Himno de Laudes

Autor: Padre Horacio Bojorge 



Padre y Creador benigno, sobre tus criaturas
trae, otra vez, tu aurora la luz del Primer día.
Tu Hijo abre los ojos y en su pupila oscura
vuelves a crearlo todo con novedad gratuita.

Redices tus creaturas y dices que son buenas
con la misma Palabra gozosa que es tu Hijo.
Y hacia ese mismo gozo tu Iglesia las reordena
y las ofrece a Ti como Jesús lo hizo.

Por eso, esta mañana, nuestra oración te anuncia
con la voz del gorrión que canta en la enramada.
Y en nuestra voz tu Verbo se dice y te pronuncia
y nos pone en la boca la miel de tu alabanza.

Panal es en los labios de la Iglesia tu Nombre:
Padre creador bendito que todo lo restauras;
Hijo cuya delicia es estar con los hombres;
Espíritu que infundes la vida con tu gracia.

Para ti sea la Gloria en este día que empieza;
como fue en un principio: sea por siglos y siempre.
Con el canto del ave y el afán de la abeja
celebramos tu Gloria y anhelamos que llegue. Amen.


COMENTARIO Y MEDITACION MATINAL

Cada día dice Dios Padre: Hágase la luz. Y la luz se hace. Y en este amanecer de cada día se espeja el primer amanecer, el amanecer de la Creación. En el que el Padre dice y manda con su Palabra, que es su Verbo eterno y su Hijo. Y esa primera Luz de la Creación, que se hace antes que toda otra creatura, y de la cual el sol recibe la luz que tiene, es imagen de la aurora eterna del Verbo de Dios, en la que el Padre dice a su Hijo. Lo dice como una Luz que brota del Padre y retorna a Él para iluminarlo, revelarlo en la Luz y ocultarlo en el resplandor enceguecedor de su Luz propia. De aquella Luz eterna en que el Padre se dice en su Verbo, se ilumina en su Luz y se contempla en el resplandor de su Hijo, es esta aurora nuestra un destellito. Y en la repetición de las auroras siempre nuevas, se revela y esconde la Novedad eterna y perenne del que Amanece eternamente.

Lo que era en un Principio en la eternidad de Dios, se revela perfectamente, desde la Encarnación de Cristo, en la Humildad de su Carne. Y en sus ojos corporales que, como los de todo hombre, se cierran para el sueño y se abren de nuevo cada mañana, se espejan las creaturas. De modo que Cristo ve las cosas como nosotros las vemos, y las puede mirar reflejadas en nuestros ojos. Y nosotros que vemos las cosas con nuestros ojos, podemos mirarlas también y verlas no directamente, sino reflejadas en las pupilas de Jesús. De modo que lo veamos todo: por El, con El y en El. Así el Padre, que se complace en su Creación y se complace en su Hijo encarnado, se complace - imagino - de una manera muy simple y muy perfecta cuando mira las creaturas reflejadas en los ojos de Jesús, la más amada de sus criaturas, de modo que las ve a todas como espejadas en el espejo de aquellos ojos tan queridos para el Padre, porque lo miran siempre en todas ellas.
Por lo mismo que el Padre se complace en ver la Creación reflejada en las pupilas creadas de Jesús, se complace en decirse con la palabra creada de Jesús, que es reflejo perfectísimo de la Palabra increada y creadora, proferida por el Padre: el Verbo. Y se complace en oírlo crear. Y se complace en oír cómo expresa de manera perfecta la aprobación y el 'son buenas'. Por los ojos de Jesús 'vio el Padre' que eran buenas. Y con las palabras de Jesús dice el Padre que lo son.
Y esto, que es siempre así, la Iglesia lo dice cada mañana, y lo dice esta mañana. Esta mañana que, en su fugacidad, pasa y ya no es. Pero que por la fe de la Iglesia, se convierte de pronto en una enorme epifanía, acogiendo en su pequeñez la enormidad del misterio del cual brota, y al cual - en signo y símbolo - contiene y expresa. Y Jesús, que es la Palabra del Padre se ha hecho también Palabra nuestra, de su Iglesia. En esta sola y única Palabra hablan a Coro: el Padre, Jesús y los creyentes. Y al decirla la Iglesia, también ella se pliega a la acción creadora y ordenadora de Aquél que todo lo creó; según la Iglesia - con sugerente semejanza verbal - lo cree. Y creyéndolo lo re-crea y lo presenta al Padre con el mismo gesto de ofrenda con que lo ofrece al Padre nuestro Sumo Sacerdote Jesús, en el cual hemos sido también nosotros introducidos en el Santuario, a través del velo de su carne. Como nos enseña la carta a los Hebreos. Y hemos sido hechos un 'pueblo sacerdotal' según nos enseña Pedro en su primera carta.
Nuestra oración que resuena esta mañana, no debe ser otra cosa que la oración de Jesús. Ya que, como decía S. Agustín: "La oración que no se hace en Cristo, es pecado". Y en cuanto es la de Jesús, podemos decir que anuncia al Padre, uniéndose a la voz de las creaturas que alaban a su Creador. Y de esa voz de la oración que anuncia a Dios, decimos, en el himno, que se une a la voz del gorrión. Porque está unida a la voz de la Creación. Podemos entender también la frase 'con la voz del gorrión', como que la Iglesia no tiene voz propia, sino que usa la voz del 'gorrión que canta en la enramada'. Y como hemos visto en otra ocasión, ese gorrioncito es Cristo. Y su voz en la enramada es la que aterra a los impíos, según Sabiduría 17,17. Y ya sea que entendamos 'la voz del gorrión' como referida a la de las creaturas, o como referida a la voz de Cristo, ambos sentidos convienen a la oración de la Iglesia, cada uno por separado. Pero ambos juntos la explican aún mejor.
Parecida feliz polivalencia tiene la frase: 'en nuestra voz tu Verbo se dice'. Porque es verdad que el Verbo es dicho y anunciado por la Iglesia, como la frase lo sugiere leída en forma pasiva. Pero también conviene entender el se dice como una forma impersonal, que es una manera respetuosa de aludir al mismo Dios que dice. Como cuando leemos 'mucho se le perdona porque mucho amó' y otras expresiones semejantes del evangelio, que evitan nombrar a Dios y reverentemente se refieren a El y a sus obras en forma impersonal. En este segundo sentido, la frase puede entenderse así: que en nuestra voz, el Padre dice a su Verbo, pues no podríamos decirlo, ni siquiera nombrarlo, si no nos fuera dado por el Padre. Todavía de una tercera manera se puede entender convenientemente esta frase: 'en nuestra Voz, tu Verbo, se dice a sí mismo'. Lo cual no debemos considerar que pusiera vanagloria en el Verbo, pues no hace otra cosa al decirse que decir a su Padre. Y estos tres sentidos se anudan bien en la frase siguiente: 'te pronuncia'. En efecto, la Voz de la Iglesia dice al Verbo para decirse a sí mismo; y en la Voz de la Iglesia el Verbo se dice a sí mismo para decir al Padre.

Y esta plenitud de expresión, por ser tan plena y satisfactoria,es como miel en la boca de la Iglesia, cuando el creyente descubre por gracia el sabor de la alabanza, que como miel es gustosa y fortalece. Y esa miel, destila y está encerrada como un trozo de panal, en el Nombre. No en la palabra Dios, que es como panal de cera donde está oculta la miel, pero que no tiene gusto en sí mismo, sino en el Nombre, triple y Santo que se revela como el secreto escondido para el creyente en ese otro nombre general que también quien no es discípulo de Cristo puede y sabe decir. Y decimos también que el nombre Dios es como la cera, porque sólo con la luz de Cristo se convierte en luz, por el fuego del Espíritu Santo. Y sin esa Luz y ese Fuego, la cera permanecería opaca, y el calor de nuestras pasiones podría modelarla e imprimirle la forma de cualquier ídolo. Así la palabra Dios, como nombre, es muy imperfecto porque permanece muy equívoco. Pero no así el triple y dulce y luminoso Nombre revelado: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Porque este nombre designa claramente a las Personas divinas y su obra propia, según la profesamos en el Credo.
Y mientras el hombre puede modelar la cera de la palabra Dios al calor de su antojo o de sus fantasías, el Nombre triple y santo, por el contrario, por su fuego y su luz, funde y transforma la cera del dios modelado en ídolo, destruye y consume su maldad y la transfigura en gloria.
Y el Nombre triple y santo es Padre, del que dice y recuerda el verso del himno, que es creador y restaurador de la Creación, inspirándonos en el Prólogo de Santo Tomás a su Comentario de las Sentencias de Pedro Lombardo. Y recuerda, del Padre, que El es el Principio y Fin de la Obra de Dios con su creatura.
E inspirado en el mismo Prólogo de Santo Tomás, pero sobre todo en el Himno de la Sabiduría del libro de los Proverbios de Salomón 8,31, se recuerda del Hijo, Sabiduría del Padre, Creadora y Salvadora, que su complacencia está en los hijos de los hombres, como la del Padre está en Jesús Hijo del Hombre, según el testimonio evangélico y de la Voz celestial en el Bautismo y la Transfiguración de Jesús.
Y se dice del Espíritu Santo, con el Credo de la Iglesia, que es dador de vida, recordando que lo hace gratuitamente: con su gracia. Porque su Nombre es también: Don, Dádiva buena que viene de lo alto, del Padre de las Luces.
La Iglesia encuentra su más pura y gratuita dulzura en este triple y santo Nombre divino, pues en él gusta el Bien Sumo de Dios y se levanta a amarlo por sí mismo. Y en esa miel dulce y purísima se complace y se nutre. Y esa miel, abre sus labios: 'Señor, abre mis labios, y mi boca pronunciará tu alabanza'. Pues sólo la alabanza que brota de unos labios que Dios haya abierto es digna y pura. Y para no pecar alabando a Dios con una alabanza que no venga de El, la Iglesia pide siempre el auxilio divino antes de la oración matinal de Laudes.
La Iglesia alaba a Dios y canta su Gloria - dice el himno - 'con el canto del ave y el afán de la abeja', porque, como dice San Agustín, la alabanza perfecta es la que se da no sólo con los labios sino con la vida entera; y no sólo en las horas del oficio divino, sino en todas y cada una de las horas del día. Por eso, a la alabanza de los labios, que es como el canto del ave, debe sumarse la alabanza de las buenas obras, que es el afán de la abeja. Pues como la abeja allega miel laboriosamente para llenar su colmena, la Iglesia administra los bienes de su Señor y cuida diligentemente de sus intereses, para el Día de su venida. Y es por eso que cuando celebra su Gloria, lo hace cantándola presente, pero anhelándola en cuanto que su plenitud ha de manifestarse aún, cuando Jesús venga con Gloria a juzgar a vivos y muertos y a instaurar su Reino que no tendrá fin.