Actitudes cristianas ante Dios

Autor: José L. Caravias, S.J.

    

 

El cristianismo no es básicamente un conjunto de ideas ni de leyes morales. Ser cristiano es seguir a una persona: a Jesús, procurando ir viviendo sus mismas actitudes ante Dios, ante uno mismo, ante el prójimo y ante la creación.


Jesús tuvo una forma estable de comportarse y de reaccionar ante Dios y ante cualquier problema de la vida. Y ésas sus huellas son las que sus seguidores hemos de procurar seguir.


En este artículo propongo realizar un examen de cómo está la salud de nuestras actitudes ante Dios. En otro próximo analizaría nuestras actitudes ante el prójimo.


Demos un primer recorrido de scanner por nuestra interioridad, detectando posibles deformaciones en nuestras actitudes ante Dios. ¿Intentamos manipularlo, encasillarlo o encerrarlo en los estrechos límites de nuestras ideologías? ¿Buscamos implicarlo en la red de nuestros egoísmos? ¿Lo usamos para justificar nuestros errores? ¿Procuramos “comprarlo” con nuestros donecillos? ¿Nos esforzamos por escondernos de él porque nos lo imaginamos siempre con la frente fruncida y el palo alzado? ¿Creemos en un Dios “argel” y caprichoso, dispuesto siempre a amargarnos la vida? ¿Creemos en el Dios que hace ricos a los ricos y pobres a los pobres? ¿En el que premia a los buenos y castiga a los malos? ¿En un dios que parece que siempre nos está condenando? ¿Detectamos en nosotros actitudes de servilismo o de miedo ante él?


Pero éste no es el Dios de Jesús. No son cristianas las actitudes religiosas que provoca este tipo de fe. No da igual creer en un Dios que en otro. Hemos de aprender a discernir en qué tipo de Dios creemos, y ello se manifiesta justamente en nuestras actitudes.


El Dios de Jesús es un Dios Papá -Abbá, decía El-, siempre enteramente bueno, que ama entrañablemente a todos sus hijos y quiere la prosperidad de todos; ha hecho la creación para disfrute de todos sus hijos y ha puesto en nuestras manos la responsabilidad de desarrollarnos y compartir sus bienes según los ideales de su maravilloso corazón de Padre. 


No es fácil asimilar actitudes que respondan plenamente a este credo. Nos resulta cuesta arriba aceptar vivencialmente que Dios es siempre enteramente bueno para con todos. El dolor de los inocentes puede ser que se nos presente fantasmagóricamente como obstáculo incomprensible. Es difícil educarnos en una actitud profunda de aceptar siempre la bondad de Dios a pesar de que a veces ello no entra en nuestras limitadas entendederas. Actitud de ponernos confiadamente en sus manos, como el niño en los brazos de su papá: El es fuerte y bueno y se las arregla siempre para buscar nuestro bien, aunque muchas veces no lo entendamos…


La demostración más palpable que ha podido darnos Dios de su bondad ha sido el hecho de tomar carne humana, haciéndose en todo semejante a nosotros. Se ha acercado tanto a la humanidad, que ha llegado a sufrir todas nuestras angustias, tentaciones y dolores. Su solidaridad ha sido total. Por eso puede entendernos y ayudarnos de una forma plenamente humana. Sufrio la misma muerte, pero la venció. Lo cual debe producir en nosotros una actitud profunda de consuelo y esperanza, pues estamos indisolublemente unidos a El, tanto en el dolor como en el triunfo.


El Dios solidario sigue presente, de una forma radical, en todo ser humano, en nuestras alegrías y en nuestros sufrimientos. Le duele cualquier desprecio que aplaste a un hijo suyo; se conmueve ante las lágrimas de las viudas y el clamor del pueblo reclamando justicia. Y se alegra también y está activamente presente en toda auténtica lucha por la dignificación humana. Donde se desarrolla con autenticidad la verdad, la libertad, la justicia y el amor allá está El ayudando.


Por eso una actitud de respeto ante el Dios cristiano implica siempre una actitud de no menor respeto ante todo ser humano, pues todos son hijos suyos queridos.

 

El Dios de Jesús es tierno y cariñoso, pero sumamente exigente a la vez. El nos corrige y nos exige, justamente porque su corazón de Padre espera mucho de todos nosotros. El no tiene privilegiados: para cada uno de sus hijos tiene un hermoso proyecto. Todos rebozamos de posibilidades de crecimiento que nos van asemejando a El. 


El Dios de Jesús suscita, pues, actitudes de respeto y confianza, libertad y responsabilidad; seguridad, humildad, aceptación, compromiso… Ante El y ante los hermanos…