El Dios en el que creo

Autor: José L. Caravias, S.J.

     

              


Así como los gobernantes deben hacer declaración de sus bienes antes de asumir sus cargos, así yo también, de una forma semejante, quiero confesar mi fe personal, sin pudor ni formalismos, como quien no tiene nada que ocultar. Quizás a alguien le sirva en esta Semana Santa para replantearse también él en qué clase de Dios cree.


Ciertamente me duele que se dude y se difame mi fe y mi buena voluntad. Yo soy pecador, como todo el mundo, y muchas veces mi orgullo me ha llevado a ser infiel a Dios y al pueblo. Pero, a partir de mi fragilidad, la fe en Dios ha sido siempre lo más íntimo y definitivo de mi ser. Sin fe no se entiende mi vida. La fe me ha dado luz y fuerzas para superar y trascender los muchos problemas de mi ya larga vida. La búsqueda y la experiencia de Dios han estructurado y dirigido mi vida. Me esfuerzo con tesón en distinguir entre el verdadero rostro de Dios y los muchos engañosos rostros idolátricos que se nos presentan por doquier.

 

 Experimentar vivencialmente a Dios y la dignidad sublime de todo ser humano es el horizonte hacia el que siempre he querido rumbear mi vida. Y esa vivencia me lleva a comprometerme con seriedad en la defensa y desarrollo de la vida de mis hermanos, especialmente cuando esa vida está disminuida y amenazada.


Pero pasemos ya a compartir la confesión de mi fe personal e íntima en Dios. No se trata de nada original, sino de un don de Dios que, puesto que viene de él, no tengo problemas en compartirlo con otros hijos de Dios, aun a riesgo de que algunos me malinterpreten. Espero que a la mayoría de mis lectores les sirva de estímulo Y ello sin dejar de respetar el derecho que tiene cada uno de creer en lo que quiera y como quiera. 


Creo en un Dios Papá bueno, siempre enteramente bueno (“ore Taita juky ete asy”), que nos quiere a todos por igual y que lo ha hecho todo para todos sus hijos. No creo en esos dioses “argeles” que premian a los buenos y castigan a los malos, que siempre tienen el palo alzado, que mandan el dolor para probarnos, que prefieren más a unos hijos que a otros, que hacen ricos a los ricos y pobres a los pobres…


Creo en el Dios que está presente y activo en todo lugar donde se busca y se realiza la justicia, la verdad y el amor verdadero. No creo, en cambio, en dioses que favorecen y blanquean cualquier tipo de injusticias, mentiras, desprecios y odios. No creo en el dios del dinero acumulado y del poder opresor.


Creo en el Dios que siempre respeta la dignidad y la libertad humana. Ofrece sus dones a todos, pero a nadie se los impone. Y ha puesto responsablemente la marcha de la historia en nuestras manos. Pero no creo en dioses que lo tienen todo fijamente previsto y predeterminado o que favorecen a sus devotos con milagritos que evitan el compromiso responsable de construir comunitariamente un mundo justo.


Creo en el Dios que ha creado un universo maravilloso, capaz de desarrollarse autónoma y evolutivamente, según las propias leyes que él mismo le dio al ponerlo en marcha. No creo en esos dioses que tienen que estar dando permiso cada momento para que llueva o no llueva, para que alguien se enferme o se cure, para que un terremoto destruya esta casa y salve a la otra…


Creo en el Dios que es misterio, al que se va conociendo poco a poco cada vez más de cerca, pero al que nunca podremos comprender del todo durante esta vida. Creo en el Dios que es enteramente libre, al que jamás se le puede encasillar ni encerrar en ideologías, guetos o santuarios. Nadie es dueño de él, ni se deja manejar por nadie.


Creo en el Dios que históricamente se encarnó en Jesús, a través de María, mostrando así su radical solidaridad con la raza humana. Se hizo en todo semejante a nosotros, compartiendo nuestros dolores y nuestras esperanzas. En Jesús nos dejó Dios una imagen viva de su amor solidario y respetuoso para con todos, pero especialmente para con los despreciados y empobrecidos.
Creo en Jesús, que es Dios y es hombre, imagen visible del Padre, nuestro único y auténtico Salvador, luz y fuerza de Dios. El es Señor del Universo y hacia él corre la Historia.


Creo que Jesús no sólo perdona nuestros pecados, sino que además nos posibilita crecer cada vez más en humanidad y conocer cada vez más de cerca al Padre; nos convierte en hijos legítimos de Dios, constructores y herederos de su Reino.
Creo que Jesús está hoy presente en todo ser humano, pero especialmente en los que sufren desprecio, marginación o cualquier tipo de miseria. Cuanto más y mejor ayudamos a los hermanos a crecer en humanidad más cerca estamos de Jesús y su Reino.


No creo en esas imágenes de un Jesús dulzón y afeminado, lujosamente ataviado, al que se le puede comprar su ayuda con cualquier tipo de práctica religiosa piadosa. No creo en el Jesús al que se le quite algo de humano o algo de divino.


Conocer, amar y seguir al Jesús histórico, plenamente Dios y hombre, triunfador de la muerte, presente activamente en la Historia, es la cumbre de mis ideales.
Creo en el Espíritu Santo como sabiduría y fuerza transformadora del amor del Padre y del Hijo.


Creo en las Iglesias donde se vive el perdón y la fraternidad que pide la fe en Jesús.


Creo en los sacramentos como signos visibles de la presencia consoladora y fuerte de Jesús.


Creo en las inmensas posibilidades de desarrollo de todo ser humano; creo en las capacidades de la inteligencia y el amor humanos; creo en la potencialidad del pueblo consciente y organizado; creo en el proceso de dignificación de la mujer; creo en la presencia de Dios en toda cultura humana, en la belleza, en el arte, en la expansión del universo… Todo ello es imagen creciente de Dios.


Creo en la amistad; amistades complementarias, multiplicadoras, fieles, sacrificadas, profundas y sinceras. Creo que en la amistad vive Dios… Creo en Dios amigo, siempre fiel, respetuoso y dispuesto a dar una mano.


Creo en la lucha contra todo dolor humano y al mismo tiempo creo que el dolor humaniza, sensibiliza ante el dolor ajeno y acerca a Dios. 


Creo en la fuerza del Resucitado, pero consciente de que la resurrección es para los crucificados.


Creo que la muerte no es sino el paso a la plenitud de la vida, en la que, como regalo de Dios, podremos desarrollar todas nuestras potencialidades, conoceremos a Dios tal cual es y construiremos una perfectas fraternidad.