La soledad

Autora: Josefina F. Jiménez Laguna

 

 

La soledad no es estar solo, es sentirse solo, en medio de un gentío, rodeado de personas a veces se siente que no hay un eslabón  de contacto, no se comparten ideas ni sentimientos, es solo ocupar un sitio.

Hoy la humanidad busca el bien propio mas que el común, busca su satisfacción personal, se olvidan de la comunidad de no estar solos en el  mundo, somos miembros mal que nos pese de una red de hombres y mujeres que cada uno tiene sus prioridades, pero  nunca estas prioridades se vuelcan en la “Soledad” de los hombres, estamos en una muchedumbre y nos encontramos solos, nuestras opiniones caen en el vacío, nuestros gestos pasan inadvertidos, somos seres ignorados a  veces por el resto de la gente, ¿por qué?, nuestras metas no son las de los demás, nuestras ideas no  son compartidas, ¡no encajamos!.

Otras veces el vacío que hay en el interior de las personas nos anulan y hacen sombra porque no somos brillantes ni graciosos, no sobresalimos en nada y somos un estorbo a sus ambiciones.

La ignorancia de los que nos rodean es tal que no notan los sufrimientos ni los temores, no quieren tener responsabilidades y huyen de quien les necesita.

En nuestra ciudad, en nuestro barrio, en nuestro bloque, hay personas necesitadas, no de dones materiales, sino de atención, de ser escuchadas de sentirse ser miembros de nuestra sociedad, son seres marginados no por el color o las creencias religiosas, sino porque no creemos que nos convengan, ni nos beneficien, ni nos den, todo en este inmundo se reduce a dar para recibir, sin obligaciones ni ataduras.

Hoy que tanto se habla de solidaridad nos cuesta decir esa palabra tanto como ponerla en practica, nos cuesta ayudar a los  demás y ser hermanos, nos cuesta perder el tiempo sin recibir remuneración, “nos cuesta perder el tiempo en los demás.”

El egoísmo presente nos envuelve embriaga de tal forma que anula nuestra mente, los sentimientos y un ser sin  sentimientos  no es nada, es un animal con instinto, y por desgracia se están volviendo animales con instintos.

Los hijos viven su infancia en el hogar y  cuando se hacen mayores se olvidan de las caricias, de las noches en vela,  de las enfermedades pasadas, de ese cariño con que los han mimado, pasan por alto los sacrificios para tener unida una familia con alegría, se crean su propio ambiente en él  no están incluidos esos seres que le dieron la vida, los excluyen y abandonan en residencias o en sus casas, cuando el vigor les falta se enfrentan a la soledad, dieron sus vidas y mucho más, reciben olvido y muchas veces desprecio.

¿Y nuestros hermanos emigrantes?, vienen a tierra desconocida, sin familia ni dinero, no tienen mas que sus vidas y éstas están infravaloradas, perdidos en una selva de egoísmos e intereses económicos pasan a ser la moneda de cambio de unos cuantos desaprensivos haciendo de sus vidas un simple comercio, haciéndoles perder hasta la dignidad obligándoles a trabajos denigrantes.

Nosotros que nos llamamos cristianos, ¿hemos leído el evangelio?, “ La moneda del padre no se olvidara....”  “Porque extranjeros fuisteis.....” “Dichoso el pobre, el hambriento...” “Yo defenderé  a los débiles....”.

 Leemos sin entender, rezamos sin entregarnos, ayudamos sin darnos, oímos sin escuchar, vivimos por gracia de Dios porque no nos merecemos la felicidad que tenemos, ¡somos pobres cristianos!.