Noviembre, mes de los difuntos

Autor: Josefa Romo Garlito  

 

 

En noviembre, los camposantos se engalanan de flores, de velas e imágenes sagradas. En nuestro pensamiento, aparece la eternidad.

Esta vida se asemeja a noviembre porque es tiempo de sementera: aquí se siembran las obras buenas. En la Eternidad, lo que, sobre todo, cuenta, es la caridad. Si aquí se siembra el bien, allá se recoge paz y felicidad; si se obra el mal, nos envolverá la amargura. Estamos tentados a vivir como si Dios no existiera, olvidando que este mundo no es nuestra meta. Allá nos mostrarán nuestra cartilla, con un buen saldo, en blanco o con deudas. Las deudas, si se refieren a pecados contra la justicia ( robos, calumnias…), deben darnos miedo, pues no se perdona el pecado sin devolver lo robado y quizá los herederos no estén dispuestos a reparar. Yo siempre digo a mis hijos que cuiden de ser verdaderos, justos y caritativos. No hay caridad sin justicia, ni justicia sin verdad. Con el recuerdo de la muerte o con su olvido, lo cierto es que esta vida no es la Vida, que estamos equivocados si tomamos los medios como fines. No nos engañe el dinero o el poder, ni nos encandile el placer, que todo lo de abajo es pasajero. Decía Santa Teresa: “Sólo Dios basta”. El jesuita Padre Tomás Morales, ahora siervo de Dios, repetía: “esta vida no es la vida”. Sí, esta vida tiene fecha de caducidad, y,¡¡¡cuidado!!!, porque “en la tarde de la vida, seremos juzgados en el amor” (San Juan de la Cruz).