La felicidad de Mambú

Autor: Padre José Alcázar Godoy

Sitio Web del Padre

 

 

Mambú era una caña esbelta y bella que vivía en un jardín situado en lo más recóndito del valle. Era la planta más hermosa de cuantas había en aquel lugar y la más admirada por todas; poseía un corazón sin igual y una inteligencia colmada de sabiduría.

El amo del jardín visitaba con frecuencia sus plantas. Le gustaba cuidarlas, mimarlas con cariño, así expandía su amor ilimitado, que, hacia Mambú, era muy especial. 

La vida del valle era feliz: todos los años, con la llegada del otoño, las lluvias traían el alimento para la campiña; de este modo las plantas verdecían, anunciando con sus perfumes cada nueva estación. Pero un verano, la sequía amenazó al jardín y sus plantas comenzaron a morir. Entonces el amo sintió la zarpa del dolor: sus plantas fallecían de hambre y de sed. 

Cierta tarde calurosa, el amo del jardín tuvo una idea con Mambú. Se acercó a su hija tan querida, y, con ternura, le dijo: “Mambú, quiero pedirte algo muy importante. Sabes que te quiero sobre todas las demás, tanto, que no puedo obligarte a hacer lo que voy a pedirte. Sólo lo haremos si tú estás de acuerdo conmigo”.
A Mambú se le iluminó la faz de sus hojas. “Pídeme lo que quieras, mi Señor. Con frecuencia mi corazón me señalaba un destino más sublime. Pídeme lo que quieras, que lo haré”, contestó ella.
El amo, acariciando sus hojas pálidas y arrugadas, añadió: “Va a ser muy doloroso, porque te pido la vida. Te arrancaré de raíz, después abriré tu tallo en canal, vaciaré tus sentimientos y serás un conducto para llevar el agua a todas las demás plantas del valle. Tu misión será morir para dar vida; perder la belleza para que otras reciban tu hermosura y así perdure la obra de mi corazón. ¿Qué respondes, Mambú?”.

Ella contestó: “Señor, gracias por haber pensado en mí. Nada hay tan hermoso como la semilla que se oculta bajo la nieve para dar espigas en la primavera, la raíz que no ve la hermosura de su flor o la vida que se encierra tras la celosía de un convento para vivificar a las almas que desconocen la felicidad más auténtica”.

Y así se hizo. Desde aquel día vinieron ardorosas sequías, pero Mambú era feliz sabiéndose útil, porque su caña, esbelta y fea, llevaba la poca agua que llovía a todas las plantas de la campiña. También hubo temporadas de lluvia y de bonanza, y Mambú era igualmente feliz, porque estaba disponible, sabiendo que su misión era muy útil para cuando su Señor la necesitase.