra y sin plata. Es la cumbre del ideal del Jubileo, en un intento serio de impedir de forma estructural el acaparamiento y la consecuente miseria. Aunque pocas veces se llevó a la práctica, su esfuerzo por intentarlo merece todo respeto.

De hecho, cada vez que el país entraba en crisis institucional, se buscaba volver de nuevo al espíritu del Jubileo. No se pretendía una copia servil del Levítico, sino de su espíritu creativo, que no se contentaba con limosnitas ni parches. Se trataba de esforzarse por cumplir de una forma realista el ideal de un reparto fraterno en las circunstancias concretas de cada época.

Uno de los pasajes más simpáticos en esta línea es el de Nehemías 5. Ya se habían olvidado los ideales de la vuelta del destierro, y de nuevo unos pocos estaban acaparando todas las riquezas del país. En aquella situación de miseria generalizada, se produjo un levantamiento popular, en el que tuvieron una participación activa las madres de familia. En sus protestas demuestran una creciente conciencia de su dignidad humana: "nuestros hijos no son diferentes a sus hijos..." Y un análisis muy realista del proceso económico que ha ido despojándoles poco a poco de sus bienes. Reclaman que para poder comer tuvieron que empeñar sus campos, pedir dinero prestado y al final perderlo todo. Ya sólo les queda venderse como esclavos o como prostitutas... Sus protestas consiguieron conmover la fe de gobernantes y prestamistas, de forma que se llegó a realizar un verdadero Año de Jubileo. Vale la pena degustar todo el capítulo...

Hoy en día no podemos pretender resucitar el Jubileo tal como se celebraba en la época bíblica. Pero su espíritu es de una tremenda actualidad. Necesitamos sentir en carne propia las necesidades de nuestros hermanos más necesitados. No podemos acostumbrarnos impasibles a ver por todos lados gente sin tierra, sin trabajo, sin formación y sin una casa digna. Una santa rebeldía tiene que indignarnos, de forma que nos ponga en actitud de trabajo constructivo en búsqueda de soluciones viables y permanentes. La pobreza hoy día es más solucionable que nunca.

Dejémonos de celebraciones piadosas románticas, y pongámonos los creyentes a pensar y trabajar en búsqueda de alternativas de desarrollo que puedan alcanzar a todos los hermanos. Esto sí será un auténtico trabajo ecuménico...