Los tres árboles

Autor: Padre José Alcázar Godoy

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Había una vez un árbol que soñaba. Cierta noche cálida miró la hondonada del valle y, creyéndose elegido para un destino eximio gritó cuando todos dormían: “Al despertar seré un cofre de tesoros, lleno de oro y piedras de valor incalculable”.

Al oírlo, otro árbol contestó: “A mí me convertirán en una valiosa embarcación para llevar a reyes y señores a los más recónditos lugares del mundo”.
Entonces, un tercer árbol, herido por la arrogancia de sus compañeros, clamó: “Pues yo seré el mayor árbol de todos los bosques. Sobre la montaña tocaré al Dios de los cielos y me recordaréis con devoción”.

Cayó la noche, vinieron las primeras luces de la aurora y los tres árboles oraron durante mil noches para que el Creador les concediera sus sueños. Y así sucedió.

Cierto día, vino un leñador y cortó los tres árboles. El primero, para un carpintero de Belén, el segundo para un pescador del lago de Genesaret y el tercero para un romano de Jerusalén.

El carpintero acogió con cariño la madera virgen. La cortó con brío y se alegró de haber construido un pesebre, lo llenó de paja y lo depositó en una cueva de la montaña. “¡Ay, dolor de mi propia realidad, tan lejos de cuanto soñé en mi juventud!”, dijo el árbol.

El pescador del lago construyó una barquichuela débil con prisa y sin cuidado, lista para echar las redes. “¡Señor, mis oraciones fueron baldías y tu existencia una quimera!”, lloraba el segundo árbol.

Y el tercer árbol fue troceado sin cuidado y arrojado en un sucio pajar de la ciudad. Ya no había más lágrimas en el mundo para consolar semejante desdicha.

Muchos años después llegaron José y María y depositaron a su hijo Jesús en el pesebre de la cueva de la montaña, porque no había sitio para ellos en la posada. Y el pesebre lloró de emoción y agradecimiento por haber contenido al tesoro más infinito de toda la humanidad.

Cuando el niño creció se convirtió en profeta. Un día de tormenta, dormía en una barca y sus discípulos le despertaron. Entonces, mientras Él desplegaba un poder insólito y maravilloso, apoyando sus pies desnudos sobre las tablas de la barquichuela, ésta descubrió que llevaba al Rey de reyes y Señor de señores.
Un tiempo después el profeta fue condenado a muerte. Para crucificarlo, un romano trajo del pajar dos tablones de un árbol e hizo una cruz. El árbol de la cruz fue levantado sobre una colina para ser dulce apoyo del Hijo de Dios. Nadie como él tocaba con sus ramas el corazón de la divinidad. Allí estaba Dios y una mujer llamada María que lloraba abrazada al madero. Y este sintió un gozo sin igual.

Entonces los tres árboles comprendieron que los planes de Dios sobre ellos fueron diferentes de los que tenían. Cada uno obtuvo lo que pidió, mas no en la forma en que pensaban. Si los caminos de Dios no fueron sus caminos, sí resultaron los mejores.