Todos los Santos: muerte sin dramatismo

Autor: Josefa Romo Garlito  

 

 

Noviembre lo iniciamos con el Día de Todos los Santos, seguido del de los Difuntos. La mayor parte de los santos son anónimos; pero hay cristianos con motivo para creer que en el inmenso coro que en el Cielo forman, hay algún miembro de su familia: le vieron laborioso entretejer su corona.

Los día días 1 y 2, visitamos los cementerios y percibimos, en el silencio del camposanto, un susurro de oraciones. Las tumbas aparecen con luces y con flores: prueban nuestro vivo recuerdo y nuestro amor callado y dolorido.

La muerte forma parte de la vida: cada día y cada minuto morimos al anterior, y así, muriendo, se dilata aquella hasta el último suspiro. Ha sido tema del Arte, de la música y de bellas páginas de Literatura. A Jorge Manrique, la muerte de su padre le arrancó su famosa elegía. Para Santa Teresa, se trataba de una amiga:

"Ven, muerte, tan escondida,
que no te sienta venir,
porque el placer de morir,
no me vuelva a dar la vida"

Y seguía, desde las profundidades de la mística:

"¡Cuán triste es, Dios mío,
la vida sin Ti!
Ansiosa de verte,
deseo morir".

Los que tenemos fe, sabemos que "la muerte no es el final del camino", sino el puente para la otra orilla. La miramos con esperanza, porque es el inicio de un goce eterno. No provocada, no es algo dramático, sino tan natural como un nacimiento, aunque nos la hayan pintado tan fea. No obstante, la separación de la familia y amigos, aunque sea transitoria, cuesta. ¿Y los bienes...? Mejor dejarlos antes, para ir ligeros de equipaje.

La muerte nos llegará a todos, con simple guadaña o con un haz de flores; con nostalgia o amargura tras una vida sin previsión, o con paz y sosiego por haberla llenado de generosidad. A mí me gustaría recibirla con esta actitud:

"...consiento en mi morir
con voluntad placentera,
clara y pura,
que querer hombre vivir,
cuando Dios quiere que muera,
es locura."

(Jorge Manrique)