Discernimiento comunitario sobre nuestra opción por los pobres

Autor: José L. Caravias, S.J.

Existen diversos tipos de opciones ante los pobres y diversas motivaciones para comportarnos con ellos de una o de otra forma. En el maremoto ideológico y cultural de nuestro mundo es fácil mezclar y confundir actitudes y motivaciones de muy diversa índole ante la realidad de la pobreza creciente de grandes sectores de la humanidad. Existen reacciones negativas, a veces muy crueles, frente a los pobres. Pero aun las positivas sufren dispersión, debilidad y confusión. Por eso es urgente hilar fino..

Antes de adentrarnos en estas reflexiones, dirigidas con cariño a los Misioneros de la Esperanza y a cualquier otro movimiento laical, debemos empezar esta primera etapa de nuestro discernimiento reconociendo el grado de confusión que con frecuencia sufrimos en las motivaciones y métodos de nuestra opción por los pobres; y posiblemente también la falta de generosidad ante el llamado que Dios nos puede estar realizando. Esta humildad de arranque puede ser básica para que nuestro discernimiento llegue a ser auténtico. Raíces de realismo y ramas de esperanza, bajo el sol ardiente de la presencia de Dios...

En cada comunidad puede ser que florezcan opciones distintas, según el carisma y la realidad de cada una. Yo acá les ofrezco mis frutos personales, después de largos años de cultivo. Por supuesto que respeto, admiro y me alimento también de flores y frutos distintos a los míos... Lo que yo les ofrezco es el resultado de mi experiencia, que espero les sea sabroso.

 

Moisés: Dios que llama desde los pobres

Nuestra opción cristiana por los pobres tiene sus raíces en la opción bíblica de Dios a favor de ellos. Después de las primeras experiencias de Abrahán, Isaac y Jacob, en las que ellos sienten la presencia de un Dios nuevo que les promete la bendición de hijos y tierra, y les exige fe en el cumplimiento de sus promesas, el segundo gran bloque bíblico de experiencia de Dios se centra en la vivencia de que ese Dios nuevo está presente en medio del dolor de los esclavos. Moisés siente la llamada de este Dios, que ve la humillación del pueblo, escucha sus reclamos y conoce sus sufrimientos.  Un Dios que baja para liberarlos de las manos de sus opresores, pero no realiza él solo ese proceso de liberación, sino a través de los creyentes que escuchan y aceptan su llamado: “Ve, pues, yo te envío; yo estaré contigo”.

Este paso en el proceso de revelación progresiva de Dios es básico para poder llegar a la experiencia de Jesús. El Primer Testamento va poniendo los hitos que marcan el camino ascendente hacia Jesús. De Moisés a Jesús hay un largo camino que no podemos dejar de recorrer si es que queremos realizar un discernimiento sincero de qué es lo que nos pide hoy Dios a nosotros frente a la realidad humillante de los pobres de este mundo globalizado. Detrás de tantos rostros mancillados hemos de ver siempre la presencia exigente de Dios. Sin esta perspectiva nuestras opciones pueden ser quizás sociológicas, pero les faltaría el cimiento de la fe en el Dios que ve, escucha y conoce los sufrimientos de su pueblo.

 

Dios que hace alianza con el pueblo

Este Dios nuevo, Yavé, el que está en medio de los esclavos, no se contenta con detectar sus graves problemas y ayudarles a liberarse de ellos; quiere además que ellos  mismos construyan un nuevo tipo de sociedad, alternativa opuesta a la esclavista.  No sólo les saca de la inmundicia, sino que además se alía con ellos: realiza con aquel pueblo recién liberado una alianza matrimonial. Él será su Dios y ellos serán su pueblo.

Como cimiento tienen un antimodelo: nunca más esclavos como en Egipto. Para ello hay que llegar a la tierra que mana leche y miel en la que sea posible una prosperidad fraterna para todos.  En primer lugar, Yavé ha de ser su único Dios; seguir a otros dioses equivaldría a volver a la esclavitud. En segundo lugar, la norma suprema de comportamiento mutuo había de ser la de un gran respeto a todos y a todo.  Respeto al trabajo y al descanso, respeto a los padres y a la esposa, respeto a la vida, a la pequeña propiedad, a la verdad...; y todo ello hasta el control de los deseos.

En nuestra opción por los pobres no podemos contentarnos con poner parches. Toda actitud paternalista a la larga es degradante. Nuestra opción ha de contribuir ante todo con la construcción de un nuevo tipo de sociedad, en la que todos puedan crecer como personas, como familias y como comunidades. No basta liberar; además hay que construir. Los bienes de Dios –toda la Creación- han de poder llegar de forma equitativa a todos los hijos de Dios. Ni beneficencia, ni paternalismos, ni menos aún dictaduras. La opción cristiana –al estilo bíblico- lleva siempre a la dignificación, a la justicia, a la prosperidad integral para todos...

¿Nos contentamos nosotros hoy con limosnas? ¿Queremos derribar, pero no sabemos construir lo nuevo? ¿Cuál sería la leche y la miel de nuestro mundo?

 

Jueces: Todos ayudan a todos, según necesidades

Josué comenzó este proceso repartiendo tierras según el número de miembros de cada familia. Sin una tierra donde vivir, sin un trabajo digno, es muy difícil el proceso de humanización que nos fraternice a todos. En tiempo de los Jueces el Pueblo de Yavé fue construyendo comunidades en las que todos se ayudaban a todos.  No tenían gobernantes fijos, ni ejército estable, ni sacerdotes propietarios, ni leyes de privilegios, ni acaparamiento del saber en manos de pocos, sino actitudes fraternas sinceras que les llevaban a comprometerse por los demás según las necesidades que se presentaban.

La opción de los pobres a favor de los pobres tiene que llevarles a construir comunidades y barrios profundamente solidarios en sus necesidades. La ayuda desde fuera jamás debe sustituir esta solidaridad de base, pues ello equivaldría a matarla.

Nuestro pueblo sufre complejos de inferioridad e inutilidad. Y si la ayuda externa favorece estos complejos, se les inflige el peor de los daños. No podemos remacharles sus sentimientos de que ellos de por sí no valen para nada. Por desgracia, éste es el resultado de muchas ayudas “cristianas” que se les ofrecen envueltas en papel celofán de lindos colores paternalistas, pero que esconden el veneno de la dependencia. Hemos de examinar seriamente qué dosis de veneno escondido puede que lleven nuestras ayudas...

¿Colaboramos o estorbamos a la realización de la Alianza que Dios quiere realizar con su pueblo? ¿Les ayudamos a progresar en grupo o los desclasamos egoístamente? ¿Los empujamos hacia la sociedad de consumo o les ayudamos a un crecimiento fraterno integral?

 

Profetas: Fe en Yavé y justicia social son inseparables

Con la instauración de la monarquía en el siglo X a.C. se rompe el modelo fraterno de sociedad que el pueblo bíblico vivió durante unos doscientos años.  Como les había avisado Samuel, con los reyes comienzan acaparamientos de tierras, impuestos crecientes, corrupción de la justicia y las consiguientes diferencias hirientes entre ricos y pobres.

En estas circunstancias surgen los profetas, hombres de experiencia profunda de Dios y de su pueblo. Ellos, como creyentes en Yavé que son, optan también por los pobres. Pero sus opciones, dadas las circunstancias, tienen características nuevas.

Su primera opción es la denuncia de las injusticias. Sienten el desagrado profundo de Dios ante las injusticias de los poderosos. Por eso, en nombre de su Dios, las denuncian con claridad y valentía. Y más bravamente en cuanto los injustos se muestran religiosos. Cometer injusticias sintiéndose apoyados por Dios es una blasfemia, una idolatría. Para los profetas es claro que la idolatría lleva a la injusticia y que las injusticias llevan a inventarse dioses falso que las justifiquen.

Amós y Miqueas son casos típicos de esta actitud. Para ellos está claro que fe en Yavé e injusticias son irreconciliables. Miqueas denuncia muy duramente a los que dejan sin nada a los demás. Y Amós ataca a los que viven muy cómodamente, sin faltarles nada, “y no se preocupan de la aflicción de mi pueblo”.  Los lujos son ofensivos a los ojos de Dios porque son ofensivos a los que no tienen ni lo imprescindible; provienen posiblemente de la explotación a los pobres y ciertamente marginan a los pobres, al no emplear esos recursos en ayudas solidarias. Más tarde Jeremías insistirá de nuevo en que el conocimiento de Dios se demuestra practicando la justicia.

Su conocimiento vivencial de Dios les hace denunciar también al culto ostentoso que esos poderosos realizan en los grandes santuarios, como queriendo aplacar directamente a Dios, sin tener que pasar por la atención a los pobres. Es una nueva forma profética de optar por los pobres, denunciando el culto falso que se pretende dar a Dios sin tener en cuenta sus sentimientos de solidaridad para con todos, especialmente con los marginados. El único culto que agrada a Dios es la ayuda a los necesitados. Esta actitud la encontramos claramente en Isaías.

La opción por los pobres les lleva a los profetas, pues, a denunciar injusticias, lujos y cultos hipócritas. Pero les lleva también a acercarse a los pobres en actitud de ánimo y consuelo. Se muestran solidarios con ellos. Es más, con frecuencia ellos mismos son pobres y actúan, por consiguiente, desde dentro de ellos. 

El consuelo mayor que dan los profetas a los pobres es anunciarles el rostro auténtico de Dios. Desenmascaran las imágenes castigadoras que les predican los poderosos y les muestran una presencia cercana, misericordiosa y consoladora de Dios. Oseas, allá en el siglo octavo, es el primero que presenta el rostro de un Dios misericordioso, sufriente con las infidelidades de su pueblo, pero siempre dispuesto a perdonarlo, con tal de que se acerquen a él con humildad.

Profetas consoladores por excelencia son el segundo Isaías y la segunda parte de Ezequiel, los dos durante el destierro de Babilonia, que optan por los desterrados porque experimentan que Dios está en medio de ellos queriéndolos consolar.  Ya pasó el tiempo de la purificación, y ahora Yavé les confiesa con profusión su amor materno, cercano y esperanzador: “Vales mucho a mis ojos... Te tomo de la mano... No mires con desconfianza... Nunca me olvidaré de ti...”

También nosotros debemos examinar con frecuencia qué tipo de Dios le presentamos a los pobres.  Aun de buena voluntad, le podemos estar dando imágenes falsas, impregnadas de resignación, pasividad y fatalismo, diosesillos enemigos del desarrollo y la felicidad. Puede ser que les conduzcamos hacia espiritualismos desencarnados, moralismos estrechos, fanatismos fundamentalistas, guetos cerrados... Ellos, tan pisoteados, necesitan vitalmente sentirse comprendidos, perdonados, animados y consolados por Dios. Saber transmitir esta Buena Nueva es parte esencial de nuestra opción preferencial por los pobres.

 

La sabiduría del pueblo es sabiduría de Dios

En la cultura popular germinan con facilidad semillas que son de Dios, y hay que saber detectarlas, defenderlas y cultivarlas. Éste es el mensaje de los libros llamados Sapienciales, los últimos del Primer Testamento.

A partir del siglo VI, el pueblo de Judá perdió su independencia política. Los nuevos imperios opresores –Babilonia, Persia, Helenismo- tenían muy lejos sus centros de poder. La opresión ahora no era tan brutalmente violenta, pues la realizaban más que nada por una disimulada, pero profunda, invasión cultural. Las costumbres y enfoques de los imperios de turno fueron entrando en las mentes y en las vidas de los creyentes en Yavé, de forma que paulatinamente casi llegaron a perder su identidad cultural. Y si un pueblo pierde la identidad de su cultura, casi automáticamente pierde también su fe, pues la cultura es como el cable por el que corre la corriente de la fe, que proporciona la luz y las fuerzas necesarias para poder luchar por una vida digna.

Los Sapienciales del pueblo de la Biblia se esfuerzan por revitalizar sus valores culturales en peligro. Y además examinan con ojos críticos las nuevas culturas advenientes, discerniendo a la luz de la fe sus valores y antivalores, de forma que puedan asimilar algunas de las novedades positivas que traen. Por ello pensamos que los libros sapienciales son de una gran actualidad, pues nuestro mundo sufre también de terribles invasiones culturales, que están destruyendo nuestra identidad y nuestras creencias. Estos libros pueden ayudarnos a revitalizar lo mucho bueno de nuestras tradiciones, y al mismo tiempo pueden empujarnos también a purificar algunas de nuestras mentalidades y actitudes negativas.

Veamos algunos ejemplos de dignificación de entonces, en buena parte aplicables a nuestra realidad de hoy. Ante un ambiente materialista despreciador del matrimonio, el Cantar de los Cantares insiste bellamente en el cultivo del enamoramiento de la pareja como elemento básico de estabilidad. Ante rebeldías crecientes por el sufrimiento del inocente, el libro de Job rechaza la idea de un Dios castigador, acepta las rebeldías de los sufrientes y profundiza en el misterio de Dios. Ante el desprecio ambiental en contra del trabajo en el campo, Proverbios y Eclesiástico insisten en la belleza y la dignidad del cultivo de la tierra. Ante la búsqueda desenfrenada de placeres, Qohélet identifica al trabajo como el camino de la realización humana, y otros refraneros desprecian con vehemencia a los ociosos, “que viven sin hacer nada”.

La sabiduría del pueblo es elevada a la categoría de participación de la sabiduría de Dios. Se exaltan de una forma especial los valores de la amistad fiel y sincera, frente a la hipocresía y traiciones del ambiente. Ante el machismo reinante, se alaba el protagonismo y valentía de mujeres como Rut, Ester o Judit, y se va haciendo una dignificación progresiva de la mujer. Se promueve una austeridad digna en el nivel de vida, frente al consumismo fomentado por las grandes potencias. Se alaba y fomenta el sentido común del pueblo, al juzgar los graves problemas sociales que le atormentan.

Durante esta época sapiencial, está muy activo el movimiento de “Los pobres de Yavé”. Se trata de  grupos de campesinos prósperos que viven con integridad su fe en Yavé. Sienten la presencia amorosa de Dios en medio de ellos, y en él depositan toda su confianza. No se fían de los poderosos, sino en su fe, sus costumbres y su unidad. Se dan cuenta que la nueva sociedad que quieren construir, después de la cruel dictadura de Manasés, ha de surgir de ellos mismos, que se proponen no creer mentiras ni decirlas ellos mismos, no hacer injusticia ni consentirlas, pues sólo así llegarán a poder comer y descansar en paz. Representantes de esta corriente son el profeta Sofonías, las novelitas de Rut y Jonás y muchos de los hermosos salmos de confianza en Dios.

Se podría ampliar estas listas. Pero lo importante es darnos cuenta qué aportan estos libros para calibrar nuestra opción por los pobres. Ciertamente es de suma importancia que nos aseguremos que nuestra acción entre los pobres de ninguna manera sea algo parecido a una invasión cultural. Si no hilamos con finura en nuestro autoexamen, con demasiada facilidad caeremos en actitudes de desprecio e invasión. Es imprescindible que vayamos conociendo y estimando sus valores, de forma que podamos ayudarles a crecer en ellos. Tenemos que acercarnos a los pobres conscientes de que no sólo les vamos a enseñar y ayudar en algo bueno, sino que además podemos aprender mucho bueno de ellos, quizás en mayor medida en la que nosotros les podamos aportar a ellos...

Terror debemos de tener a acabar siendo de nuevo invasores y destructores de su cultura. Terror a que nuestra acción paternalista aumente sus complejos de inferioridad e inutilidad. Horror a que, aun con la mejor voluntad del mundo, acabemos haciéndoles daño. Nuestra misión no es llenar su “cabeza vacía” con ideas nuestras, sino ayudarles a que crezcan los muchos valores que ya poseen, aunque sea en semilla o quizás en plantita.

Experimentar los valores del pueblo, sin romanticismos; respetar siempre sus organizaciones; contar para todo con ellos; dialogar sin cesar; y así, ayudarles a expresarse y discernir: qué mantener y hacer crecer, qué rechazar y qué de lo nuevo podrían asimilar... La pedagogía de Paulo Freire nos puede ayudar en ello. Nuestro pueblo necesita mucha ayuda técnica, pero que no le anule, sino que le ayude a crecer.

 

Jesús opta por los despreciados

Como plenitud de la historia, “el Verbo se hizo carne”.  Dios opta por los pobres humanos, tan necesitados de comprensión y ayuda. En un acto de solidaridad absoluta, que sólo él, poderoso en el amor, podía realizar, “se hizo en todo semejante a nosotros”. Así fue posible que el todopoderoso experimentara las limitaciones de la carne, y pudiera así comprendernos en igualdad de condiciones. Se hace compañero, amigo, hermano. Tanto, que puede ahora invitarnos a acercarnos a él con toda confianza, seguros de que nos comprende y nos puede ayudar en serio, si es que realmente aceptamos su cercanía.

La encarnación de Dios en Jesús es el centro neurálgico de la fe cristiana y el paradigma definitivo en nuestro discernimiento. Es difícil creer en serio que Jesús fue Dios y hombre de una manera real, simultánea y completa.  Las tentaciones de los cristianos han rondado siempre en pretender quitarle a Jesús algo de Dios o algo de hombre. Pues aceptar de veras la Encarnación tiene consecuencias muy serias para enfocar nuestras actitudes ante los pobres.

Jesús asumió en sí a toda la humanidad. Se hizo de los nuestros de forma que todos somos ya de los suyos. Somos de Jesús, todos los humanos, aun los que no lo conocen, miembros de su casa, partícipes de su alegría y su gloria, herederos de todas sus bellezas. No existe ningún ser humano de quien Jesús no se haya hecho solidario. El Dios de Jesús ya no pertenece a ningún pueblo concreto, ni a ningún grupo o sector, sino a toda la humanidad.

El Jesús histórico sufrió, luchó y gozó una vida mortal igual en todo que nosotros. Y entonces, con sus palabras, sus actitudes y sus hechos, optó siempre por la cercanía afectiva y la solidaridad efectiva con todos los despreciados y necesitados que se cruzaron en su camino. Pero es más: él aseguró que cualquier favor que a lo largo de la historia tributemos a uno de sus hermanos más pequeños, se lo realizamos a él mismo en persona. Y eso, “hasta el fin del mundo”.  Por eso, después de Jesús, la opción por los pobres se radicaliza y se profundiza hasta extremos jamás soñados antes.

En el Primer Testamento ya estaba clara la opción de Dios por los pobres, y el consiguiente compromiso que exigía para poder implementar una alianza con él. Optábamos porque él así lo hacía y así lo pedía.  Pero Jesús da un nuevo paso grandioso. Él afirma su presencia sufriente y triunfante en cada ser humano. Se metió dentro de todo tipo de dolor humano, y ahora, nosotros, al optar por los sufrientes, debemos aprender a ver en ellos el rostro del mismo Jesús en persona. Delicadamente, respetuosamente, eficazmente..., llenos de esperanza, pues es Jesús mismo el que recibe nuestras atenciones y el que completa nuestros triunfos. Siempre, además, recibiremos el retorno agradecido de Jesús, que nunca se deja ganar en generosidad.

Es interesante recordar que este mensaje lo repitió Jesús insistentemente. Él afirma su presencia en los hambrientos y sedientos, en los sin ropa y sin techo, en los enfermos, en los encarcelados, en los niños, en las reuniones, en los apóstoles, en los débiles, en los perseguidos, en la Eucaristía, en la Palabra...  De hecho, en su vida, trató a todo el mundo sin acepción de personas. Buscó, atendió, dignificó y defendió a todos los despreciados de su época: a niños, a mujeres, a enfermos, a extranjeros, a mendigos, a pobres y a ricos, a todos los que le mostraron un corazón sincero...

Los documentos de Puebla actualizan así la presencia de Jesús:

“La situación de extrema pobreza generalizada, adquiere en la vida real rostros muy concretos en los que deberíamos reconocer los rasgos sufrientes de Cristo, el Señor, que nos cuestiona e interpela:

Rostros de niños, golpeados por la pobreza desde antes de nacer, por obstaculizar sus posibilidades de realizarse a causa de deficiencias mentales y corporales irreparables, los niños vagos y muchas veces explotados, de nuestras ciudades, fruto de la pobreza y desorganización moral familiar.

Rostros de jóvenes, desorientados por no encontrar su lugar en la sociedad; frustrados, sobre todo en zonas rurales y urbanas marginales, por falta de oportunidades de capacitación y ocupación.

Rostros de indígenas y con frecuencia de afroamericanos, que viviendo marginados y en situaciones inhumanas, pueden ser considerados los más pobres entre los pobres.

Rostros de campesinos, que como grupo social viven relegados en casi todo nuestro continente, a veces, privados de tierra, en situación de dependencia interna y externa, sometidos a sistemas de comercialización que los explotan.

Rostros de obreros, frecuentemente mal retribuidos y con dificultades para organizarse y defender sus derechos.

Rostros de subempleados y desempleados, despedidos por las duras exigencias de crisis económicas y muchas veces de modelos de desarrollo que someten a los trabajadores y a sus familias a fríos cálculos económicos.

Rostros de marginados y hacinados urbanos, con el doble impacto de la carencia de bienes materiales, frente a la ostentación de la riqueza de otros sectores sociales.

Rostros de ancianos, cada día más numerosos, frecuentemente marginados de la sociedad del progreso que prescinde de las personas que no producen”  (31-39).

La fe en la presencia de Jesús en ellos afina y cualifica todas nuestra posibles opciones sociológicas. De ninguna manera la fe disminuye o desvirtúa nuestras ayudas y colaboraciones, sino todo lo contrario: las multiplica, las intensifica, las cualifica... Ver a Jesús en los pobres ha de convertirse en luz y fuerza realmente revolucionarias. Nos ha de hacer llegar más lejos que nadie, con “parresía”, que es esa mezcla de atrevimiento, creatividad y valentía, propias de todo seguidor auténtico del Crucificado-Resucitado.

Ante el estancamiento, y aun marcha atrás, de los problemas de los pobres en el mundo actual, es imperativo el compromiso mancomunado, atrevido, sumamente creativo, de los que creemos en Jesús. Junto con toda la gente de buena voluntad. Pero debiéramos destacarnos en primera fila, cosa que por desgracia no suele suceder. Mas bien, muchos cristianos nos especializamos en recomendar recetas fáciles, parches inseguros, espiritualismos ineficaces, componendas e hipocresías. Si realmente algunos queremos en serio optar por los pobres al estilo de Jesús necesitamos muchísimo más atrevimiento, por encima de nuestras seguridades y aun de nuestra propia vida: “Ámense tal como yo les he amado”.

Conociendo las personas y los oficios más despreciados en tiempo de Jesús, tendríamos que realizar una lista con las personas más despreciadas en nuestro tiempo, y con ellos como telón de fondo, discernir qué nos pide él a cada uno de nosotros, a nuestras familias y a nuestras comunidades. Con el realismo de él y con un amor semejante al suyo.

 

Las primeras comunidades optan por ser austeras y solidarias

En los primeros tiempos, cuando la sangre de Jesús aun estaba fresca, sus seguidores se esforzaban intensamente por conocer todo lo que Jesús dijo e hizo.  Actualizar su memoria en el servicio a los pobres fue una de sus banderas de actuación. De tal manera ven a Jesús en el hermano, que nadie que tuviera riquezas de este mundo podía acapararlas egoístamente, pues sentía que Jesús estaba esperando su ayuda. Ni poseer más de lo necesario para poder vivir dignamente, ni consentir que nadie sufriera necesidades extremas. El ideal de Deuteronomio 15,4 de que no debiera haber pobres en medio de ellos, se empieza a cumplir en aquellas primeras comunidades, en las que no había ningún necesitado, como cuentan los Hechos.

Pablo, después de su encuentro tan vivencial con Jesús, que se le hace presente en sus mismos perseguidos, opta por una vida de obrero-predicador.  A partir de entonces abandona sus privilegios y se sustenta sólo a base de su trabajo de tejedor. Exige que todo creyente en Jesús trabaje, aunque no le haga falta, para poder así ayudar a los necesitados, de forma que en las comunidades de los que siguen a Jesús no existieran ni privilegiados ni necesitados extremos, sino “una cierta igualdad” entre todos.  Pero da muy duro a los que “viven sin hacer nada”, aprovechándose de la solidaridad de los demás. Su mandato es tajante: “El que no quiera trabajar, que no coma”.

Sería importante examinar las limosnas individualistas que damos a veces a gente pedigüeña, con las que no conseguimos sino mantener estados de pobretería deshumanizante. Las ayudas de las primeras comunidades eran en comunidad; y se tenía mucho cuidado en no fomentar con ellas actitudes limosneras ociosas. Una cosa muy distinta es el que no puede trabajar y otra el que no quiere trabajar...

En la carta de Santiago se recrimina duramente a los que en las asambleas cristianas dan puestos de honor a la gente importante. La opción por los pobres lleva a no hacer acepción de personas, pues ante Dios todos gozamos de la misma dignidad. Pero Santiago va más lejos al afirmar que “Dios eligió a los pobres de este mundo para hacerlos ricos en la fe”.

En el Apocalipsis se opta de una forma especial por los pobres perseguidos a muerte. En él se da una cosmovisión cristológica a los que sufrían aquellas graves amenazas y torturas durante el imperio de Domiciano. Algo que angustia muchísimo a los torturados es entender qué está pasando con ellos, por qué les sucede todo eso y la angustia de su futuro. Con el Apocalipsis comprenden que sus males no les vienen de Dios, sino de “las bestias”  autoridades del imperio, que han de acabar en una ruina total.

Con el Apocalipsis los perseguidos encuentran en el Resucitado su consuelo y esperanza. Sienten que Jesús está con ellos, es su compañero, y que lo mismo que Jesús triunfó, ellos van a triunfar también junto con él. “No teman nada, soy yo...”  Comprenden por qué sufren y hacia dónde van caminando con la valentía de su perseverancia.

En nuestro mundo existen muchos sufrientes que se sienten perdidos porque no saben de dónde le vienen los tiros, ni a dónde van a acabar parando. No le encuentran sentido a la vida, y desean a veces acabar con ella. Decepción, escarmiento, pesimismo radical, complejos sin fin... Escapismos, quemeimportismo, drogas de todo tipo, químicas o espirituales... Una opción maravillosa que realizó el autor del Apocalipsis fue la de ayudarles a dar sentido a sus sufrimientos y llenar sus vidas de consuelos y esperanzas. Para ello les presenta una visión maravillosa de Cristo triunfante, Señor de la Historia y del Universo.

Quizás Jesús sufriente en los muchos acomplejados angustiosos de nuestro mundo nos esté pidiendo una mayor cercanía, mucho más cariñosa y eficaz. Opción especializada de sicólogos y pastoralistas... Pocos consuelos puede haber tan lindos como ayudar a los desubicados con los que nos rozamos a diario a reencontrarse consigo mismos y con su mundo. También ellos necesitan su Apocalipsis, pero tiene que haber quien sepa presentárselo... Quizás algunos de nosotros estemos llamados a esta misión de saber consolar a los sufrientes...

 

La opción por los pobres de los Santos Padres

Conservamos bastantes escritos de los santos de los primeros siglos del Cristianismo, a quienes llamamos “Santos Padres”. En ellos podemos admirar una fuerte insistencia en que Jesús espera ayuda en las personas de los pobres. Y a consecuencia de ello remarcan el derecho de todos a una vida digna, y para poderla conseguir combaten con fuerza los lujos y las grandes propiedades.

La predicación de estos primeros siglos era muy clara y exigente.  Tanto, que la mayoría de estos santos, muchos de ellos obispos, ataca el derecho de propiedad privada como contrario al plan de Dios.  Las citas sobre ello son abundantes. Argumentan que puesto que Dios lo ha hecho todo para todos sus hijos, nadie tiene derecho a poseer más de lo que necesita para vivir dignamente.  Todos los seres humanos tenemos la misma dignidad y los mismos derechos. Por eso afirman con insistencia que la propiedad privada excesiva es injusta, origen de las divisiones y de las luchas sociales. No es el momento de acumular citas, que se pueden encontrar en cualquier manual de Doctrina Social de la Iglesia. Si aun no las conocemos, vale la pena insistir en citas de San Jerónimo, San Basilio o San Ambrosio.

En este camino que estamos recorriendo buscando luz para discernir sobre la opción por los pobres, podemos sacar ahora provecho insistiendo en el Proyecto de Dios acerca del reparto de los bienes que él mismo ha creado para todos sus hijos; y en la centralidad de Jesucristo presente siempre, suplicante, en el corazón de los problemas sociales. No puede existir un proyecto de vida cristiana sin tener en cuenta los problemas acuciantes de los marginados de nuestra época, en los que nos espera Cristo. Prescindir de ellos es una grave hipocresía, como lo denunciaba San Juan Crisóstomo.

Quizás Jesús llame de una forma especial a profesionales del Derecho, en defensa de sus intereses. Blasfeman los que defienden grandes propiedades privadas en nombre de la sacralidad de la propiedad. Puede ser que Jesús tenga mucho que decir, defender y luchar por boca de abogados que crean de veras en él. Millones de seres humanos no disfrutan hoy día ni de un mínimo de propiedad en el que vivir o morir dignamente.  ¿No escuchamos en sus clamores la llamada doliente de Jesús?

 Optar por los pobres donde y como Jesús nos llama en nuestro tiempo. Éste es el criterio eterno de discernimiento... En los primeros siglos, profetas decididos supieron responderle. ¿Y nosotros?

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Puesto que este escrito lo redacto en Latinoamérica, quiero mencionar también a los Santos Padres del comienzo de la evangelización en este continente. Se trata de una serie de obispos agrupados alrededor de Bartolomé de las Casas. Ellos sintieron también con mucha fuerza la presencia de Cristo sufriente en los indígenas esclavizados y masacrados.

Bartolomé de las Casas escribe en uno de sus viajes a España: "Yo dejé en las Indias a Jesucristo, nuestro Dios, azotándolo y afligiéndolo y crucificándolo, no una sino millones de veces”... "Vi que el dios... que se enseñaba es: dadme oro, dadme oro".

Esta rebeldía, "desde los Cristos azotados de las Indias", es la que anidó en lo más profundo del ser cristiano de algunos misioneros venidos a América en aquellos primeros decenios. Ellos supieron oír el clamor que subía al cielo. "Parescen estas tierras más tierra de Babilonia que de D. Carlos, que es cierto que son más fatigados que los israelitas en Egipto", dice fray Bartolomé. Y fray López de Solís, obispo de Perú: "Los clamores destos naturales por los grandes y muchos agravios que reciben de los españoles les llegan a los oídos de Dios".

A partir de este espíritu, cantidad de religiosos levantarán su voz de defensa del indio, con el escándalo y los ataques de la mayoría de los "conquistadores". Optaron decididamente por el indio, como Vasco de Quiroga, que se proclamaba a sí mismo "más obispo de los indios que de españoles"; o con Cristóbal de Pedraza, "el Padre de los indios". O las técnicas de último nivel desarrolladas por los jesuitas en las Reducciones.

Esta opción decidida por los indígenas, viendo en ellos a Jesús sufriente, después de terribles presiones de los gobiernos españoles, fue poco a poco desdibujándose y perdiéndose. Modernamente unos poquitos obispos han tomado su bandera, como Leonidas Proaño o Pedro Casaldáliga, pero Jesús sigue esperando en los indígenas, marginados más que nunca, una opción decidida por ellos.

En Europa quizás la presencia dolorosa de Cristo, en espera de nuestro compromiso, puede ser que esté en el rostro inseguro de los emigrantes. Es posible que Jesús llega hoy a España en pateras... ¿Cuántos escuchamos su voz? ¿Entra este tema en nuestro discernimiento?

 

La opción de Francisco de Asís

A lo largo de la historia de la Iglesia destacan, como antorchas levantadas en alto, santos que han sabido optar en serio por los pobres, cada uno según sus circunstancias históricas y su carisma particular.

Faro que alumbra muy lejos el camino a seguir es el ejemplo de Francisco de Asís. Él supo escuchar la voz de Jesús que le pedía restaurar su Iglesia. Y después de un proceso de discernimiento, comprendió que la llamada de Jesús le llevaba a convertirse en pobre en medio de los pobres, centrada su vida siempre en la vivencia de Jesús pobre reencarnado en los pobres de su tiempo. Y así, sin medios económicos, pero con mucho espíritu, por los caminos de la hermana pobreza, puso en marcha un proceso maravilloso de restauración de la Iglesia.

Con los pobres y desde ellos Francisco hizo posible vivir aquella su oración: “Donde haya odio, ponga yo amor, donde haya ofensa, ponga perdón, donde discordia, unión..., donde haya desesperación, ponga esperanza...; donde haya tristeza, ponga tu alegría. Maestro, que no me empeñe tanto en ser consolado, como en consolar; en ser comprendido, como en comprender; en ser amado, como en amar...”

El testimonio de Francisco sigue siendo de gran actualidad. Hoy nos asalta de continuo la tentación del consumismo, aun en la pastoral. Parece que los problemas sólo se arreglan con plata.  Los “medios pobres” están desprestigiados. ¿Qué dice el Espíritu que espera acá y ahora de nosotros? Somos un movimiento de laicos que nos sentimos llamados a seguir a Jesús de cerca. El futuro de la Iglesia creo que depende mucho de un nuevo tipo de espiritualidad vivida con intensidad por grupos laicales. Es el Espíritu de Jesús el que nos ha puesto en marcha. Por eso es tan importante discernir qué es lo que el Espíritu espera de nosotros...

A escala personal y familiar, no a todos pide Dios el mismo grado y el mismo estilo de opción por los pobres. Creo que a todos nos pide optar de alguna forma por los pobres, viendo en ellos a Jesús. Quizás a bastantes nos pide más cercanía a los pobres y una mayor utilización de los medios pobres. Y a algunos es posible que les esté pidiendo vivir con ellos y como ellos. Un proceso responsable de discernimiento es el único camino para aclararnos qué es lo que Dios quiere de nosotros...

Pero en todos los casos, lo que no podemos dejar de aceptar es aquello de “ponga yo amor... comprensión... consuelo... alegría”. Si nuestra opción por los pobres no está henchida de esta actitud básica, todo lo demás será en vano.

Un Francisco de Asís moderno creo que es Carlos de Foucauld. Su luz debe iluminar también nuestro discernimiento: su centralidad en Jesús, su disponibilidad total y su cercanía a los pobres, en los que ve a Jesús. “Haz de mí lo que quieras... Estoy dispuesto a todo, lo acepto todo... Me entrego en tus manos, sin reservas y con ilimitada confianza, porque tú eres mi Padre”... “No sé si hay gente capaz de contemplar cómo vives tú en la pobreza, mientras ellos quieren seguir siendo ricos... No puedo concebir que haya amor sin un imperioso deseo de ser iguales...”

 

La opción de San Ignacio de Loyola

Podríamos poner otros muchos ejemplos de personas y comunidades que a lo largo de la historia han optado por los pobres, cada uno a su estilo, según sus cualidades y las circunstancias en las que les tocó vivir.

Quiero detenerme un poco en reflexionar sobre la opción por los pobres de Ignacio de Loyola. A él le tocó vivir en los comienzos del Renacimiento, un movimiento cultural que echó por tierra muchas actitudes tradicionales ante la vida, abriendo ventanas hacia nuevos horizontes, con lo que se produjo un fuerte choque entre fe y ciencia.

Ignacio pasó su juventud soñando con introducirse a fondo en los valores de aquella nueva sociedad emergente. Una bala de cañón cortó su camino. Tampoco le agradaba volver a cobijarse en las entrañas conservadoras de la sociedad que agonizaba. Y tironeado por los dos extremos aprendió a “discernir” qué podía querer Dios de él en aquellas circunstancias. Los que se aventuraban entonces por los nuevos caminos de la ciencia chocaban con los dogmas de una Iglesia cuadriculada, fanáticamente cargada de anatemas excomulgantes.  Los que pretendían mantenerse fieles a su fe, chocaban con los ataques “lógicos” de la gente de la nueva ciencia, que los tildaban de fanáticos enemigos del progreso. Ignacio, a caballo entre los dos extremos, va comprendiendo que no se trata de dos enemigos irreconciliables, sino de dos maravillosos posibles colaboradores mutuos. La fe en la encarnación de Dios le va haciendo entender la síntesis de los dos extremos.

Curiosamente, para profundizar su intuición, opta por dejar su vida de privilegios y convertirse en mendigo. Y así, viviendo en pobreza extrema, experimenta deseos crecientes de conocer cada vez mejor a Jesús, para poder amarlo cada vez más a fondo y poder, así, seguirlo más de cerca. Como laico va experimentando y redactando lo que él llamará “Ejercicios Espirituales”. Y con esta nueva herramienta en la mano comienza a compartir su experiencia con toda persona de buena voluntad que encuentra en su camino.

La Inquisición, prototipo de la Iglesia enferma, mira con suspicacia a aquel laico pobretón que se atreve a acompañar y dirigir espiritualmente a otros laicos. Lo amenaza y lo apresa diversas veces. Entonces Ignacio, ya “salido de mochacho” decide recorrer las mejores universidades de entonces. Tecnifica a fondo sus intuiciones iniciales. Y puesto que por entonces no era posible una actividad pastoral seria como laico, decide hacerse clérigo, junto con otros compañeros universitarios.  Pero con un cuño nuevo. No quieren ser frailes. Sino constituirse en comunidades totalmente abiertas a lo mejor de la ciencia de la época.

Pienso que el ejemplo de Ignacio puede ayudarnos en serio para nuestro tiempo, también en una fuerte crisis de identidad. La esperanza no podrá venir de un clero rancio y trasnochado, sino de laicos que saben por experiencia propia lo que es vivir en el mundo. Y a partir de ahí, quizás impactados por “balas” modernas, desengañados de sus gases mortíferos de consumismo, despertar a nuevos enfoque teológicos, centrados en Cristo, aprendiendo a unir en serio fe y profesión, fe y familia, fe y justicia.  Y para ello, una experiencia, aunque sea temporal, de compartir la vida de los más pobres, puede resultar decisiva. Quizás sólo desde esta plataforma podremos discernir en serio cómo quiere Jesús que sea nuestra opción por los pobres. Centralidad en Jesús, a partir de nuestro mundo, en búsqueda de un nuevo mundo posible...

Ya en nuestro tiempo, Juan Pablo II nos invita a “mirar la multitud de personas humanas concretas e irrepetibles, que sufren el peso intolerable de la miseria. Son muchos los que carecen de esperanza debido al hecho de que, en muchos lugares de la tierra, su situación se ha agravado sensiblemente. Ante estos dramas de total indigencia y necesidad, en que viven muchos de nuestros hermanos, es el mismo Señor Jesús quien viene a interpelarnos” (Solicitudo Rei Socialis).

Pocos años antes Juan XXIII había afirmado a las puertas del Concilio: "La Iglesia es y quiere ser la Iglesia de todos, pero hoy más que nunca la Iglesia de los pobres".

 

Los marginados de hoy

Cada comunidad cristiana debe ser consciente de quiénes son “los pobres” en los que Cristo viviente espera nuestro compromiso. Es posible que caigamos en aquella actitud de Epulón que ni se enteró que a las puertas de su casa había alguien que soñaba con las migajas de su mesa. Y es posible también que a la hora de la verdad, cuando Jesús nos eche en cara que no le habíamos ayudado en los hambrientos, en los encarcelados, en los enfermos o sin casa, nosotros queramos excusarnos inútilmente con que no lo sabíamos.

En un proceso de discernimiento responsable es importante cuidarnos de no caer en posturas fáciles de paternalismo y beneficencia, superficialidad o improvisación. Es frecuente que profesionales competentes en trabajos de su especialidad, a la hora de ayudar a los pobres realicen sus pequeñas actividades a favor de ellos con una desproligidad que jamás realizarían en sus oficinas. A los pobres se les da lo que ya no sirve, lo que sobra: son como el basurero que, además de ayudarme a limpiar la casa de cachivaches inútiles, sirven además de aspirina que calme los dolores y nerviosismos de conciencia.

Pero además “tiramos” quizás nuestras sobras en esos “basureros” con cara o gestos de asco, de arriba abajo, acercándonos lo menos posible, bien desinfectados, no sea que se nos contagien sus miserias.

Da angustia ver ciertos documentos o gestiones que “cristianos” realizan a favor de alguien pobre. A toda velocidad, desprolijos, mal redactados, porque “no tenían tiempo” para hacerlo bien. Jamás harían algo así en un trabajo importante para sus jefes, en el que se jugaran su futuro profesional. Pero resulta que todo trabajo a favor de un necesitado es para el “Jefe”, y en él nos jugamos nuestro futuro eterno... ¿O es que realmente no creemos en el Dios encarnado?

No podemos contentarnos con trabajos mal hechos y mal entregados. Ni con donaciones miserables. Ni con actitudes orgullosas. Es horrendo que nuestras “ayudas” los humillen,  les quiten su protagonismo o aumenten sus complejos. Ellos sintonizan muy bien cuando se les entrega algo con desprecio, aunque su larga historia de humillaciones les haya enseñado a disimular y agradecer con sonrisas forzadas...

Es muy difícil arrancarse del fondo del alma actitudes de orgullo histórico de clase social, nacionalidad o raza. Hay que refregarse el orgullo con estropajo de acero, hasta que arranque sangre. Y seguir analizándose continuamente, en autodiscernimiento permanente, para que no se reproduzcan quistes endurecidos de desprecio, sobre todo en las profundidades del corazón.

Opción por los pobres, pues, no en limosnitas, ni mucho menos con actitudes paternalistas. Para un seguidor sincero de Jesucristo, ello no basta. Jesús siempre pide más.

 

Nuestra opción profesional por los marginados

Yo pienso que para los miembros de cualquier comunidad cristiana laical su centro neurálgico es su posible opción “profesional” por los marginados.

Puede estar bien, según los casos, que ofrezcamos ayudas esporádicas o periódicas a los pobres sociológicos de nuestro entorno en asuntos de pastoral o beneficencia. Pero, como hemos visto, ello puede ser un sucedáneo a la falta de compromiso o un paternalismo que quizás les hunda más a ellos...

El Reino de Dios no se construye poniendo parches en las viejas tuberías de comunicación de bienes de nuestra sociedad o apagando los incendios que provocan sus frecuentes cortacircuitos. Creo que Jesús no se contenta con vernos actuar como tapagujeros ocasionales. Pienso que él nos pide muchísima más calidad. Se trata de algo muy serio: la construcción de su Reino, a todos los niveles -el personal, el familiar y el social-,  y para todos sus hijos, sin ningún tipo de exclusiones.

Por ello no es posible separar mi vida familiar-profesional, de mi compromiso cristiano por los pobres. Amando a mi pareja y a mi familia amo al mismo Jesús en persona y construyo su Reino. Pero ello no basta. Ese mismo Jesús me espera también en todas las personas que se benefician de mi trabajo profesional. Pero tampoco basta con ser un buen profesional que cumple bien sus “obligaciones” normales con los que están a su alrededor. Jesús pide todavía más. Él nos hace levantar la vista a horizontes mucho más amplios, para que aprendamos a encontrarlo en los más necesitados.

Por supuesto que Jesús no pide a nadie más de lo que puede. Pero él potencializa maravillosamente nuestras capacidades. Su luz y sus fuerzas nos pueden hacer llegar mucho más lejos de lo que podamos imaginar.  Quizás el problema está en que le tenemos miedo a conectarnos plenamente a la energía del Resucitado, no sea que nos lleve a donde no queremos llegar.

Pienso que Jesús llama con insistencia a compromisos profesionales que necesita con urgencia en este mundo globalizado, en el que los poderosos cada vez son más orgullosos y la mayoría de sus hermanos resbalan a niveles crecientes de miseria.  Nunca la historia tuvo tantos medios científicos y económicos para solucionar divisiones, hambres, enfermedades e ignorancias, y sin embargo nunca ha habido tantísimos millones de sufrientes...

Nuestro Sumo Sacerdote no se queda indiferente ante las necesidades de sus hermanos. Se rebela contra las hipocresías farisaicas, que usan su nombre para justificar lo injustificable. Le asquean nuestros paños tibios. Conoce bien las causas de tanta miseria y se lamenta de las ingenuidades de sus seguidores. De nuevo se queja  de que los hijos de las tinieblas son más eficaces. ¿Creemos de veras que Dios puso en nuestras manos las riendas de la Historia? ¿O nos contentamos con repartir aspirinas y cerrar piadosamente los ojos a los millones de hermanos que mueren ametrallados por la miseria?

¿Qué será lo que pide Jesús a los economistas, a los sociólogos, a los políticos, a los investigadores y científicos que dicen que creen en él y quieren seguirle? ¿Qué clase de nueva pedagogía, que forme servidores responsables, le pide Jesús a los “educadores cristianos”? ¿Qué espera Jesús de los comunicadores modernos, tan esclavizados a la mentira de los monopolios? ¿Cómo podemos los agrónomos acabar con el hambre? ¿Cómo los arquitectos e ingenieros, tan al servicio de megaproyectos, podemos conseguir que todo ser humano pueda disfrutar de un local digno donde vivir? ¿Cómo hacer recuperar la salud a millones de enfermos en los que sufre Jesús; cómo conseguir genéricos baratos, libres de las garras de los monopolios; cómo evitar tanta polución ambiental y tanta contaminación en los barrios extremos?  Ante las porquerías que las propagandas nos meten por los ojos, ¿cómo educar en salud preventiva? Ante la invasión de estadísticas engañosas, ¿cómo debemos reaccionar sociólogos y trabajadores sociales si pretendemos estar siguiendo a Jesús? ¿Qué debemos investigar los químicos para bien de la humanidad, aunque no tengamos a nuestra disposición los medios de los poderosos?

Hay técnica y plata para ir al planeta Marte. Los truck del petróleo y del acero tienen poder como para engañar al mundo, formas coaliciones bélicas y matar a todo el que se le oponga. Los hijos de las tinieblas siguen siendo más sagaces que los hijos de la luz. ¡Que tristeza!

Nos falta muchísimo para madurar una fe cristiana adulta, cultivada y vivida en el mundo de hoy, no dos siglos atrás. Pienso que el Espíritu Santo está poniendo en marcha una serie de asociaciones y comunidades laicales, esperando de ellas un nuevo tipo de opciones profesionales a favor de los marginados de hoy y del futuro. Es Jesús el que nos espera en millones de rostros sufrientes. ¿Sabemos comunicarles la “Buena Nueva” de Jesús? Para muchos de ellos muchas prédicas eclesiásticas le suenan a “malas viejas”, demasiado conocidas...

¿Cómo quiere Jesús que optemos hoy por él, sufriente en millones de angustias, en su mayoría evitables o curables? Es nuestro gran desafío. Si escuchamos su voz, no endurezcamos el corazón... Nunca nos faltará su ayuda. Pero siempre será exigente...

En resumen: Optamos por los pobres porque Dios así lo hace y así lo pide; porque Jesús optó por ellos, vive ahora en ellos y pide nuestro compromiso. Porque se lo merecen: su situación es injusta y merecen una vida digna.  Pero necesitamos discernir con responsabilidad cómo debe ser en la actualidad nuestro compromiso con ellos...