Testimonio: Mujer ejemplar

Autor: Josefa Romo Garlito

 

 

Se llamaba María Antonia y era salmantina. Campesina alegre y sencilla, esta mujer del pueblo escribía y recitaba poesías. Dulce como los poetas, tenía alma de apóstol. Con su esposo, Agustín, compartía las tareas agrícolas para sacar adelante a sus ocho hijos; su interés por educarlos cristianamente, disolvía los obstáculos de las labores agropecuarias, como se derrite la nieve con los rayos del Sol.

Con juegos y cantares, aquellos muchachos revoltosos aprendían de su madre el catecismo, mientras recogían todos las gavillas o se divertían dando vueltas en la parva con el trillo u ordeñando las vacas. Con pedagogía alegre, les enseñaba la madre poetisa. Ante este ejemplo, ¿habrá padres que puedan decir que no saben cómo hablar de Dios a sus hijos? Me recordaba, María Antonia, a las madres santas de la Historia (Mónica de Tagaste, madre de San Agustín; Juana de Haza, castellana y madre de Santo Domingo de Guzmán...), que se santificaron en el amor a su marido y en la educación esmerada de sus retoños, que a ella le salieron alegres y entrañables.

En su entierro ( 23 de junio, festividad del Corazón de Jesús, su devoción predilecta junto a la Eucaristía y a la Virgen de Fátima) me embargó una profunda emoción; no tanto, aunque también, por decir adiós a una amiga y madre de amigos, cuanto por tener la impresión de que asistía a la despedida de una santa (más que encomendar su alma a Dios, se me ocurrió encomendarme yo a ella).

El funeral fue impactante. La razón me la dio una señora del pueblo: “teníamos que venir: era una gran mujer y una gran familia”. La conducción de féretro se convirtió en festiva procesión: se cantaba por el camino ( con himnos de alegría, comenzó también su funeral). Con cinco hijos consagrados, ¿no evoca esta familia a la de Santa Teresita? Juani (+) fue su primer fruto de santidad.

Los santos son muy distintos y sus formas de santificación, diferentes; pero se parecen en que acogen y abrazan la voluntad de Dios. María Antonia se distinguió por la formación cristiana que supo dar a sus hijos (catecismo, visita al Sagrario y a los enfermos), en lo que participó, acaso sin saberlo, Agustín, gran admirador de su esposa. Cuando los padres se apoyan y admiran, ¿ no es verdad que sus consejos y enseñazas se revisten de mayor autoridad?