El amor y la duda de Srivasti

Autor: Padre José Alcázar Godoy

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Srivasti era una joven muy hermosa que vivía en la falda de la montaña de Dios. Cada mañana, la muchacha, en lo más alto del monte, se arrodillaba delante de la casa del Señor y le preguntaba: “Señor, ¿qué quieres de mí?”. Pero todos los días volvía a su casa cabizbaja, porque Dios no le respondía.

Bakim Chandra, el joven de la ribera, se asomaba al borde del camino para verla pasar, dejando en el suelo mullido por las hojas versos encendidos de amor. En ellos, Bakim le proponía a Srivasti el matrimonio.

El corazón de Srivasti se debatía entre el verso de un hombre y el poema de Dios; ella pensaba que si Dios era infinito, su amor también lo sería para albergar a todos los jóvenes, hombres y mujeres, de todas las riberas del mundo. 

Cierto día, antes de subir a la cima de la montaña, Srivasti tomó una determinación. Recogió los collares, vestidos y zapatos, el poco dinero que tenía, los adornos de su casa, sus libros, anillos y zarcillos, fue a la aldea vecina, lo vendió todo y lo repartió entre los pobres.

Al regresar a su casa, la joven volvía con el cuerpo vacío, pero con el alma llena de paz. Y así, completamente pobre, subió a lo más alto de la montaña, se arrodilló delante de la casa de Dios y volvió a preguntar: “¿Señor, qué quieres de mí?”. 

Entonces Dios, al contemplar tamaña generosidad, rompió a llorar, mordiéndose los labios para que Srivasti no lo notase, sin poder articular respuesta alguna. Ante el silencio de Dios, Srivasti bajó de la montaña cabizbaja, más confundida aún tras haber entregado todo a los pobres. Aquella noche, la joven se durmió triste sobre su jergón de paja. 

Cuando el llanto de Dios cesó, envió el ímpetu de su Espíritu: era Dios de corazón ardiente que voló al lecho de la muchacha, se acercó a su mejilla y le dio el beso más hondo del amor, marchándose tan silencioso como había llegado.

Al amanecer, Srivasti notó una alegría especial. Sintió vivificarse su interior, como si estuviera encendida con un fuego incomparable. Y pensó: “Esta noche me ha respondido Dios”. Inmediatamente se levantó, subió a la cima de la montaña, y al llamar a la puerta de la casa de Dios esta se abrió inmediatamente. Allí estaba Él, de pie, esperándola. Srivasti lo miró, sonrió y entró en su casa para quedarse allí durante toda la vida.
Aquella tarde, Chandra, el joven que la amaba, también dejó su poema en el camino mullido por las hojas, pero pasó el Espíritu y se lo llevó.