A las Santísimas Llagas de Nuestro Señor Jesucristo

Autor: Isabel Conde Ramirez 

 


Mi Dios, te miro y las lágrimas no vienen a mí.

No, aun no quieren alojarse en mis ojos.

De rodillas ante ti, mi frente busca tu rostro.

Cabeza caída a un lado; regada en sangre, dulzura de espinas derramadas.

Y mis manos se cierran en un puño de rabia.

Entonces, atisbo en el aire un rayo de luz, un reflejo de esperanza...

             ¿Dulzura de espinas derramada?

 

 

   

Sigo encogida, absorta, admirada.

Mi cuerpo cede a su peso. No estoy de rodillas, medio sentada...

Tu mano derecha abierta, rajada, clavada a un leño pétreo que agarra como un amado agarra a su bien amada.

            

¿Amado, amada?.

 

 

 

Sin más giro mi estampa.

Mi mente no entiende. Mi corazón no alcanza a sufrir en propia carne la visión de una flor reventada por un clavo ensartada.

Mano izquierda. Mano muerta, mano entregada.

            ¿Muerta, entregada?.

 

 

 Hasta aquí llego. Hasta aquí mi cuerpo aguanta.

Ni sentada, ni de rodillas, postrada mi figura se estremece...

Dos pies, uno sobre el otro, unidos, violentados, juntos en un clavo ensartados.

Pie derecho que sostiene tu mundo; sostiene tus huesos, tu cuerpo, tu alma.

Avanzas, quieto, clavado avanzas.

            ¿Avanzas?

 

 

 

 Me quiero ir. Dejar de mirar al madero. Rechazar la estampa bendita de tu Cruz...

Pie izquierdo, atado, asido, morando en un pedazo de leño esparcido ante mi dolor.

No tengo más. No tengo más que ofrecerte.

            ¿No tengo nada?


Una lanza traspasa tu pecho. Una lanza traspasa tu calma. Una lanza abre una herida sangrienta que todavía no ha sido cerrada.

Mi corazón palpita; se muere... no, calla.


        Corazón que revienta en boca ajena.

        Corazón que ofrece lo que no tiene.

        Corazón que camina, se entrega.

        Que  muere porque al fin dulcemente ama.

            MI CORAZON, SEÑOR, VIENDOTE EN LA  CRUZ, SE LLENA DE TI.