Benditas las madres de los sacerdotes

Autor: Josefa Romo Garlito

 

 

Siempre me conmueven las muertes y suelo participar del dolor de familiares y amigos. El 15 de mayo, al despedir a Florencia, fue distinto: me embargó un sentimiento de alegría que me arrancó lágrimas. Vi que Dios se mostraba grande con ella. ¿Cuándo he visto yo un funeral de una mujer, sin más prerrogativas que haber sido madre, presidido por su hijo acompañado por 32 sacerdotes  y dos diáconos? Es la primera vez.

Florencia es la madre del Padre Volusiano Calzada, que estudió en Coreses y  ha pasado muchos años como Misionero del Verbo Divino en Paraguay; luego, en Roma, Madrid y, por último, en Zamora, a donde le enviaron sus superiores para que estuviera cerca de su madre mayor y enferma. A todos los asistentes nos sorprendió el funeral; al Padre Volusiano, también: nadie esperaba esa concurrencia. Pensé: el ofrecimiento de una madre, de su hijo sacerdote, debe ser muy grato al Señor. Yo creo que es la madre la que prepara el corazón sacerdotal del hijo y que, por tanto, ella participa de todas sus celebraciones. Sé que Florencia supo educarle desde niño en la fe de la Iglesia, y Dios no se ha dejado ganar en generosidad.
Según explicó el Padre Volusiano, él debe a su madre la perseverancia, pues supo inculcarle el valor de la fidelidad.  

Estoy segura que las vocaciones no son casualidad: Dios suele valerse, sobre todo,  de las madres católicas que saben transmitir su fe y  caridad a sus hijos. La verdad, siento santa envidia por esas mujeres. En Alemania no es infrecuente que señoras sin hijos posibiliten los estudios eclesiásticos de chicos pobres con vocación y sin medios; son sus amdres adptivas. Tengo la impresión de que las madres de los sacerdotes, naturales o adoptivas, pasan poco tiempo en el Purgatorio.