Encarnación

Autor: José L. Caravias, S.J.

    

 

El misterio de la encarnación es el misterio clave de la fe cristiana, resumen y plenitud de la revelación de Dios. "El Verbo se hizo carne" (Jn 1,14). "Verbo" en la filosofía griega significaba todo lo divino, lo sublime, lo eterno, la perfección sin límites; "carne", en cambio, era el símbolo de lo despreciable, lo corruptible, lo pasajero, lo imperfecto. Las dos realidades eran irreconciliables entre sí: una negaba a la otra. Pero Juan afirma que lo eterno se convierte en temporal, que lo infinito se hace limitado, que el todopoderoso se queda débil... ¡Blasfemia para los piadosos e insensatez para los sabios! Pero maravillosa esperanza para los que creemos en el Amor...


Hasta que no aceptamos el misterio amoroso de la encarnación, persiste en nosotros la tendencia pagana de rechazar lo más profundo del mensaje de Navidad. Nos gusta romantizar el pesebre y presentar al Niño Dios rubito y gordito, ricamente ataviado. Así es más cómodo seguir viviendo egoístamente aislados. Pues acarrea serias consecuencias creer en una persona divina que nació y vivió pobremente y se comprometió hasta la muerte por defender la dignidad d e los pobres. Él “trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, actuó con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre” (Vaticano II, GS. 22). Cuesta creer que Jesús fue, al mismo tiempo, plenamente Dios y plenamente hombre.


Algunos teólogos sostienen que el pecado de los ángeles habría sido la no aceptación de la encarnación: ellos, que conocían perfectamente a Dios, se negaron a aceptar la encarnación, como cosa disparatada. Y es que esta "locura de Dios" (1Cor 1,25) sólo puede entenderse desde la perspectiva de la humildad del amor. 


¿Para qué y por qué se hizo Dios ser humano? Hombre completo, pleno, con todos los pasos normales de crecimiento y las vivencias propias de un humano. Se podría haber encarnado sabiéndolo todo, ya crecido, en la era de las comunicaciones masivas, con poderes extraordinarios… Pero no, "se hizo en todo semejante a nosotros", con nuestra mismas tentaciones, nuestros sufrimientos y nuestros problemas. Se hizo "carne y sangre", dolorosa, frágil y enfermiza. Mordió a plenitud la dureza de esta vida. 


¿Por qué lo hizo así? Porque "no vino a ayudar a los ángeles", sino a la raza humana. Por eso "tuvo que hacerse semejante en todo a sus hermanos" (Heb 2,17). 


Antiguamente Dios se había mostrado misericordioso, pero siempre desde arriba hacia abajo. Él podía vivir tan tranquilo en su cielo, y desde allá derramar sus dones a estos pobres mortales, pero sin tocarle a él el dolor ni la muerte. Por eso protestaron con rebeldía Jeremías, Habacuc y Job.


Pero Dios es amor, y el amor acerca a los amados. Dios, desde su grandiosidad, se acercaba todo lo que podía a sus criaturas humanas. Pero los humanos le echaban en cara a Dios su lejanía y dudaban de la efectividad de su amor.
Por eso, en reunión de familia, como dice San Ignacio en sus Ejercicios, decidieron que uno de los tres viniera a hacerse de veras hombre para poder sentir en carne propia las experiencias de los humanos. Así la familia divina llegaría a comprenderlos mejor, y los humanos, a su vez, sentirían a la divinidad más cercana y comprensiva. Pero era necesario que la experiencia fuera en serio: el Hijo tenía que hacerse realmente hombre, con todas sus consecuencias. Sin dejar de ser Dios, tenía que ser plenamente hombre.


La Carta a los Hebreos, primer tratado de Cristología, escrito alrededor del año 90, poco antes del Apocalipsis, aclara las razones de la encarnación en 2,14-18 y 4,15-16. Afirma que "tuvo que hacerse carne y sangre" (2,14) para poder hacer de puente entre lo divino y lo humano. Fue "probado por medio del sufrimiento"; y por eso "es capaz de ayudar a los que son puestos a prueba" (2,18). Él "no se queda indiferente ante nuestras debilidades, por haber sido sometido a las mismas pruebas que nosotros" (4,15).


"Por lo tanto, acerquémonos con confianza a Dios, dispensador de la gracia; conseguiremos su misericordia y, por su favor, recibiremos ayuda en el momento oportuno" (4,16).


Con toda seguridad podemos ya entrar en la intimidad de Dios, porque Jesús, a través de su carne, "inauguró para nosotros un camino nuevo y vivo" (10,19), "digno de toda confianza" (10,23).


Antes era difícil y tortuoso llegar a Dios. Desde la concepción y nacimiento de Jesús, el nuevo puente construido por él nos puede llevar a Dios de forma directa y segura. 


No podemos quejarnos ya de la lejanía de Dios. Él es amigo íntimo, que nos quiere y nos comprende porque ha pasado las mismas pruebas que nosotros. Y, si él las superó, sabrá ayudarnos también a nosotros a superarlas. Con toda confianza le podemos echar el brazo sobre el hombro y llamarlo compañero, chera'a, chamigo. Ésta es la gran noticia, siempre nueva y fresca, que trae el Niño Dios.


Lástima que a muchos esta " buena nueva" todavía no les ha llegado al corazón. "Vino a su propia casa, y los suyos no lo recibieron. Pero a todos los que lo recibieron, les concedió ser hijos de Dios" (Jn 1,11-12).


Celebremos en estas próximas Navidades la cercanía de Dios. Su amistad está llamando a nuestras puertas (Ap 3,20). Su perdón está al alcance de la mano. Y toda su respetuosa ayuda. Basta con decirle que sí. Pero un sí encarnado en la realidad de nuestras vidas, las propias y las del prójimo...