Actitudes cristianas ante lo demás

Autor: José L. Caravias, S.J.

    

 

Las actitudes se educan. Y poco a poco van cuajando en una u otra dirección. De su profundidad nacen espontáneamente la mayoría de nuestras reacciones ante la vida. Ante la celebración de una huelga, por ejemplo, nace en nuestro interior un sentimiento concreto de admiración, repulsa indignada, desconfianza crítica, participación activa, simpatía pasiva... Esos sentimientos espontáneos puede ser que estén indicando cuál es nuestra actitud interior frente a los problemas ajenos. Si visitamos con sinceridad uno de los bañados que rodean como cinturón de miseria a Asunción, podremos auscultar cuáles son nuestras actitudes frente a los problemas extremos de los pobres...


Esas reacciones no son hechos aislados ni espontáneos. Cargan detrás toda una historia de formación. Las actitudes profundas de la vida se van forjando desde la más tierna edad, en el seno de la familia, de la escuela y del propio ambiente, y se siguen fraguando a lo largo de toda la vida.


Se puede observar la actitud que toma una persona ante un diario. Algunos comienzan a leerlo por el final, por los deportes; quizás sigan por los sucesos que hablen de violencia o sexo, y ahí se acaban quizás sus intereses; a lo más, hojearán algunos títulos nacionales. Esta simple lectura tiene detrás de sí toda una historia de educación de actitudes: su jerarquía de valores, lo que atrae su interés, depende, en buena parte, de lo que aprendió de sus padres y sus maestros.


La educación no tiene como finalidad llenar de ideas memorísticas las cabezas-olla de unos niños. Ni meterles a presión listas moralistas de cosas prohibidas o permitidas. Se trata de educar sus actitudes básicas ante la vida: ante Dios, ante ellos mismos, ante los demás y ante la naturaleza. 


Jesús es modelo y educador de actitudes. Los cristianos tenemos en El a quién seguir. Sus huellas deben ser indicadores de nuestros pasos. El es camino; y también es luz y fortaleza para poder seguir ése su camino.


En el artículo anterior vimos las actitudes cristianas ante Dios. Hoy nos fijaremos en las actitudes del seguidor de Jesús ante los demás. Para ello centraremos la mirada en las actitudes del mismo Jesús, nuestro guía y norte.


A mí me impresiona su actitud de respeto ante la libertad de cada persona. A nadie fuerza; siempre pregunta: “si quieres…” Jamás se ve en El una actitud de fanatismo o desprecio.


La actitud básica de Jesús quizás sea la de querer a la gente. Es un corazón abierto a todos. Jamás margina a nadie. Prostitutas, mendigos, guerrilleros, enfermos contagiosos, mujeres y niños, extranjeros, todos entran bajo la óptica de su simpatía. Basta con ser despreciados para que El les demuestre sus preferencias. Quiere a todos, pero prefiere a los menos queridos. Entiende al pueblo porque lo quiere. Jamás lo malinterpreta, ni lo critica ciegamente. Pero ello no quita que sepa darse cuenta y denunciar a los que desprecian y roban, sean de arriba o de abajo.


Jesús vive siempre en actitud de servicio. Es en todo “un-hombre-para-los-demás”. Se conmueve ante las necesidades ajenas y está siempre en actitud de ayudar. Su mano siempre se mantiene abierta para llegar a donde llegaron antes sus ojos cariñosos. Ante una necesidad de su prójimo, se salta cualquier tipo de prejuicio social. Siempre está dispuesto a entregarse, aun a costa de su dignidad, de su descanso y hasta de su propia vida. El que lo necesita, lo encuentra siempre, sonriente, a su lado, ayudándole a construir su bienestar y su felicidad. Está siempre a favor de todo lo que sea dignificación humana.


Y no sólo de uno en uno, sino todos juntos. Fomenta, a todos los niveles, la fraternidad humana. Busca todo lo que sea unión, organización, vida en comunidad. Está presente, colaborando, donde se lucha por la dignificación humana, por la justicia, por la paz verdadera. 


Es que Jesús ve en todos sus hermanos a hijos queridos de Dios. Por eso les ofrece siempre su amistad, sincera y profunda, desinteresada, siempre en actitud de respetuoso servicio.


Los cristianos, como seguidores de Jesús, debemos saber cultivar sus mismas actitudes. Las familias y los colegios se pueden llamar cristianos en la medida en que desarrollan en sus hijos actitudes semejantes a las de Jesús.