Dios es comunidad creativa

Autor: José L. Caravias, S.J.

     

              


Jesús nos enseñó que Dios es Padre, Hijo y Espíritu, en perfecta comunión recíproca. Dios no vive solo: es una familia, una comunidad. Cada persona divina es distinta, pero está siempre abierta a las otras, en reciprocidad absoluta. Son tres personas y un único amor; tres únicos y una sola comunidad. Las tres personas divinas se aman de tal forma que viven siempre unidos, de una forma tan profunda y radical, que son un solo Dios. 


Los primeros cristianos desarrollaron esta experiencia de Dios, comunión de tres, que se respetan en su diversidad y se complementan perfectamente por amor.
Pero esta diversidad de vida y de amor no se queda encerrada en su comunidad, sino que se desborda creativamente fuera de ella. En la raíz de todo lo que existe hay un proceso de vida procedente de la Trinidad. La creación es un desbordamiento de vida y de comunión de las tres divinas personas, que invitan a todas sus criaturas a entrar en el juego simultáneo del respeto, el crecimiento y la complementariedad. 


Los seres humanos, a imagen de la Familia Divina, estamos llamados a mantener relaciones de comunión con todos los seres creados, dando y recibiendo, construyendo todos juntos una convivencia rica, abierta, que, respetando las diferencias, forme un solo pueblo. De esta forma se realiza, como en Dios, la riqueza pluriforme de la unidad y no una mera uniformidad.


Acentuar demasiado la unicidad de Dios lleva a justificar concentraciones de poder: fomenta totalitarismos políticos, autoritarismo religioso, paternalismo social y machismo familiar. En esta sociedad de egoísmos, en la que se tiende a acumular poder y riquezas, y por consiguiente se mata el respeto a las diferencias, hay que partir de la fe en las relaciones iguales, amorosas y unitivas entre las tres personas divinas. Sólo la fe en un Dios-comunidad ayuda a crear una convivencia humana fraterna.


La vida es un misterio de espontaneidad, un proceso inagotable de dar y recibir, de asimilar, incorporar y entregar la propia vida en comunión con otras vidas. Toda vida se desarrolla, se abre a nuevas expresiones de vida y se reproduce en otras vidas. La vida implica movimiento, espontaneidad, libertad, futuro y novedad. La Trinidad es novedad, como toda vida; libertad, donación y recepción perenne, encuentro consigo misma para darse incesantemente.


El Dios Trino de Jesús está del lado de la unión y no de la exclusión; del consenso, en lugar de la imposición; de la participación y no de la dictadura. Es dador de vida y protector de toda vida amenazada. Actúa animando el coraje de los profetas e inspirando sabiduría para las acciones humanas. Ayuda a realizar el difícil desafío de construir la unidad en la pluralidad. 


La Trinidad está presente cuando hay entusiasmo en el trabajo de la comunidad, cuando hay decisión para inventar caminos nuevos para nuevos problemas, cuando hay resistencia contra todo género de opresión, cuando hay voluntad de liberación, cuando hay hambre y sed de Dios…


Cuando nos amamos de veras y nos sentimos confraternizados con los excluidos de la sociedad, estamos revelando en la historia el rostro del Dios Trino.
La lucha de los oprimidos contra la disgregación de la comunión querida por la Trinidad tiene una especial densidad trinitaria. Siempre que se comienza de nuevo después de cada fracaso, y aun después de cada triunfo, se está anunciando la presencia del Padre. Siempre que en medio de las contradicciones se avanza hacia unas relaciones más fraternales y productoras de vida, es el Hijo el que se revela. La unión de los oprimidos, la convergencia de intereses en la línea del bien de todos, el coraje para enfrentarse con los obstáculos, la valentía de la palabra que denuncia, la habilidad para la creación de alternativas, la solidaridad con los más oprimidos, la identificación con su causa y con su vida, la fuerza arrolladora del amor, no son sino las huellas de la presencia activa del Espíritu en la Historia.


La fe en la Trinidad lleva a criticar todas las formas de exclusión y de no-participación que existen y persisten en la sociedad y en las Iglesias. E impulsa las transformaciones necesarias para que haya participación en todas las esferas de la vida. Pero si violamos la naturaleza humana, si atropellamos los derechos de las personas, si vilipendiamos a los pobres, si consentimos un gobierno corrupto, estamos destruyendo los caminos de acceso al Dios-vida-comunidad.


Las tres divinas personas nos invitan a participar de la vida de su comunidad, de forma que se superen las barreras que transforman las diferencias en discriminaciones. Ellas desencadenan energías para alcanzar niveles cada vez mayores de participación y, al mismo tiempo, relativizan y critican cada conquista alcanzada, conservándola abierta a nuevos avances.


El misterio trinitario apunta hacia formas sociales en las que se valoran todas las relaciones entre las personas y las instituciones, de forma igualitaria, fraternal, dentro del respeto a las diferencias. Así se superarán las opresiones y triunfarán la vida y la libertad para todos.