Una mirada al Adviento

Autor: Josefa Romo Garlito

 

 

En España, quizá haya pocas tradiciones que nos ayuden a vivir el Adviento. Cuando en clase de Lengua, a veces he preguntado por esa palabra, apenas he encontrado a alguno que supiera decir su significado: tiempo de esperanza y preparación del espíritu cristiano para la venida de Jesús.  Distinto es en Alemania, en donde las tradiciones de este periodo litúrgico se viven con fuerza y se extienden a galope por Europa. Son típicas de la tradición germana, las cuatro velas que se colocan alrededor de la "corona de adviento"; se van encendiendo cada domingo; una quinta vela se pone en el centro de la corona y representa a Cristo, Luz del mundo. Nosotros las vamos incorporando como adorno prenavideño, sin dejar nuestro  nacimiento o belén. Esperamos también su segunda venida, cuando aparezca de repente como Juez universal (los que hayan muerto  resucitarán y nos juzgará a todos sobre el amor).

En Adviento, la Iglesia nos presenta la figura de San Juan Bautista, el que vivía y predicaba en el desierto, se vestía con pieles de camello y comía langostas y miel silvestre. ¡Qué significativa la figura de este hombre, que no se tenía en nada ("soy la voz que clama...")! Es el profeta más grande -dijo Jesús-, un retrato acabado del profeta auténtico: alma
de oración, vive  en el desierto del silencio interior ("la llevaré al desierto y allí le hablaré al corazón", leemos en la Biblia); con espíritu de penitencia, se aleja de comodidades; humilde de corazón, no busca autoafirmarse ni figurar; con valentía, confiesa a Cristo ante los hombres y les Quien sigue a este profeta, podrá  dar testimonio de Jesús. ¿No estará  la raíz de la escasa fecundidad apostólica, en la separación de este modelo? Con la valentía del  que no se busca a sí mismo, Juan echó en cara al Rey, su pecado. El profeta muere por serlo; pero su esfuerzo no es baldío.