Jesús, un hombre de su tiempo

Autor: José L. Caravias, S.J.

    

 

Dios no se presentó en la historia como un liberador prepotente, ni como un gran señor, que desde las alturas de su comodidad, ordena la liberación de los esclavos. El bajó al barro de la vida, se hizo pequeño y conoció en carne propia lo que es el sufrimiento humano. "Se hizo en todo igual a los demás hombres, como si fuera uno de nosotros" (Flp. 2, 6-7). "Hizo suyas nuestras debilidades y cargó con nuestros dolores" (Mt. 8,17).


Según un dicho popular, el amor hace iguales. Y este amor grandioso e increíble de Dios hacia los hombres le hizo bajar hasta lo más profundo de nuestra humanidad. Compartió la vida del pueblo sencillo de su tiempo. Vivió, como uno más, la vida escondida y anónima de un pueblito campesino: sus penas y sus alegrías, su trabajo, su sencillez, su compañerismo; pero sin nada extraordinario que le hiciera aparecer como alguien superior a sus conciudadanos.


Los de Nazareth le llamaban "el hijo del carpintero" (Mt. 13,55) o sencillamente "el carpintero" (Mc. 6,3). 


Un pueblo pequeño no da para que un carpintero viva sólo de este oficio. Un carpintero de pueblo es un hombre habilidoso, que sirve para todo. Es al que se le llama cuando algo se ha roto en casa o cuando se necesita un favor especial.

 

 Jesús estaría verdaderamente al servicio de todo el que necesitase de El. Igual trabajaría con el hacha o con el serrucho. Entendería de albañilería; sabe cómo se construye una casa (Mt. 7, 24-27). Y sin duda alguna trabajó muchas veces de campesino, pues el pueblo era campesino. Conocía bien los problemas de la siembra y la cosecha (Mc. 4,3-8.26-29; Lc. 12,16-21). Aprendería por propia experiencia lo que es salir en busca de trabajo, cuando las malas épocas dejaban su carpintería vacía; El habla de los desocupados que esperan en la plaza sentados a que un patrón venga a contratarlos (Mt. 20,1-7). Habla también de cómo el patrón exige cuentas a los empleados (Mt. 25,14-27). O cómo "los poderosos hacen sentir su autoridad" (Mt 20,25); El también la sintió sobre sus propias espaldas.


Puesto que el pastoreo es uno de los principales trabajos de la región, seguramente Jesús fue también pastor. En su forma de hablar demuestra que conoce bien la vida de los pastores, cómo buscar una oveja perdida (Lc 15,3-6), cómo las defienden de los lobos (Mt. 10,16) o cómo las cuidan en el corral (Jn. 10-,1-16 ). Le gustaba llamarse a Sí mismo "el Buen Pastor" (Jn. 10,11).


Su forma de hablar es siempre la del pueblo: sencillo, claro, directo, siempre a partir de casos concretos. 


Su porte exterior era la de un hombre trabajador, con manos callosas y cara curtida por el trabajo y la austeridad de vida. Casa sencilla y ropa de obrero de su tiempo. Participó en todo de la forma de vida normal de los pobres. Supo lo que es el hambre (Mt. 4,2; Mc. 11,12), la sed (Jn. 4,7; 19,28), el cansancio (Jn. 4,6-7; Mc. 4,37-38), la vida insegura y sin techo: "Los zorros tienen su madriguera y las aves del cielo sus nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene en dónde reclinar su cabeza" (Mt. 8,20).


El conoció bien las costumbres de su época, señal de total encarnación en su ambiente. Es solidario de su raza, su familia y su época. Sabe cómo hace pan una mujer en su casa (Mt. 13,33), cómo son los juegos de los niños en la plaza del pueblo (lc. 7,32), cómo roban algunos gerentes en una empresa (Lc. 16,1-12) o cómo se hacen la guerra dos reyes (lc. 14,31-33). Habla del sol y la lluvia (Mt. 5,45), del viento sur (Lc. 12,54-55) o de las tormentas (Mt. 24,27); de los pájaros (Mt. 6,26), los ciclos de la higuera (Mt. 13,28) o los lirios del campo (Mt. 6,30).


¡En verdad que Dios se hizo en Jesús "uno de nosotros"! ¡Y nadie tiene más derecho a decir esto que los pobres del mundo!