Aprender a escuchar

Autor: Jaime Nubiola

 


Para vivir en paz lo primero que hace falta es aprender a escuchar. Vivimos en un entorno muy ruidoso por fuera y con muchas prisas por dentro, que hace realmente muy difícil que nos prestemos atención unos a otros. Hablamos con voz fuerte, nos movemos rápidamente, decimos a unos y a otros lo que tienen que hacer, pero a menudo somos incapaces de escucharnos realmente y, por tanto, de comprendernos. Quienes se han dado cuenta de esta situación, que tanto afecta a la comunicación en la empresa, se han apresurado a organizar cursos para persuadir a empresarios y directivos que necesitan aprender a escuchar para ser verdaderos líderes en sus empresas. De modo semejante, abundan los cursos en los que se pretende adiestrar a vendedores y comerciales en las técnicas de la escucha al cliente, con el fin de que lleguen a hacerse cargo realmente de sus necesidades.

Pero, más que una técnica que pueda dominarse, escuchar es sobre todo una actitud que se aprende cuando se vive en un espacio humano en el que hay afecto. El periodista americano John Wallach, que trabajó durante veinte años para el grupo Hearst en el Oriente Medio, fundo a principios de los 90 la organización Seeds of Peace ("Semillas de paz") para enseñar a jóvenes de países en guerra –en particular, a judíos, palestinos y jordanos- a escucharse unos a otros mediante campamentos de verano en los bosques de Maine, Estados Unidos. "Cuando tú escuchas efectivamente lo que tus enemigos están diciendo, puedes comenzar a comprenderles y a tener empatía con ellos. Se necesita ir más allá del sentimiento de que tú exclusivamente eres la víctima: nadie tiene el monopolio del sufrimiento. Cuando ambos lados captan que los dos son víctimas, puede cortarse el ciclo de violencia". Wallach estaba persuadido –y me parece que daba de lleno en la clave- de que escuchar a la persona del otro lado es el primer paso para una paz duradera. En los casi dos años que han pasado desde el fallecimiento de Wallach, la situación en Oriente Medio se ha deteriorado notablemente y el futuro de Seed of Peace resulta cada día más incierto. En el pasado verano, las autoridades palestinas no permitieron que los jóvenes palestinos acudieran a Estados Unidos a convivir con judíos y árabes. Quizás eran conscientes del poder destructor del odio y, al contrario, de la formidable capacidad que tienen los lazos de afecto que crean el escucharse y el convivir unos con otros.

Comparar la situación de nuestro país con la de Oriente Medio puede parecer una exageración fuera de lugar, pero si uno se asoma desinteresadamente a la vida pública, al Congreso de los Diputados, parlamentos y ayuntamientos o incluso a los medios de comunicación, comprueba con estupor cómo muy a menudo nuestros representantes no quieren realmente escucharse unos a otros, sino que van a combatir, a pelearse como si la acción política fuera –dando al vuelta a la expresión de Von Clausewitz- la continuación de la guerra por otros medios. La diversidad partidista no puede entenderse como la terrible división de unos bandos contendientes en una guerra sin cuartel, sino como consecuencia de la pluralidad de formas de entender la organización de la vida pública que es siempre enriquecedora. Si no queremos que en este nuevo siglo nuestras vidas se vean atenazadas por la guerra –como lo fueron y muy dolorosamente en el siglo pasado- es preciso cambiar estos hábitos sociales desde su raíz. Cada uno da las acciones terroristas que se suceden en nuestro país son un triste recordatorio de esta ineludible exigencia.

Sin embargo, para aprender a escuchar no hay que esperar estar en el parlamento o a ser un directivo de empresa. La actitud de escuchar a los demás comienza en el ámbito personal y familiar y atraviesa todos los niveles de la acción humana. A veces la comunicación se cuartea mediante silencios que parecen de plomo. En casi todas las familias o en muchas empresas hay personas que durante muchos años "no se hablan", aunque sean hermanos, vivan en la misma escalera, trabajen en un mismo departamento o tengan intereses afines. Independientemente de las circunstancias concretas que en cada caso hayan originado esa lamentable situación –una herencia, una rivalidad- la manera más efectiva de entendernos es advertir que han cancelado la disposición a escucharse y a aprender uno de otro. Sólo escucha quien está dispuesto a cambiar, quién está dispuesto a rectificar; quien está dispuesto a pedir perdón, a decir "me he equivocado". Como ha escrito Bollnow, para poder escuchar hay que renunciar a la seguridad de la propia opinión y ponerse en duda uno mismo sin ningún reparo.

Comprender a los demás es muy difícil. Requiere el empeño para resistir a la superficialidad y a la vanidad, pero sobre todo requiere hacerse cargo de lo que a los demás les pasa, aunque muchas veces ni siquiera sean capaces de decirlo y lo expresen sólo con su presencia, con su ilusión o con su desánimo. Para poder comprender a otra persona es preciso reconocer que aprendemos de ella. Al menos, como escribió la Madre Teresa de Calcuta, "estar con alguien, escucharle sin mirar el reloj y sin esperar resultados nos enseña algo sobre el amor". Efectivamente, para poder escuchar es preciso no mirar el reloj, no tener prisa por dentro, tener paciencia. "La paciencia –escribió lúcidamente Von Balthassar- es el amor que se hace tiempo".

Aprender a escuchar es, en primer lugar, aprender a tener paciencia, a dejarse llenar por lo que dice la otra persona, sin distraernos con lo que le vamos a contestar. Pero además, si pensamos que cada persona singular tiene valor por sí misma, es natural reconocerla –aunque eso cueste bastante en la práctica- como una autoridad acerca de su propio punto de vista o al menos como un insustituible testigo presencial de su personal experiencia. De todos podemos realmente aprender.

En la mayor parte de los casos, la persona a la que escuchamos tendrá razón, o en todo caso lo importante es lo que diga ella y no lo que uno pueda decir. Hay que prestar atención a lo que el otro dice, con naturalidad e interés, sin adelantarse mentalmente tratando de adivinar lo que la otra persona va a decirnos y reprimiendo el instinto de réplica. Romano Guardini relata en su autobiografía cómo aprendió a atender a los estudiantes que acudían a él a pedir su consejo: Aprendí poco a poco a comprender, a no aplicar una idea preconcebida, a acoger a la persona partiendo de ella misma que siempre es algo único. Cuando se hace así –concluye Guardini- la palabra que clarifica y orienta surge a menudo por sí sola, espontáneamente, en el propio curso de la conversación.

La ya inminente Navidad traerá a la memoria y al corazón de todos deseos de paz, afán de convivir y de llevarnos bien unos con otros. Esos deseos se traducirán en realidades si de verdad hablamos entre nosotros y, sobre todo, si nos escuchamos unos a otros. La Navidad es un tiempo formidable para comenzar a escuchar.

 

La Gaceta fin de semana, 20-21 de diciembre de 2003