El buen gobierno

Autor: Josefa Romo Garlito 

Todas las naciones necesitan unos gobernantes que gobiernen con justicia, que busquen  el bien común y defiendan la vida de todos. Sin embargo, no siempre en la Historia los que ostentan el poder gobiernan con justicia. Muchos buscan gobernar pensando en sus intereses particulares. Tanto en dictaduras como en democracias, ha habido gobiernos honestos y gobiernos en los que ostentan la autoridad han dado riendas sueltas a sus impulsos rastreros o a ideologías malsanas: ejemplos recientes de lo segundo los tenemos en la historia del siglo XX: la democracia nazi y la dictadura soviética. Hay gobiernos justos que defienden al vida de todos; otros siembran una cultura de muerte, discriminando de ese fundamental derecho a algunos grupos. Unos trabajan por la paz; otros promueven la guerra. Unos trabajan por la buena educación de sus niños y jóvenes; otros los quieren sometidos a su ideología. Unos respetan la religión del pueblo y la libertad de conciencia; otros imponen el laicismo o desprecian la fe de la mayoría de los ciudadanos. Unos protegen la familia; otros la desprecian y hasta se cargan el matrimonio. El queen un país democrático se gobierne con uno u otro estilo, ¿no dependerá de la formación de sus habitantes? Todos queremos el bien; pero a la masa , aquí y allá, antes y ahora, se la puede engañar fáclmente con demagogias. Por eso, si en las democracias son importantes los gobiernos, no lo son menos la Oposición. Evoco las sabias palabras del sabio Agustín de Hipona, una de las mentes más brillantes de todos los tiempos:  "Si de los gobiernos quitamos la justicia, ¿en qué se convierten sino en bandas de criminales a gran escala? Y esas bandas ¿qué son sino reinos en pequeño? Son un grupo de hombres, se rigen por un jefe, se comprometen en pacto mutuo, reparten el botín según la ley por ellos aceptada.

Supongamos que a esta cuadrilla se le van sumando nuevos grupos de bandidos y llega a crecer hasta ocupar posiciones, establecer cuarteles, tomar ciudades y someter pueblos. Abiertamente se autodenominan entonces reino, título que a todas luces les confiere no la ambición depuesta, sino la impunidad lograda. Con toda profundidad le respondió al célebre Alejandro un pirata caído prisionero, cuando el rey en persona le preguntó: ¿qué te parece tener el mar sometido a pillaje? Lo mismo que a i- le respondió- el tener al mundo entero. Solamente que a mí, que trabajo en una ruin galera, me llaman bandido, y a ti, por hacerlo con toda una flota, te llaman emperador".