La gaviota

Autor: Padre José Alcázar Godoy

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Cierto día, mi madre, la espuma del mar, me engendró. Y un atardecer, mientras mecía en sus manos mis sueños, me depositó amorosamente sobre la arena de la playa.

Cuando desperté, un pescador me recogió, preguntándome lo siguiente: “Diminuta semilla, ¿dónde prefieres vivir, apoyándote en tu propio tronco, como un árbol robusto, u ofrecer tus ramas para que otros descansen en ti?”

Y yo, sin entender su proposición, pues había sido golpeada por las olas de un mundo que ahogaron mi felicidad, le respondí: “Amado pescador, siémbrame donde yo sea feliz”.

Aquel hombre me apretó en su mano encallecida y fue a hundirme a la orilla del mar, cual sauce que abriese sus ramas donde las gaviotas hicieran sus nidos y descansaran al atardecer.

Yo era un sauce débil, pero me sentía feliz, porque vivía con el amor de las aves esculpido en la imagen de mi tronco, y dejaba que el rumor de sus alas, procedentes de las sendas de la mar, encontraran reposo.

Una tarde llegó una gaviota solitaria, hermana del abandono, cargada de vacío. Sufría por las asperezas y la crueldad de un destino impuesto. “¿Quién ha engañado mi vida confundiendo a la certeza? ¿Quién, en nombre de la verdad, me ha trazado un proyecto embustero? ¿Por qué me han herido, dejando fluir la sangre, mientras pretendían cerrar con palabras una herida que no me querían curar?”. Y, llorando con amargura, vino a cobijarse bajo mi árbol.

Yo oía el lamento de una gaviota eximia cuyos talentos todavía no se habían acabado. Entonces, me hice una herida en mi propia corteza. De allí brotó la savia vigorosa que cantaba un futuro mejor. Ella bebió del torrente y se transformó su interior.

Hace ya muchos años que la gaviota ha establecido aquí su morada. Cada mañana nos miramos, y mutuamente sonreímos:

- "Buenos días, amada gaviota", le digo.
- "Buenos en tu vida, querido compañero", me responde.