La cuaresma

Autora: Josefina F. Jiménez Laguna

 

 

Este tiempo litúrgico debe ser dedicado a recordar nuestra vida y repasarla a la luz del evangelio, de ese grito de los hermanos a la comprensión y el amor, a la solidaridad y la entrega, a la renuncia de nosotros mismos en los demás y de morir a nuestros apetitos y caprichos en beneficio de los hermanos.

Es tiempo de conversión, pero conversión autentica y de corazón, profunda e interior, sin escaparates al mundo, renovación total y para siempre, sin vuelta a atrás.

El color morado de este tiempo no es de luto sino de penitencia, penitencia y dolor de los pecados junto al deseo de ser mejores para estar mas cerca de Cristo.

Es una invitación a un modo de vivir mas autentico y de verdaderos creyentes en la fe de Jesucristo, es un camino hacia Cristo orando y meditando, reflexionando y olvidando el odio, el rencor, la rabia, la envidia y cuanto se interponga entre Dios y los hermanos, en este tiempo tenemos que valorar y aprender de la Cruz de Cristo, no como dolor y sufrimiento sino como salvación y redención.

Es también purificación, la Iglesia nos propone muchos métodos en este sentido, la oración es fundamental,porque todos los amigos se hablan y sinceran, nosotros no somos menos y podemos hablar con nuestro hermano y amigo Jesús, nuestro espíritu abierto al dialogo intimo con él se engrandece con una repuesto libre y generosa de amor.

Con el sacramento de la reconciliación  nos unimos en la gracia con Dios y recibimos al Espíritu Santo como dador de vida espiritual, que nos ayudara a ser mejores y  superar  nuestros fallos humanos, nos acercaremos a su misterio de perdón  doliéndonos de haberle ofendido, arrepintiéndonos de corazón de nuestras debilidades, con la esperanza cierta de recibir la ayuda de Dios para cambiar dejando que la gracia divina penetre en nosotros.

En la Sagrada Eucaristía nos encontraremos con el mismo Jesús resucitado causa de nuestra alegría, fuerza suficiente para salvar todas las dificultades y ser valientes en estos tiempos que corren llenos de irresponsabilidad e incoherencias.

Con la mortificación del ayuno y de la abstinencia renunciaremos a placeres cotidianos aceptando con humildad, gozo y alegría los sinsabores diarios, ofreciéndolos al señor como sacrificio de nuestros pecados, no es un mera renuncia, es un equilibrio entre lo  mundano, lo material y valores muy superiores, consiguiendo el dominio y  desarrollo de la personalidad, transformando al hombre acercándolo a dios.

Es de valorar la virtud de la caridad, entendida como esa mano extendida al hermano rebozando amor, y vivirla con aquel al que tenemos mas cerca, con el pobre y solitario, con el rico y opulento, el necio y el díscolo, todos son nuestros hermanos, y todos merecen de nuestro tiempo y amor.

Sobretodo amor, la palabra mas oída y menos conocida, el amor de verdad no abunda hoy, amar como dice San Pablo, sin rencores, sin venganzas, sin recelos, amar y olvidarse de todo.