Abrahán. Reflexión sobre la oración eficaz.. 

Autor: Josefa Romo Garlito

 

 

Mucha gente dice: ‘si yo no sé orar. ¿Qué tendré que hacer para que Dios me oiga?’ La mejor enseñanza es el ejemplo. Los que creemos en un sólo Dios, único y verdadero, tenemos en común que miramos a Abrahán como nuestro padre en la fe. Yo admiro a este hombre duro y fuerte que supo obedecer a Dios pese a todas las pruebas. Su fe es asombrosa, y no menos la confianza que ponía en el Señor, todopoderosa por su humildad sencilla y sincera. El pasaje bíblico de su conversación con Yahveh en el que Dios le dice que “el clamor de Sodoma y de Gomorra es grande, y su pecado gravísimo...” es sobrecogedor. Así me explico yo la confianza que puso Dios también en este hombre de corazón bueno, que se no inhibía ante los problemas ajenos sino que los hacía propios: “...¿Es que vas a borrarlos, y no perdonarás a aquel lugar por los cincuenta justos que hubiere dentro?” ( Génesis, 18).
Insiste una y otra vez. Abrahán se convierte en mediador para que Dios tuviese misericordia de aquel pueblo, aunque en vano porque no encontró allí apenas justos, salvo Lot. Yaveh multiplicaría su descendencia como las estrellas del cielo ( le dio milagrosamente un hijo, y le hizo, también, padre de incontables creyentes ). ¿Cómo oraba? Se dirigía a Dios como el
niño pequeño a su padre y con un respeto reverencial: “Mira que soy atrevido de interpelar a mi Señor- le dice-, yo que soy polvo y ceniza”. Por su humildad, que es el reconocimiento de la verdad, Dios le regalaba su cercanía. ¡Cuántas veces nosotros oramos, pero pensando que no seremos escuchados, y creyendo que somos algo y que Dios nos debe mucho...! No sabemos rezar. Me gusta leer vidas de santos y veo en ellos este denominador común, que les hizo a muchos
milagrosos: su oración era reverente, confiada y desde la humildad del corazón.
También me hace reflexionar el poder de los justos, pues por ellos Dios puede perdonar a tantos.