El que conoce a Dios practica la justicia

Autor: José L. Caravias, S.J.

  

El Dios de Jesucristo es Dios de justicia, que nos llama a construir la fraternidad en el mundo. En la tradición bíblica, al contrario que en la filosófica, Dios es más un Dios de hombres que un Dios de cosas. Por eso, creer en Dios no es primero creer en algún fundamento del ser, del que podría seguirse a modo de consecuencia moral la necesidad de practicar la justicia, sino que es creer en Alguien cuya función primaria en relación con nosotros es construir la justicia y exigirla. Por ello, pisotear la justicia interhumana se convierte en negación del mismo Dios. Esencia de Dios es ser justo; y esencia del ser humano, imagen suya, es ser constructor de justicia.

 Cuando Israel era un pueblo oprimido en Egipto, Yavé era el Dios liberador de la opresión que soportaba. Cuando Israel logró constituirse en un pueblo fraterno, Yavé siguió siendo liberador, pero precisamente de aquellos a quienes el mismo pueblo oprimía o marginaba: los huérfanos, las viudas y los extranjeros. En contraposición a los dioses falsos, que no son sino manipulables invenciones humanas, Dios no hace distinción de personas, ni puede ser sobornado. Y es precisamente esta radical imparcialidad de Dios la que le hace parcial hacia los empobrecidos: le resultan intolerables las discriminaciones con las que se enorgullecen y enriquecen los poderosos. Dios jamás es neutral: es totalmente parcial hacia la justicia. Pero la justicia entendida al ritmo de su corazón de Padre, que lo hizo todo para todos sus hijos.

 Creer en la resurrección de Jesús y de los justos no significa de ninguna manera creer sólo que Dios en la otra vida hará las oportunas compensaciones de los problemas propios de ésta. La resurrección es como el acto de protesta de Dios contra la injusticia de los que mataron a su Hijo y a sus hijos. Por eso, creer en la resurrección sólo puede significar asociarnos a esta protesta de Dios contra la historia pecadora de los que desprecian, roban, atormentan y matan a sus hijos. Dios se ha hecho solidario de los oprimidos y crucificados, y por eso los lleva a la plenitud de la vida.

La fe en la resurrección lleva a la solidaridad con los oprimidos, buscando eficazmente que vivan ya, acá y ahora, la vida digna que se merecen. No se puede creer en la resurrección, que es la protesta de Dios contra la injusticia, y al mismo tiempo seguir siendo cómplice de esa injusticia. Es que en la resurrección no se cree sólo con la cabeza o los sentimientos, sino con la vida y las obras; sólo así podemos unirnos al Dios que ama la vida.

 En este mundo de pecado, Dios es siempre interpelación hacia algo mejor: fuerza desintaladora que nos exige a todos amor y justicia a plenitud. Y nos estima en la medida en que estemos abiertos a este crecimiento en el amor fraterno.

 Dios no puede ser una idea en nombre de la cual el ser humano pueda despreciar a su semejante y arruinar la convivencia fraterna. El Dios cristiano es el que amó tanto a los seres humanos, que vino a hacerse uno de nosotros; y ama tanto a los empobrecidos que afirma que lo que les ayudemos a salir de su marginación es como si se lo hiciéramos a él mismo en persona. El Dios cristiano no se presenta como un agujero ideológico por donde evadirnos, sino como exigencia de compromiso político eficaz y, a la vez, como garantía de que ese compromiso vale la pena. Por ello, ya desde los comienzos del Cristianismo dijo San Ireneo que "la gloria de Dios es la vida de los hombres"; ésta es la justicia que Dios quiere: que todos los hombres puedan desarrollarse en una vida plenamente humana.

 El Reino de Dios sobrepasará las realizaciones concretas de la justicia de este mundo. Durante esta vida la tarea nunca estará del todo acabada, pero estamos seguros que Dios la ha de completar. A partir de lo realizado acá, se llegará, vencida la muerte, a la plenitud de la Justicia: Justicia al estilo de Dios, plena y para todos...

 Como comunicación de su amor libre y gratuito, Dios ha creado al hombre con capacidad de responderle de una manera semejantemente, libre y gratuita, por amor. Estamos llamados a la libertad creativa del amor, al estilo de Dios. Pero se trata de una tarea no terminada, sino en proceso de construcción. Y este trabajo a realizar por el ser humano a lo largo de la historia no es otro que el de construir la justicia según el plan de Dios. Esta es nuestra vocación.

 Dios se hace reconocer como Aquel que de tal forma se compromete con la humanidad, que nos invita a todos a realizar un compromiso semejante al suyo. Por ello nadie conoce a Dios, sino en la medida en que se entrega a construir un mundo justo. Nunca podremos conocer a Dios fuera de su relación con sus hijos. Creer es comprometerse. La fe en Dios exige justicia, según enseñó Amós. El que conoce a Dios construye la justicia, según experimentó Jeremías (Jer 22,16). El que sabe de Dios, ama la justicia, según afirmó Sabiduría (Sab 1,1). "Quien obra la justicia, ése ha nacido de Dios" (1Jn 2,29); en cambio, "el que no obra la justicia no es de Dios" (1Jn 3,10), dice Juan. Por eso es tan importante tener "hambre y sed de justicia", según Jesús (Mt 5,6); sólo así, si la ponemos en primer lugar, podremos ser saciados...

Por eso los jesuitas "describimos nuestra misión como un compromiso, bajo la bandera de la cruz, en la lucha crucial de nuestro tiempo: la lucha por la fe y la lucha por la jus­ticia que la misma fe exige".