Las tentaciones del profeta

Autor: Padre José Alcázar Godoy

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El tentador llevó al Profeta a un cruce de caminos para que eligiera su destino: la seguridad del poder con la fuerza del gobierno, una vida inmersa en el amor y la sensualidad, o la incertidumbre, viviendo como un errante sin rumbo ni futuro definido.

    Sin dudarlo, el Profeta se introdujo en el camino del errante. El maligno se retiró satisfecho, pensando que no daría fruto, y que frustrado, desandaría su vocación.

    Al cabo de algún tiempo, el Profeta se cruzó con unas muchachas que acudían a su matrimonio. Se sentaron junto a él al borde del camino, y allí les auguró un futuro feliz siendo fieles al compromiso. Al despedirlas, bendijo el fruto de sus vientres.

    Las jóvenes quedaron impresionadas por el encuentro. Transmitieron a sus hijos el pensamiento del Profeta y la hondura de su amor, y estos lo hicieron a los suyos, y así, el fruto del errante perduró durante generaciones.

    Tan amado fue el Profeta por los hombres y las mujeres del pueblo, que un tiempo después los gobernantes quisieron conocerlo. Delante del rey y sus ministros, el Profeta habló del bien y de la justicia, indicando que no hay mayor honra para un dignatario que la de procurar el bienestar de sus súbditos.

    Los gobernantes asumieron su enseñanza. Desde aquel día fomentaron la justicia, el reino creció en paz y sobreabundó la concordia. Y  el fruto del errante y el bien que realizó resultó ingente.

    Años más tarde, el Profeta se encontró en el camino con el tentador. Este lo miró con el rostro desencajado y triste, porque nunca había imaginado la grandeza de su misión. El Profeta lo miró con alegría, pensando que no había en el mundo mayor poder ni era posible sentir tanto amor como el que bullía en el corazón de un Profeta sin rumbo ni futuro definido.