Corrupción: Denuncias y esperanzas bíblicas

Autor: José L. Caravias, S.J.

 

Jamás un pueblo criticó tanto a sus gentes, sus gobernantes y sus sacerdotes como el pueblo de la Biblia. Justamente porque sus ideales eran muy altos se podían dar el lujo de mirar con crudo realismo su propia historia.

La corrupción como antiideal

En los comienzos de la formación del pueblo de Israel, en tiempo de los Jueces, encontramos que ellos tenía un antiideal que los iluminaba: no mantener la corrupción que los había mantenido esclavos. Ellos habían sufrido la dura opresión de Egipto. Y después de su liberación, poco a poco, fueron construyendo un tipo de sociedad en el que fuera difícil que progresara la corrupción opresora de sus antiguos amos.

Si los egipcios tenían un faraón que lo dominaba todo, ellos rechazan la institución real: ni tienen ni quieren reyes (Jue 9,7-15). Si entre los otros pueblos se daba una terrible diferenciación social, en el pueblo de Yavé la tierra era repartida según el número de miembros de cada familia (Núm 33,53s). Para que los sacerdotes no se conviertan en acaparadores y se mantengan libres al servicio del pueblo se determina que no posean tierra propia (Núm 18,20s). Egipcios y cananeos creían en muchos dioses, defensores de los privilegios de los poderosos; el nuevo pueblo cree en un solo Dios, defensor del pueblo (Ex 3). Los privilegios de los faraones se apoyaban en ejércitos poderosos; el nuevo pueblo no tiene ejército estable, pero cuando hay una emergencia se unen todos para defenderse (Jue 4; 6). Su culto está al servicio del Dios de la vida y de la historia; no para justificar ningún tipo de opresión o acaparamiento. Para que sus dirigentes no fueran opresores, se exigía de ellos que fueran “hombres capaces, temerosos de Dios, hombres íntegros e incorruptibles” (Ex 18,21)...

Corrupción y miseria

A finales del siglo XI aC. los israelitas, a pesar de la opinión contraria de Samuel (1Sam 8,11ss), comenzaron a organizarse “como los demás pueblos” (1Sam 8,19) y para ello deciden nombrar un rey. Una vez puesta en marcha la monarquía, nido de corrupción, surgen con fuerza los profetas, hombres que conocen bien el proyecto de Dios y la dura realidad de su tiempo. Por eso denuncian y se oponen con fuerza a la corrupción de las personas y principalmente de las instituciones de gobierno. Hay una profunda conexión entre corrupción de los poderosos y miseria del pueblo. La corrupción, afirman, “es como lluvia devastadora que deja sin pan” (Prov 28,3).

Cuando los corruptos escalan el poder “los mendigos tienen que apartarse del camino y todos los pobres del país han de esconderse. Como los burros salvajes en el desierto, salen a buscar su alimento porque, trabajando todo el día, no tienen pan para sus hijos” (Job 24,4-6).

Constata el Qohélet: "Contemplé los abusos que se cometen bajo el sol: por una parte vi las lágrimas de los oprimidos, que no tienen quién los consuele; por otra parte, la brutalidad de los opresores a los que nadie detiene" (Ecl 4,1).

La desesperanza es mayor cuando el poder judicial es parte de un poder corrupto, tema del que se habla con frecuencia en la Biblia. Especial destaque se da en los salmos al dolor causado por las falsas acusaciones que sufren los pobres ante los tribunales y el funcionamiento corrupto de los jueces (Sal 7; 17; 35; 56; 57; 58; 64), a quienes se trata con suma dureza. “Su garganta es un sepulcro abierto”, y “su lengua una espada afilada”. Son “cazadores que disponen sus acusaciones como redes y lazos”; “ladrones que en medio de las tinieblas preparan emboscadas”; “leones, “perros” o “serpientes” que se preparan para derribar al pobre y devorarlo. Denuncia el joven Daniel: “La corrupción ha salido… de los ancianos que hacían de jueces y que parecían guiar al pueblo” (Dn 13,5).

El corrupto pierde la sabiduría, la conciencia y el corazón. Jeremías se preguntaba: “¿Perdieron su prudencia los inteligentes o se corrompió su sabiduría?” (Jer 49,7). Es que la maldad corrompe la inteligencia (Sab 4,11) y ahoga la verdad (Rm 1,18).

San Pablo dice que “el que siembra para la carne, cosechará de la carne corrupción y muerte” (Gál 6,7). Y no se refiere, como piensan algunos, sólo al desenfreno sexual, sino especialmente a los problemas sociales.

Corrupción e idolatría

La corrupción lleva a la increencia en el Dios de la vida y a la invención de todo tipo de ídolos de muerte.

El Dios bíblico está situado en el extremo opuesto a todo lo que sea corrupción. Por ello los corruptos se inventan otros dioses que sean condescendientes con sus actitudes, las justifiquen y las apoyen: ¡en eso consiste precisamente la idolatría! No se trata sino de un tranquilizante para conciencias corruptas. Por eso la Biblia une tan íntimamente idolatría y corrupción. Es como un círculo vicioso. La corrupción crea ídolos que la justifiquen y esa forma de pensar fomenta mayor corrupción. Podríamos parafrasear a Marx afirmando que la idolatría es el opio del pueblo; y más aún, el opio de los poderosos. Apoyados en sus “falsas ideas sobre Dios” (Sab 14,30), los corruptos desprecian y pisotean al prójimo con conciencia tranquila.

Clamor popular contra los corruptos

La corrupción reinante siempre ha levantado clamores a Dios, como queja dolorosa, o como súplica esperanzada.

Llama la atenciónn la crudeza con que algunos sufrientes interpelan a Dios. A Job le podemos considerar como el líder de ellos: “¿Será verdad que se apaga la lámpara de los malvados y cae sobre ellos la desgracia y que Dios, en su ira, los destruye?” (Job 21,17). “¿Por qué siguen viviendo los corruptos, prolongan sus días y se van haciendo fuertes?” (Job 21,7).

Algunos salmos van también por esta línea: “¿Señor, hasta cuándo consentirás que los descreídos triunfen, que digan tonterías e insolencias, y que se jacten los que obran injusticias?” (Sal 94,3). “¿Hasta cuándo serán jueces injustos, que sólo favorecen al impío?” (Sal 82, 2). ”Líbrame, oh Dios, de la mano del descreído, de las garras del malvado y del violento” (Sal 71,4).

El profeta Habacuc se queja a Dios de lo mal que lo pasa su pueblo bajo el mando del corrupto rey Joaquín: “¿Hasta cuándo, Yavé, te pediré socorro sin que tú me hagas caso, y te denunciaré que hay violencia sin que tú me liberes? ¿Por qué me obligas a ver la injusticia y te quedas mirando la opresión?” (Hab 1,1-2). “Los malvados mandan a los buenos”; y por eso, “no se ve ya más que derecho torcido” (Hab 1,4). Hasta se atreve a enfrentar directamente a Dios: “Tienes tus ojos tan puros que no soportas el mal y no puedes ver la opresión. ¿Por qué, entonces, miras a los traidores y observas en silencio cómo el culpable se traga al inocente?” (Hab 1,13).

Son célebres las confesiones de Jeremías, en las que despliega su angustia delante de Dios: “Yavé, tú tienes siempre la razón cuando yo hablo contigo y, sin embargo, hay un punto que quiero discutir: ¿Por qué prosperan los malvados y viven en paz los traidores?...” (Jer 12,1).

¿Se acabará la corrupción?

Los apocalipsis dan al pueblo la esperanza del triunfo definitivo de Dios en contra de todo tipo de corrupción. Dios, cuyos “juicios son verdaderos y justos, ha condenado a la gran prostituta que corrompía la tierra con su inmoralidad” (Ap 19,2). Esta “bestia”, “gran prostituta”, simboliza al imperio romano y a todos los Estados corruptos. El pueblo creyente, junto con su Dios, lucha contra ella hasta la victoria final.

“Ya no habrá más dictador, habrá desaparecido el que se reía de todos y habrán sido eliminados todos los corruptos, los que hacen condenar a otro porque saben hablar y les meten trampas a los jueces a la puerta de la ciudad, y niegan, por una coma, el derecho del bueno” (Is 29,20s). “Entonces no se le tratará de «señor» al tonto y el sinvergüenza no será considerado como una persona de importancia” (Is 32,5).

“Porque Dios así lo dispuso, la creación abriga la esperanza de compartir, libre de toda corrupción, la espléndida libertad de los hijos de Dios” (Rm 8,20s)...